jueves, marzo 01, 2012

 

¿Nos defendemos de la Palabra de Dios?


Padre Nicolás Schwizer
N° 126 – 01 de marzo de 2012 

Pienso que nos defendemos de su palabra al:

1. Ignorar la palabra.

Unas preguntas muy sencillas:

¿Conocemos bien el evangelio? ¿Nos preocupamos de leerlo, de releerlo, diez, cien veces? ¿De profundizar en él? ¿De captar todas sus riquezas? Siendo discípulos de Jesús, el evangelio ¿es realmente nues­tro texto fundamental, único, insustituible?

¿Seríamos capaces de permanecer un mes, un año, solos con el evangelio en la mano, sin ningún otro libro? ¿Cuantos ejemplares del evangelio hemos gastado ya, gastado en el sentido material del término, durante nuestra vida?

¿Hay páginas del evangelio que podríamos llamar verdaderamente “nuestras”, páginas sobre las que volvemos con suma frecuencia, páginas que seríamos capaces de comentar con competencia y calor, páginas que nos llenan siempre de emoción y de alegría.

Toda conversión y renovación tiene aquí su origen: no tener miedo del evangelio.

2. Ignorar los problemas de nuestro tiempo.

El evangelio se traduce, se encarna en el tiempo. Hay estrellas cuya luz llega hasta nosotros después de millares de años. Algo parecido sucede con la palabra de Jesús. Ciertas verdades revelan de improviso su luz, y nos sentimos invadidos por ellas solamente en contacto con un determinado suceso histórico. Se diría que es el tiempo el que arranca al evangelio su luz.

Existe una maravillosa reciprocidad. El evangelio está dispuesto a iluminar los problemas de todos los tiempos. Pero también podemos decir que los problemas de una determinada época histórica iluminan al evangelio, lo aclaran, profundizan en todos sus aspectos, lo estimulan a que produzca siempre una luz nueva.

El que se mantiene fuera de la vida, se mantiene fuera de la comprensión del evangelio.

3. Separarla de la vida.

No hay peor traición a la verdad que la de confinarla en un mundo abstracto, separándola de la vida. Como si sobre ciertas verdades pusiéramos la etiqueta: “Imposible”. Es mucho mejor combatir abiertamente a una verdad, más que relegarla en el limbo de las cosas sin relación con la vida.

¿No hay sectores de nuestra existencia que, quizás sin darnos cuenta, por una especie de instinto de defensa, hemos sustraído al influjo de la palabra de Cristo? ¿Qué hemos desvinculado del evangelio? ¿No hay, por casualidad, verdades que hemos arrinconado, por ser demasiado duras?

Si digo la verdad, ¿Por qué no me creéis? Este reproche de Jesús es siempre actual para nosotros. Basta con que nos convenzamos de que “creer” no es sólo pensar, sino que es vivir. Y en ese sentido, muchas veces no creemos. Una vez más estamos obligados a reconocerlo: demasiada religión y poca fe.

No nos hagamos ilusiones. La verdad que nos presenta Cristo es una verdad crucificada, no aplaudida. Una verdad contra la que muchos sienten ganas de tirar piedras, no una verdad triunfal. Una verdad que lleva consigo la señal de los clavos, no una verdad brillante, atrayente. El que quiera separar esta verdad de la cruz, se hace comediante de la verdad, no su testigo. La garantía de la autenticidad y de la validez de nuestras palabras es “la señal de los clavos”.

Queridos hermanos, frente a las palabras de Cristo hay una sola alternativa: o se abraza su verdad crucificada, o se le tiran piedras.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Leo la lectura del día?
2. ¿Estoy atento durante las lecturas en la Misa?
3. ¿Tengo un Salmo preferido?
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