El grano de trigo que muere
Padre Nicolás Schwizer
Nº 209 - 01 de octubre
de 2018
El Evangelio nos revela el
secreto de la felicidad: cómo podemos vivir con Jesús “otra” vida, desde aquí
abajo y para siempre. Nos revela como escapar a la muerte, no a la muerte
física, que en último término es sólo una etapa de la vida ‑ sino a la
verdadera muerte: la muerte interior, la que mata definitivamente: Jesucristo
nos dice: “Si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Cuando
habla del grano de trigo: Jesús habla de sí mismo.
¿Qué le sucedió a Jesús? Lo
que sucede también hoy a los hombres comprometidos, hombres que se entregan por
sus convicciones.
Cristo molesta a los hombres
de su tiempo. Entonces se le espía, se le persigue, se busca una ocasión para
arrestarlo. Y una noche lo toman preso, porque un amigo lo traiciona. Después
de un juicio injusto, lo condenan. Lo torturan y lo ejecutan.
Ahora, ¿aquellos hombres
lograron realmente “quitar” la vida a Cristo? No, porque aún clavado en la cruz
Jesús es verdaderamente libre. Cuando los hombres creen que le han quitado la
vida, Él la salva de la muerte dándola libremente a su Padre, por la salvación
de los hombres: “Padre, en tus manos
entrego mi espíritu”.
Pensemos un momento en nuestra
vida, la hemos recibido y la recibimos cada día. Nos viene de Dios, porque
nadie se ha dado la vida a sí mismo. Nosotros no somos los propietarios
absolutos de la vida recibida que está hecha para circular. Es como el agua
viva del río: si queda estanca se queda dormida, se pudre y se muere.
El único medio infalible, para
escapar de la muerte: es el amor. En efecto, amar es no guardar la vida para sí
mismo, sino darla. Porque amo, doy un poco de mi tiempo, de mi vida. Pero nadie
puede dar su vida si no renuncia a ella, si no renuncia a algo de su vida. Esta
renuncia para poder dar, es una forma de morir a sí mismo. Por eso, quien
quiera vivir, tiene que amar.
¿Por qué experimentamos con
tanta frecuencia en nuestro corazón un sabor de muerte? Porque estamos
cubiertos de pedazos de vida muerta, que impiden que brote la alegría de la
vida.
Son p.ej. mis pequeños o
grandes sufrimientos, hundidos en lo profundo de mi corazón, y que pudren y
envenenan mi vida. Todo lo que no he aceptado ni digerido: a mí mismo, lo que
soy o lo que no soy; mi excesiva sensibilidad, mi corta inteligencia, mi
enfermedad o mi vejez…
O tal vez no acepto a los
demás: el hogar que tengo o que no tengo; mi cónyuge, que no es el/la que yo
había soñado; o simplemente mi vecino, mi colega que me resulta molesto...
Quizás no acepto mi pasado,
los hechos de mi vida: la educación que he recibido, el examen que no aprobé,
el alejamiento de mis hijos, la muerte de un ser querido...
No se trata de resignarse ‑
Jesús no se resignó pasivamente ante lo que le sucedía. Se trata de luchar con
todas las fuerzas contra todo lo que está mal.
Pero, al mismo tiempo, se
trata de no esconder nada, de no guardar nada: como el grano de trigo que rehúsa
morir y niega la vida a la espiga; como un Jesús que no ofrece su sufrimiento y
bloquea la redención del mundo.
Queridos hermanos, busquemos
todos en lo profundo de nuestro corazón lo que hemos negado amar, lo que hemos
rehusado dar, tal vez desde hace meses o años. ¿Para qué sirve la vida si no es
para darla? “El que quiere guardarla la
pierde, y el que quiere darla la encuentra”, nos dice Jesús. Hermanos, ¡he
aquí el secreto de felicidad!
Homilías del Padre Nicolás del mes de octubre de 2018
Domingo 07 de octubre
de 2018 - 27º domingo del tiempo ordinario
Matrimonio y divorcio
07 de octubre - Virgen
del Rosario
Domingo 14 de octubre
de 2018 - 28º domingo del tiempo ordinario
Arraigo a las cosas
Domingo 21 de octubre
de 2018 - 29º domingo del tiempo ordinario
La autoridad de la
Iglesia
Domingo 28 de octubre
de 2018 - 30º domingo del tiempo ordinario - El ciego Bartimeo – Confianza.
28 de octubre - San
Simón y Judas apóstoles
El grupo de los doce
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