¡No os preocupéis y angustiéis!
Padre Nicolás Schwizer
Nº 15 - 01 de febrero de 2014
Jesús
nos revela el rostro de Dios‑Padre: su amor paternal que se manifiesta en su
providencia para con cada hombre.
Sabemos
que el Padre tiene un plan de vida, que es un plan de amor, para cada uno de
sus hijos, para cada uno de nosotros. Por medio de este plan providente quiere
conducir y llevarnos a su reino, hacia su casa paterna. No sólo nos creó, sino
también nos provee y cuida de todos nuestros pasos.
Y si
ya vela con solicitud sobre criaturas insignificantes como “los pájaros del
cielo” y “los lirios del campo”, aún cuando no hacen nada - cuánto más cuidado
tendrá de estas criaturas más dignas y preferidas que somos nosotros.
Por
eso, Jesús nos exhorta: ¡No os angustiéis! ¡No os preocupéis! Pero esto no nos
impide trabajar, sino todo lo contrario: El Evangelio da ánimo para trabajar.
Cristo alaba al criado que, cuando viene su dueño, está ocupado (Lc 12,43).
Cristo no quiere gente ociosa. Él condena, en la parábola de los talentos, al
criado infiel por no haber hecho fructificar su talento.
La
verdadera fe no tiene nada que ver con la ociosidad, con la pasividad. El
cristiano no tiene nada que ver con el fatalista. Dios nos ha dado la capacidad
para el trabajo. Este es el primero de sus dones la primera señal de su providencia.
Cristo
no nos pone en guardia contra la ocupación, sino contra la preocupación - ni
contra el trabajo, sino contra la intranquilidad. “No os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué
nos vestiremos?”
Hay
que ocuparse, razonablemente, de todo esto, pero sin intranquilizarse, porque
la intranquilidad es precisamente lo que paraliza la acción, lo que impide
obrar como es debido.
Lo
que Cristo nos pide, es la cosa más natural del mundo: la confianza. Es la
misma confianza, que acá en la tierra el hijo da a sus padres, el marido a su
esposa, el alumno a su maestro.
Lo que es indispensable en
las relaciones sociales, Dios‑Padre lo espera también de nosotros: que tengamos
confianza en Él.
Si
estamos inquietos, angustiados, nerviosos ‑ es probable que ello ocurra porque
nos falta la confianza en Dios. Es el miedo que paraliza y hace ineficaz el
esfuerzo. Cuando mejor se trabaja es cuando hay confianza.
Dios
está con nosotros en nuestra vida, en cada momento, hoy y también mañana.
¡Contamos cada día con Él! La inquietud por el mañana perjudica el trabajo de
hoy: “No os inquietéis por el día de
mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción”.
Cristo
no condena la previsión ni el ahorro. Tenemos que saber prever razonablemente
las cosas y estamos obligados a ahorrar.
Pero
no exijamos una seguridad total, porque no la tendremos nunca. Es preciso
aceptar cierta inseguridad necesaria. Tenemos que asegurarnos, pero no es
posible que nos aseguremos contra todo. No hay que buscar el medio de poder
prescindir de la providencia.
Incluso
con los hijos: tenemos que saber pensar en ellos, pero no protegerlos contra la
providencia. No debemos enseñarles que puedan prescindir del Padre. Por
supuesto, tenemos que amarlos, educarlos bien, instruirlos todo lo que podamos,
darles las mejores posibilidades para el porvenir.
Pero,
sobre todo, debemos enseñarles la alegría y la tranquilidad de que tienen un
Padre en el cielo, y que - como nosotros - pueden poner en Él toda su confianza
filial.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Transmitimos tranquilidad y confianza a nuestros hijos?
2. ¿Nos quejamos ante ellos de “los problemas de la vida”?
Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su
testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario