El Puente
Año 6
Nº 21
Abril 2012
Sumario
a) Carta
para nosotras: Iris Wiersman, consejera
b) Espíritu Mariano:
“Como María” María: “Como Tu María”
Aporte Curso 11º RMet
c)
Espíritu Comunitario: “Mujer nueva en una comunidad nueva” Aporte Curso 12º
RCuyo
d)
Espíritu Apostólico: “Como sal y levadura en masa” Aporte Curso 3º PY
a)
Carta para
nosotras
Aporte de Iris
Wiersman, consejera
Esto es una copia de una homilía que se
presentó durante las misas de aguinaldo en el 2001 en la Parroquia Nuestra Señora
de Guadalupe (Bo Campo Alegre, Hatillo).
Los
fundadores:
Según el plan del Dios providente, los fundadores
son personas escogidas a través de las cuales, Él hace llegar a la Iglesia su gracia
renovadora y vivificante. A ellos los hace portadores de carismas, es decir, de
gracias especiales del Espíritu Santo, que conforman y alimentan la vida del
Pueblo de Dios. Los Sumos Pontífices no han cesado de destacar la importancia
que tienen los fundadores para sus comunidades y para la Iglesia. Con
insistencia llaman a seguir sus pasos, a imitar su ejemplo y a mantener vivo su
espíritu.
El Señor nunca abandona a su Iglesia.
Constantemente sale al encuentro de las necesidades y desafíos que ésta padece
y elige a personas que se abren a su gracia y conducción providencial. En esta
perspectiva se sitúa para nosotros la persona del P. José Kentenich, fundador
del Movimiento de Schoenstatt. En él vemos la mano del Dios providente que
conduce la historia a través de instrumentos libres y dóciles. Con ocasión del
centenario de su nacimiento, en 1985, el Papa Juan Pablo II dirigió a la Familia de Schoenstatt las
siguientes palabras: “La experiencia secular de la Iglesia nos enseña que la
íntima adhesión espiritual a la persona del fundador y la fidelidad a su misión
–una fidelidad que está siempre de nuevo atenta a los signos de los tiempos-
son fuente de vida abundante para la propia fundación y para todo el Pueblo de
Dios… Vosotros habéis sido llamados a ser partícipes de la gracia que recibió
vuestro fundador y a ponerla a disposición de toda la Iglesia.” (Juan Pablo
II, Roma, 20 de septiembre de 1985)
El carisma que Dios regaló al P. Kentenich es un
carisma preclaramente mariano, marcado por una alianza de amor sellada con la
santísima Virgen en el pequeño santuario de Schoenstatt. Un carisma mariano que
quiere dar respuesta a las herejías antropológicas de nuestra época y que está
orientado hacia la creación de un nuevo tipo de hombre cristiano que, de
acuerdo a la persona y misión de la Virgen María, trata de encarnar en medio del
mundo la armonía entre lo natural y lo sobrenatural.
La forma más adecuada para conocer el carisma de
una comunidad o movimiento eclesial es conocer la vida del fundador. El
fundador no sólo proclama su carisma; lo más importante es que él mismo lo
encarna. Su vida da testimonio del paso de Dios por la historia. En ella aparecen
los dones y talentos que Dios le ha conferido y que quiere hacer llegar al seno
de la Iglesia. Para
quienes Dios llama a Schoenstatt esto reviste gran importancia, pues en la
historia del fundador se delinea la voluntad de Dios no sólo para Schoenstatt
en general, sino para su propia vida. Si el Dios providente nos ha llamado a
Schoenstatt, ello significa que Él nos llama al seguimiento de su fundador. Tal
como a un jesuita le revela su voluntad a través de la vida de San Ignacio, de
modo semejante nos manifiesta en forma especialísima nuestra misión y el
sentido de nuestra existencia como miembros de Schoenstatt, a través del P.
José Kentenich. De aquí que conocer más profundamente su trayectoria de vida
constituye un camino privilegiado para conocer nuestra propia vocación y saber
qué espera Dios de nosotros.
Estas reflexiones nos mueven a considerar el
carisma mariano de Schoenstatt, y concretamente la alianza de amor con María,
no en forma teórica, sino, en primer lugar, en la vida del fundador.
¿Quién es el Padre Kentenich?
“Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque
conduzca al abismo más profundo y oscuro, aunque un salto mortal siga a otro”,
decía con serenidad y total convicción, al atardecer del día 31 de mayo de
1949, en la capillita aún no del todo concluida, a los pies de la cordillera
andina, el Padre José Kentenich. Tenía a la sazón 64 años. Esas palabras eran
fiel reflejo de su vida. Nació el 18 de noviembre de 1885 en el pueblito de
Gymnich (Alemania), a partir de sus nueve años fue internado, durante los cinco
siguientes, en un orfanato en Oberhausen. En 1899 ingresa al Seminario Menor de
los Padres Pallotinos en Ehrenbreitstein. En 1904 comienza su noviciado. Al
cabo de seis años de duras pruebas: una salud muy frágil, crisis de fe que se
prolongan por años y un primer rechazo por parte de sus superiores al tratarse
su acceso a la ordenación sacerdotal. Es ordenado ministro de Cristo el 8 de
julio de 1910. Profesor de latín y de alemán. Director Espiritual en el
Seminario Menor de los Padres Pallotinos en Schoenstatt. Fundador del
Movimiento Apostólico de Schoenstatt. La Primera Guerra
Mundial y la post-guerra. [Tengo duda de qué es] Famoso predicador de retiros
para sacerdotes en la década del 20’
y la del 30’;
perseguido por el Nacionalsocialismo y prisionero en el campo de concentración
de Dachau.
…..Los seres humanos, por
nuestra condición sensible, buscamos encontrar a Dios, y a lo divino, encarnado
en personas humanas concretas. El hombre no puede vivir sin “arquetipos”. No
puede sentirse atraído por una religión puramente intelectual, desencarnada.
Normalmente llegamos a la realidad invisible, al Dios vivo, a través de signos
visibles que nos lo hacen cercano en la tierra. Por eso los hombres y mujeres
de Dios siempre son necesarios. Hoy más que nunca. Dice el Concilio Vaticano
II: “…en la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, con mayor
perfección se transforman a imagen de Cristo, Dios manifiesta al vivo ante los
hombres su presencia y su rostro” (Iglesia, 50). Y también enseña el Concilio
que, ante el fenómeno masivo del ateísmo contemporáneo, es tarea de la Iglesia hacer “transparentes” y “como visibles” a
Dios Padre y a su Hijo Jesucristo (Iglesia y Mundo 21). Esto fue el Padre
Kentenich: un gran “transparente” de la paternidad de Dios. Así lo
recuerda una madre de cinco hijos: “Conocí al Padre… me sentí querida,
aceptada, acogida y comprendida como nunca antes. Me cambió la vida… ya no le tuve más miedo a la
muerte, ni al juicio, ni a Dios… Si un ser humano, un padre terrenal puede dar
tanta paz y alegría al alma, cómo será nuestro Padre Celestial”, No
es éste el lugar para dar una visión panorámica de la vida del Padre Kentenich.
Queremos acercarnos a su persona desde un ángulo bien determinado, a saber: su
relación con el movimiento del pueblo y de peregrinos de Schoenstatt. Cabría
afirmar dos cosas. Siendo Schoenstatt reflejo de la persona, del espíritu del
Padre Kentenich (“ella es y será mi otro yo aquí en la tierra”), es lógico que
el Movimiento, en su espiritualidad y en su estructura, ponga de manifiesto la
amplitud de corazón, la grandeza de alma, el universalismo de su fundador. Por esta razón, Schoenstatt no podía ser solamente
un movimiento destinado a unos pocos, a una elite, a comunidades de jefes.
También debía tener una dimensión universal, estar abierto a todos. “El
universalismo del Movimiento” -dijo el Padre Kentenich en una oportunidad-
“exige que todo tipo de individuos y de personas puedan encontrar en él un
hogar”(1935). Para lograr esto es necesario también el Movimiento
del pueblo y de peregrinos, que el Padre Kentenich llamó a la existencia en la
hora de la fundación (1914) e impulsó concretamente a partir de 1934. Al mismo
tiempo, el Padre Kentenich juega un rol decisivo en el movimiento popular. En
Schoenstatt la presencia de María en el Santuario, y su mensaje, nos llegan a
través del Padre Kentenich. A su vez, éste nos conduce a María, nos conduce al
Santuario.
b)
Espíritu Mariano: “Como
María”
Aporte Curso 11º Región
Metropolitana
¡COMO TU MARIA!
Cómo tú
María, queremos que modeles en
nosotras el corazón de una hija fiel.
Queremos un corazón de niñas dóciles a la voluntad del padre Dios;
perseverantes en el servicio, seguras y confiadas en tu victoria, fieles a la
enseñanza de nuestro padre Fundador.
Cómo tu María, queremos ser la
hija fiel que fuiste en Nazaret, abierta a escuchar los deseos de Dios, para
darle nuestro si. La hija fiel que sirve en lo concreto y anuncia labuena
noticia como en la visita a tu prima Isabel.
Cómo tu
María, queremos ser puentes de amor, acercar a Jesús a los hombres de
hoy, a unirlos en lazos de amor, a atraerlos hasta Ti, a crear vínculos con los
más lejanos, a llegar hasta los más
necesitados, a acercar el carisma del padre Kentenich a la Iglesia y al mundo de
hoy.
