jueves, abril 02, 2015

Reflexiones

Las cruces de la santidad

Padre Nicolás Schwizer
Nº 167 - 01 de abril de 2015

Son cruces que nos llegan de parte de Dios. No hemos de temerlas, porque Dios no nos manda ninguna cruz que no seamos capaces de soportar.Sabemos que no es cosa fácil, aspirar a la santidad, luchar diariamente por mejorar y superar nuestros defectos. Si tomamos en serio esta lucha, se convierte en una cruz a veces pesada, pero al mismo tiempo, una cruz fecunda y bendecida. 


1. Magnanimidad. La primera cruz que la aspiración a la santidad nos impone. La magnanimidad es propia de un ser que busca lo grande, que aspira a las alturas, que trata de realizar sus elevados ideales. Es una grandeza de alma que no busca a sí mismo, sí solamente a Dios y su voluntad. En todo pretende lo más grande y lo más perfecto, por amor a Dios. Como en pocas virtudes, se manifiesta en ella la armonía entre el actuar divino y el humano. Magnanimidad es el secreto de la auténtica nobleza humana y es el misterio de los santos. Sin magnanimidad no hay hombres y mujeres auténticos, sino solamente enanos.

Y nosotros, ¿somos magnánimos como el águila, que procura llegar al sol?, ¿somos más bien estrechos y mezquinos como las gallinas, que se interesan sólo por su pedazo de tierra?, ¿O tememos quizás la cruz de la renuncia y de la entrega generosa? 


2.Heroísmo. Sin heroísmo no podemos vivir una vida matrimonial y familiar cristiana: aguantarnos mutuamente todos los días, pasar por alto los defectos del otro, madurar en nuestro amor al tú, mantenernos una fidelidad inquebrantable.
Pero, por nuestras propias fuerzas no podremos vivir diariamente ese espíritu de mártir. Necesitamos una fuerza superior. La Virgen María tiene que implorarnos al Espíritu Santo con sus siete dones. Sólo si estamos bajo la influencia del Espíritu Divino podremos vivir ese heroísmo cristiano. 


¿Sentimos algo de ese espíritu extraordinario en nosotros? ¿O pertenecemos más bien a aquellos de los cuales solía decir el Padre Kentenich?: “En las tumbas descansan los que tenían visiones grandes y que han realizado obras grandes; sobre sus tumbas nos arrastramos nosotros como una generación de enanos”.

3. Mortificación (sacrificio). Otra cruz que forma parte de nuestra santidad es la mortificación o el sacrificio en sus múltiples formas. Se trata de actuar en contra de los dictados de nuestros instintos y nuestra naturaleza. El Padre Kentenich decía que el grado de mortificación es el grado de nuestra santidad. Lo que cuenta no es tanto el amor afectivo, sino más bien el amor efectivo. Y este no se manifiesta en palabras y caricias, sino en los sacrificios que estamos dispuestos a realizar por las personas amadas.
 ¿Cuáles deben ser nuestras formas principales de mortificación? Mi primer campo de mortificación ha de ser: educar y pulir mi propio temperamento y carácter. Mis mejores sacrificios son aquellos que perfeccionan mi naturaleza. A través de nuestro esfuerzo ascético permanente, de una autoeducación sistemática voy dominando y superando mis defectos, los cuales ya he de conocer, a esta altura de la vida. Podemos hacer sacrificios que ayudan al cuerpo a ser más noble y superar sus caprichos: por ejemplo pereza, gula, tendencia a gozar excesivamente, comodidad, menor esfuerzo, manía de los calmantes, esclavitud del cigarrillo, etc. Hemos de buscar nuestro punto débil en este sentido y no perderlo nunca de vista. Debemos tratar a nuestro cuerpo con “amor respetuoso y con sabia severidad”. Otro campo de mortificación es mi vida profesional. Elijo ante todo aquellos sacrificios que me ayudan a cumplir mis deberes laborales de la forma más perfectamente posible. Tal vez debería leer en lugar de novelas, revistas de mi profesión para seguir formándome y actualizándome. 


Preguntas para la reflexión
1. ¿Tememos la cruz de la entrega generosa?
2. ¿Qué esfuerzos hago por corregir mis defectos?


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