LA
LIBERTAD INTERIOR
Padre Nicolás Schwizer
Nº 186 - 01 de noviembre de 2016
¿Cómo definimos la libertad interior? Es la capacidad de decidirse y
realizar lo decidido, con cierta autonomía e independencia personal, sin
dejarse llevar por esclavitudes interiores o presiones exteriores. Pero es una
libertad atada, vinculada, porque su meta es ser libre totalmente para Dios, a
su deseo y voluntad. Algunos obstáculos se oponen a una plena libertad:.
Esclavitudes interiores.
Sobre todo nuestro apego al propio yo caprichoso, con sus múltiples raíces.
Podemos nombrar por ejemplo: la tiranía de los instintos y sentimientos, vicios
y otros desórdenes, miedos y angustias, complejos y prejuicios, voluntad débil
e inconstante.
La primera respuesta a estas limitaciones personales es, conocernos a
nosotros mismos, saber de nuestras limitaciones y ataduras, de nuestras faltas
de libertad. Y luego someterlas a una consecuente autoeducación, una lucha diaria
para liberarnos de ellas.
Presiones exteriores. Otro
campo que influye fuertemente son las presiones que nos llegan de parte de
otros: presiones de personas cercanas “que quieren sólo lo mejor para
nosotros”. Y con ese motivo nos invaden. Muchas veces lo permitimos, porque nos
sentimos inseguros, no sabemos qué hacer. O nosotros mismos miramos de reojo a
los otros, para ver como lo hacen ellos, como lo hace la mayoría. O queremos
quedar bien ante los demás, para que no nos critiquen.
Pero yo soy yo mismo. Tengo que vivir mi propia vida, con mi estilo y
ritmo particulares, mis límites y mis originalidades. Mis prioridades
determinan mis decisiones. Los otros no pueden decidir sobre mí, con sus
pedidos, sugerencias y presiones. Es verdad, tengo que mantenerme sensible
frente a las necesidades de los demás. Pero no pueden avasallar mi libertad
interior, obligarme a hacer algo que no quiero hacer. En esto tienen que
unirse, a la vez, ternura y firmeza.
Otro peligro son los medios de
comunicación que quieren presionarnos y manipularnos. Resulta que estos
medios, muchas veces, piensan por nosotros, deciden por nosotros, planifican el
futuro por nosotros. Y a lo mejor les permitimos que nos impongan todo. Y así
nos vamos convirtiendo, poco a poco, en esclavos de la opinión pública, en
hombres masificados.
El escritor español Enrique Rojas llama a los medios “la farsa de la
información”: un río de datos y noticias, sensaciones e impresiones, con la
conclusión final: lo que diga la mayoría es la verdad.
Y así vamos perdiendo la capacidad de tomar interiormente posición
frente a lo que escuchamos, a lo que vemos o leemos.
Fruto de esta mentalidad es el hombre-cine u hombre-televisión. Es el hombre
discontinuo que vive de sensación en sensación, de impresión en impresión,
a toda velocidad, sin parar, sin brújula y sin sentido. Un símbolo típico de
esto es el zapping. Es ese hombre que
ha perdido su alma, que es la discontinuidad personificada, la perfecta
despersonalización.
Y allí está también la moda, eje alrededor del cual gira la
sociedad posmoderna. Las “revistas del corazón” hacen de transmisor: por
ejemplo la mujer light imita la forma de vestir de los personajes que en ellas
aparecen, sus expresiones, su tipo de vida vacía y rota. Y todo esto termina en
la frivolidad y superficialidad.
Evidentemente tenemos que ser más críticos frente a la sociedad
moderna, y frente a los valores-antivalores que propaga. Y también tenemos que
procurar hacer una síntesis serena de todas las noticias e impresiones que nos
bombardean.
Otro tema importante para nosotros es el de las ocupaciones y
compromisos y las tareas apostólicas. Muchos de nosotros somos gente muy
ocupada - y gente ocupada es gente importante. Sin embargo, puede ser que
seamos simplemente adictos al trabajo. A lo mejor tenemos mucho de Marta y poco
de María. Y a pesar de ello tal vez no podemos cumplir con todo. Entonces, ¿qué
podemos hacer?
Primero tendríamos que tener claridad sobre nuestras prioridades
personales. Hacer una lista de prioridades ayuda mucho, sobre todo en
tiempos de sobrecarga. Y lo otro: ¿no será que no sabemos decir que no, cuando
nos piden algo? También en el apostolado: el no apostólico es tan importante
como el sí apostólico. Así puedo dedicarme a aquel apostolado para el cual
tengo inclinación y carisma. Cuando me proponen alguna tarea, conviene no
aceptarla enseguida sino pedir tiempo para pensarlo o conversarlo con el
cónyuge (en caso de estar casados).
Pregunta para
la reflexión
1. ¿Cuáles son las esclavitudes
interiores y las presiones exteriores que me impiden actuar con plena libertad?
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