Madre de la santa esperanza
Padre Nicolás Schwizer
N° 181 - 01 de junio de
2016
El Concilio Vaticano
II definió la Iglesia de hoy como un pueblo en marcha, un pueblo peregrino. Y
la esperanza es la virtud de los caminantes. La esperanza resulta la virtud más
olvidada de los cristianos, pero la más necesaria para ir por la ruta de la
vida. Ella mantiene en pie el corazón de los cristianos. Y hoy necesitamos esa
virtud en nuestra patria más que nunca, porque muchos hermanos han perdido la
esperanza en un futuro mejor.
Mientras hay vida
hay esperanza. Vivir es tener deseos, vivir es anhelar algo y luchar para
alcanzarlo. Siempre estamos esperando alguna cosa: el ascenso en el trabajo,
ampliar la casa, un televisor más grande, un par de zapatos nuevos. Y cuando
una de estas esperanzas se nos frustra, entonces nos sentimos amargados.
Sin embargo, lo
curioso es que también, muchas veces, nos sentimos vacíos cuando alcanzamos lo
que tanto queríamos. Antes creíamos que con eso ya seríamos plenamente felices,
que no nos faltaría nada más. Pero a medida que se cumple una esperanza, nos
surgen otros anhelos y sentimos que todavía no estamos satisfechos.
Siempre deseamos
algo nuevo, porque lo antiguo, lo que ya tenemos, no nos ha llenado. La fiebre
de lo nuevo se ha convertido en una enfermedad para el hombre de hoy.
Nuestras esperanzas
las podemos apoyar sobre arena o sobre roca. Y sabemos que la única roca
verdadera es JESUCRISTO. Las cosas de este mundo fueron creadas para
conducirnos y acercarnos a Él. Por hermosas y nobles que sean, no son más que
hitos en el camino, no pueden saciar toda nuestra esperanza. No podemos apoyar
la esperanza de nuestra vida sobre arena.
Tenemos que
edificar sobre la roca de Cristo. Cuando apoyamos nuestras esperanzas sobre Él,
entonces tenemos entusiasmo y optimismo para enfrentar la vida.
Pero, ¿cómo
encontrar a Cristo en mi vida concreta? ¿Cómo hacer que la luz de su esperanza
me penetre y me llene el corazón?
Sabemos que la
Estrella que nos conduce a Cristo es MARÍA, su Madre. Ella es la gran tierra de
encuentro con el Señor.
La Iglesia la llama
Madre de la esperanza. Desde la Anunciación, Ella apoya todos sus anhelos en su
Hijo. Ella sabe que Cristo es la roca que no pasa y que nunca desengaña. Por
eso, espera contra toda esperanza, incluso cuando Él muere, junto a Ella, en la
cruz. Para los apóstoles, la muerte de Jesús resulta el tremendo fin de todas
sus esperanzas. No así para María: Ella continúa su camino por la oscuridad,
pero con el corazón lleno de esperanza.
Acerquémonos, por
eso, a Ella, esa tierra de encuentro y de esperanza que es María. Con su luz,
Ella enciende también en nosotros la esperanza de Cristo y nos precede en el
camino. Así Ella nos ilumina para saber apoyar en el Señor todas nuestras
esperanzas humanas. Y como la vida de María, así también la nuestra se llenará
de alegría, de un entusiasmo que no pasa, de una eterna juventud.
Pidámosle a la
Virgen María que nos ayude a construir una comunidad de la esperanza, pero
apoyada sobre la roca de Cristo. Solo sobre este fundamento podremos edificar
un futuro mejor de nuestra patria y nuestro pueblo.
Porque una
comunidad de la esperanza sólo se construye con hombre y mujeres de esperanza,
alegres y confiados, que han tenido un encuentro vital con Cristo en el corazón
de María. ¡Que la Madre de la santa esperanza nos ayude en esta misión!
Preguntas para la reflexión
¿Soy un hombre, una
mujer de esperanza?
Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su
testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario