Espíritu Santo: paloma y agua
Padre Nicolás Schwizer
N° 168 - 01 de mayo de 2015
El idioma más adecuado para hablar del Espíritu
Divino, por su carácter misterioso, es el de los símbolos e imágenes. El
Espíritu Santo escapa a la definición matemática. Se presta a la imaginación, a
la poesía, a la metáfora.
La paloma. Es la imagen más conocida y más tradicional. ¿Por qué Él se escogió la
paloma como símbolo suyo? Las razones de los teólogos no convencen. Parece ser
más un asunto de poesía que de teología.
“Ven, amada mía, paloma mía, ven desde las
grietas de la roca, déjame oír tu voz, porque tu voz es dulce” (Cant 2,14).
Todo el libro del Cantar de los Cantares es un poema de amor, y al amor le
gusta expresarse en metáforas. Y así la paloma se hace ternura, inocencia,
sencillez. Es fácil acercarse a ella, no se espanta, no hace daño. Esos mismos
rasgos se aplican espontáneamente al Espíritu Santo. Así idealizamos la paloma,
para que se ajuste más al modelo divino que representa. Hay animales con suerte.
La paloma aparece al final del diluvio. Noé la
envía desde el arca para saber si la tierra ya está seca. La primera vez vuelve
al no encontrar donde posarse. En su 2ª salida vuelve con un ramo de olivo en
el pico. Y en su tercera salida ya no vuelve más (Gen 8, 8‑12). La paloma fue fiel al volver con el verde
mensaje, y fue inteligente al no volver cuando vio que podía quedarse en la
tierra recobrada. Esa fidelidad e inteligencia de la paloma también le va bien
al Espíritu Santo. Sabe cuándo venir y cuándo marcharse.
Desde entonces, la paloma con el ramo de olivo
ha sido símbolo de paz entre el
cielo y la tierra, firmada con arco iris para que no haya más diluvios y no
vuelva a peligrar el género humano.
Rabinos entendidos ven la paloma también en la
creación: “el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2). Comparan la paloma que vuela
sobre las aguas originales de la creación con la paloma que vuela sobre las
aguas conquistadas del diluvio.
Y,
finalmente, la paloma sobre las aguas del Jordán (Mt 3,16). Representa la
bajada del Espíritu de Dios sobre Jesús, en el momento de su Bautismo, al
comienzo de su vida pública. Evoca la nueva creación, el mundo nuevo que
inaugura Jesús en la fuerza del Espíritu Divino. Y así en los grandes momentos
de la humanidad está presente la paloma, reflejándonos algo del Espíritu Santo.
El agua. Otro símbolo es el agua. “Entonces Jesús gritó: Si alguien tiene sed,
venga a mí y beba. Si alguien cree en mí, el agua brotará en él. Esto lo decía
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn 7, 37‑39).
Apenas puede haber imagen más bella y
significativa para el Espíritu de Dios que el agua viva, clara, libre, alegre.
El pueblo judío que se había formado en el desierto conocía el valor del agua y
lo consideraba un verdadero don del cielo. Y no es extraño que los ríos sean
sagrados en muchas civilizaciones. Y tampoco es extraño que el mar nos hable de
Dios si lo contemplamos en silencio.
El Espíritu Santo refresca y vivifica, limpia y
santifica, arrastra y fecunda. Y el bautismo es el signo sacramental del nuevo
nacimiento. En ese sentido dice la carta a Tito (3,5): “En el bautismo nacimos
a la vida, renovados por el Espíritu Santo”. Termina el último libro de la Biblia , el Apocalipsis, con
la llamada del Espíritu y la
Esposa a la cita profética: “El que tenga sed, que se acerque,
y el que quiera, reciba gratuitamente el agua de la vida” (22,17). El agua del
Espíritu que apaga la sed del alma y da vida eterna. Nuestra cita diaria con el
agua viva ha de convertirse en cita con el Espíritu que mueve las aguas de la
creación y la redención.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Cuál es mi símbolo preferido
del Espíritu Santo? ¿Por qué?
2. ¿Relaciono el agua con el Espíritu Santo?
3. ¿Cómo puedo aumentar mi
relación con el Espíritu Santo?
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