Pequeños y pobres - predilectos de
Dios
Padre Nicolás Schwizer
En el último Concilio, la Iglesia de nuestro tiempo se definió a sí
misma, solemnemente, como “la Iglesia de los pobres”. ¿Por qué? Simplemente
porque la Iglesia no puede traicionar a los suyos, a los de su mismo origen.
La Iglesia quiere intervenir en favor de los pequeños, de los pobres,
porque ante cada uno de ellos el cristiano debería decirse: este hombre me
recuerda a mi Dios, el sencillo carpintero de Nazaret; esta mujer me recuerda a
María, mi humilde Madre.
Cristo escogió voluntariamente nacer entre los pobres, porque venía a
anunciarles la Buena Nueva del Evangelio: que Dios tiene un corazón de Padre
que ama con predilección a los pequeños, a los sencillos, a los pobres.
El Dios del Evangelio es el Dios de los pobres, y es María la primera
que lo anuncia en su hermoso canto del Magnificat: “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios,
mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora... Él
derribó del trono a los poderosos y elevo a los humildes; colmó de bienes a los
hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 48ss.).
La Iglesia de hoy quiere ser una Iglesia de los pobres porque quiere
renovarse en el espíritu de Jesús y de María. Cada vez que se la ha acusado de
comprometerse con el dinero de los poderosos, ha sido porque ha traicionado a
su Madre, porque ha desfigurado a Cristo, nacido por Ella en un pobre hogar de
carpintero.
Dios ama con predilección a los pobres porque sufren. Todo padre quiere
que sus hijos sean felices y por eso se preocupa especialmente de aquellos que
no lo son. “Venid a mí todos los que
estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré”.
Cristo vino a anunciar a los pobres, que Dios quiere liberarlos de su
miseria, para que gocen plenamente de las riquezas que el Padre ha creado para
ellos. Dentro de estas riquezas está también el bienestar económico: Dios
quiere que todos los hombres lleven una vida digna de su condición de hijos
suyos.
Dios ama con predilección a los pequeños porque tienen un corazón
abierto. La principal riqueza que Dios quiere comunicarnos es su vida de amor.
Y el amor no se recibe con las manos, sino únicamente si se tiene un corazón
abierto, un alma de niño. Éste es un rasgo típico de los pobres, y por eso Dios
los ama. Porque no están apegados a muchas cosas materiales, los pobres se
sienten vacíos y pueden abrirse con facilidad al amor de Dios y de los demás.
En nuestro tiempo va creciendo la conciencia de la solidaridad con los
pequeños, los necesitados, los pobres. Y más nosotros, como cristianos, tenemos
que comprometernos en esta lucha por los que son del mismo origen de nuestro
Dios y de nuestra Madre celestial. Pero tenemos que hacer nuestro aporte
propio: tenemos que dar alma a esta lucha.
Y esto, porque los cristianos queremos que nuestro país, además de
vencer sus problemas económicos, conserve una sencilla alma de pobre, un
corazón abierto a la mayor de las riquezas: el amor.
Deseamos que todos tengan bienestar, pero sabemos que las riquezas
corrompen a los pueblos, que traen materialismo e individualismo, que destruyen
las familias. Así lo prueba la historia.
Los cristianos
tenemos que salvar a nuestros hermanos del peligro de la pobreza, pero, al
mismo tiempo, salvar su alma y su corazón del peligro de las riquezas y del
materialismo.
Queridos hermanos, pidamos a Dios y a la Sma. Virgen que nos ayuden a
tener ese espíritu de sencillez, a convertir nuestra Iglesia en una verdadera
Iglesia de los pequeños y pobres: una Iglesia que sepa comprometerse por los
sencillos y necesitados, pero sin sembrar odio ni división; una Iglesia que sea
capaz de ser alma del país, infundiéndonos ese corazón abierto al amor y a la
solidaridad que tenían nuestro Señor y nuestra Madre, la Sma. Virgen María.
Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su
testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com