"Junto a la cruz de
Jesús" Juan 19, 25
“Llegan los días grises, días pesados y hostiles. Los judíos apresan
a Cristo, lo presentan a juicio, lo azotan, escupen, escarnecen sin fin y cargan
sobre él la cruz.
Paso a paso, segundo a segundo, se va cumpliendo la voluntad de
Padre. Reviven en su corazón las palabras de Simeón. María intuye que también ha
llegado su hora. Sale de su ocultamiento y, acompañándolo en el sacrificio, sube
con él a la muerte, al Gólgota. Su fe y su docilidad a la voluntad del Padre le
dan tanto coraje que no sucumbe ni desmaya en el sufrimiento más agudo, sino que
está de pie. Siendo llamada, por consiguiente, Madre dolorosa! Cuantas veces
hemos recurrido a ella en nuestros sufrimientos sin que jamás nos haya dejado
sin ayuda y consuelo.
Llevada por su amor sin límites a nosotros y para ganar a otros
hijos, presento ella misma y libremente a su propio Hijo ante la justicia
divina, muriendo con él en su corazón, atravesado por una espada.
Ella es la Reina de los Mártires, porque como ninguna otra persona
padeció el más grande martirio espiritual, y muchos hombres y mujeres recibieron
de sus sufrimientos, valor y consuelo y nuevas fuerzas para resistir y
perseverar en su entrega.
Porque Dios la amaba, pone sobre sus hombros una pesadísima carga,
pero carga de amor, por amor y para el Amor. El dolor es amor, regalo de amor
por parte de Dios.
Si yo veo tras todo el amor, ¿puede oprimirme y parecerme imposible
llevar mi cruz?
Por cada pequeñez nos derrumbamos, perdemos el equilibrio y la paz
interior, nos alejamos de Dios.
María es nuestra madre; nos ama como una madre, nos ayuda como solo
puede hacerlo una madre, aun antes que las palabras de suplica suban a los
labios.
Por eso, no dejemos de implorar y pedir: Santa Madre, graba
profundamente en mi corazón las llagas que tú y tu Hijo recibieron por amor a
mí.
Madre, ayúdame y enséñame a sufrir como tú, silenciosa y
valientemente. Enséñame a ser una pequeña Mater dolorosa. (María si fuéramos
como tu – PJK)
ORACION
Veo pender de la cruz al Redentor del mundo:
hasta ese extremo
lo llevo el ardiente apremio de su amor.
Tú renuncias a tus derechos de Madre
y libremente ofrendas a Cristo
para luz y salvación nuestra.
Excelsa y santa Madre,
Tú que presentas a la Victima,
condúceme hasta el Sumo y Eterno Sacerdote.
Y me consagro a ti, diciendo: Oh Señora mía, Oh Madre mía. . . . .
PROPOSITO
Para agradecerle a Dios su amor, aceptaré con alegría y confianza las
dificultades de este día.
Irene Bareiro