miércoles, agosto 18, 2010

Carta de Alianza
Agosto 2010

Queridos hermanos en la Alianza:

El domingo pasado celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen María. Una chica se le acercó a un sacerdote antes de comenzar la Misa y le preguntó: “¿qué significa esta fiesta para nosotros hoy?”. Este hermano comentaba después en nuestra casa que esa simple pregunta le cambió la perspectiva de la prédica que había preparado. María, la pura de cuerpo y alma, la que no experimentó la corrupción en la vida tampoco en su muerte, fue elevada al cielo. María, la inmaculada, la incorruptible.

En Argentina hay corrupción. No es nada nuevo. La sufrimos todos. Así lo demuestra el “Informe de Percepción de la Corrupción”, publicado por Transparencia Internacional correspondiente al año 2009, donde el puntaje de la Argentina es 2,9 en una escala donde los países más corruptos se acercan al 0 y los más transparentes al 10. En el informe del “Barómetro Global de la Corrupción”, el 81% de los ciudadanos argentinos consultados en 2009 consideraron que las políticas de lucha contra la corrupción eran inefectivas. La corrupción se define como echar a perder, pudrir, trastocar la forma original. La corrupción es una traición, por ejemplo:
- del funcionario al pueblo, cuando se enriquece robando a costa del cargo;
- del empleado al jefe, cuando declara horas no trabajadas o roba mercadería;
- del empresario cuando coimea por una licitación y del funcionario que recibe la coima;
- del esposo/a al cónyuge cuando le es infiel y engaña y traiciona el amor y la confianza.

Los móviles de la corrupción pueden ser el dinero, el poder, el placer. Se trata de la corrupción económica, política, moral… pero siempre tienen algo en común: la mentira y la ambición, que, como un gusano, van carcomiendo una tras otra las raíces del árbol personal o social hasta secarlo y matarlo.

Por eso es bueno que nos preguntemos si esta situación que vivimos a diario y que tanto deploramos no es fruto de una cultura de la mentira en la cual muchas veces participamos activamente. Nos quejamos de que el INDEC distorsiona -corrompe- los datos de la inflación; ¿y cuando nosotros distorsionamos los datos de las declaraciones o de los impuestos o de los aportes de empleados, o en nuestros comentarios, exageraciones, omisiones y olvidos voluntarios, etc.? Podremos aducir que la diferencia es el “volumen que se negocia”, pero no nos engañemos, el acto tiene la misma intención: mentir, corromper la verdad y la confianza recibida. No hay bien que se funde en la mentira, al contrario, la mentira es la madre de todos los males.

Opuesta a la corrupción es la honradez. Es la integridad en el obrar, la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. En tiempos de nuestros abuelos se hablaba del hombre veraz, coherente, sin dobleces, “de una sola tabla”, que honra la verdad y el bien. Pero hoy la verdad y la honradez no cotizan alto en la bolsa de valores de los argentinos, se podría decir que no son buenos tiempos para estos y otros valores. ¿Pero cuándo son buenos tiempos? El P. Kentenich nos diría: ¡éste es el mejor tiempo, el que nos ha tocado para actuar! Por eso él definió al Movimiento de Schoenstatt como un movimiento de renovación religioso-moral en Cristo y decía en una conferencia de 1929: “Como Movimiento tenemos la tarea de ocuparnos de la renovación religioso-moral del mundo. … Hasta ahora hemos trabajado por la renovación religiosa. Ésta debe desembocar ahora en la cuestión social”. Esta magnífica frase del P. Kentenich, un apasionado por la verdad, nos orienta y anima en nuestra acción hoy, aquí, en nuestra Argentina del Bicentenario y del relativismo. Como las tres Marías, que nos orientan en las noches sureñas, miremos a lo alto: busquemos la Verdad, seamos fieles a la Verdad y anunciemos la Verdad con nuestra vida. Como María, la que escuchó la Verdad, le fue fiel y la anunció con su vida, incorruptible. Hasta el final, hasta el Cielo.

P. Javier

Con María Reina, construyamos una Patria para todos.

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