Queremos ser un puente de amor,
¡cómo tu María!, que abrazaste en tu corazón lo humano y lo divino, para alumbrar
en Belén, al que es puente entre Dios y los hombres.
¿Qué anhelamos? ¡María, si fuéramos como tu! . Anhelamos poder repetir el sí de María y ser
tan receptiva y estar tan abierta al mundo de Dios como Ella. Realmente, ¿no
quisiéramos todas ser una aparición de
María abriendo de par en par las puertas del corazón y dejando entrar a Cristo
en él? . Nuestras ansias no se acallan con un sí dado a Dios de vez en cuando;
quisiéramos repetir continuamente aquellas palabras: “Sí, Padre, hágase en
mí…”. Deja a tu hijo en nuestro corazón y enséñanos a llevarlo al mayor número
posible de hombres. Toda mujer, por ser reflejo de María, ha sido llamada de
una manera particular, a llevar a Cristo a los hombres, tanto por su ser como
por su actuar, maternales y fecundos. (
“María, si fuéramos como tu ”.P. Kentenich).
Queremos ser un puente de amor,
¡cómo tu María!, que en Caná intercedes ante tu Hijo Jesús por los hombres.
En Caná de Galilea vemos dos
servicios, uno a favor de los hombres y el otro del Hijo. María se hace cargo
del bochorno de los novios y hace el servicio de decirlo al Hijo. No le discute
al Hijo la respuesta, sino que hace un segundo y hermoso servicio, esta vez a
la misión de Jesús, diciéndoles a los sirvientes: “Haced lo que Él os
diga”. El amor es así, no usa violencia, no arremete, abre caminos y libera
fuerzas de amor, alegra y serena. ¿Es posible ésto? Sí es posible por la ley
fundamental del amor: la ley de la asemejación.
Me asemejo a quien amo. Sólo la fascinación por el modelo amado nos
puede transformar realmente. (“Anhelo de amor”. P. Eronti ).
Queremos ser un puente de amor,
¡cómo tu María!, que unes tu corazón al cáliz de tu Hijo en el Gólgota, para que
Él una eternamente la tierra y el cielo.
En
la medida que por la fuerza asemejadora del amor nos identifiquemos con María
se realiza esta oración del Padre Kentenich:
“Que su vida sea una imagen fiel de la vida
de nuestra madre en la tierra; que, a través del hijo, Ella resplandezca
revelando su gloria a nuestro tiempo”. (hacia el Padre N°439).
Queremos revelar la gloria de María. Desde la
fuerza de la Alianza
y del Santuario, lugar de gracias
El Padre
Fundador nos propone un programa de vida:
“Madre
aseméjanos a ti y enséñanos
a
caminar por la vida tal como tú lo hiciste.
fuerte, digna,
sencilla y bondadosa,
repartiendo amor paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo
preparándolo
para Cristo Jesús”.
Curso 11-Hija fiel, puente de amor. Matilde
Priani, Ana Figuera, Nancy Fernandez, Susani Ojam y Alicia Griffo.
c)
Espíritu comunitario
Aporte
Curso 12 Región de Cuyo
La mujer nueva en la
comunidad nueva
La Federación es
comunidad
La Federación apostólica es una comunidad
de madres, moderna, atractiva,
apostólicamente capacitada, que vive en medio del mundo, y que animada por el
espíritu de los Consejos Evangélicos y en la fuerza de la Alianza de Amor con María
se consume, en íntima unión a la
Iglesia y a Schoenstatt, por la renovación religiosa y moral
del mundo en Cristo.
Este llamado
que Dios nos ha hecho, si bien es individual, también es un llamado social. La vocación que hemos
recibido es una vocación que compartimos con nuestras hermanas de Curso. Es
decir, no es sólo una vocación propia
sino también comunitaria. No se concibe en forma aislada ni con otras
personas. ¿Qué significa esto? Que Dios nos llama para que formemos un grupo;
la elección de cada una no es independiente del llamado de las otras madres,
sino que cada elección está ligada en forma indisoluble con la elección de las
otras hermanas de Curso.
Hemos sido
llamadas individualmente pero para que participemos de un grupo determinado con el
que formamos una comunidad.
Dios, al decir mi nombre, me llamó a determinado curso, con un grupo de
hermanas. Por eso, en Federación no hay vocación sin comunión.
Somos comunión, somos comunidad, porque queremos crecer y necesitamos la ayuda de las demás. El sentido de la comunión es crecer y poder
ayudarnos las unas con las otras para hacerlo. Esto que parece tan banal, que
parece tan sencillo, no lo es. No vivimos la comunión sólo porque es lindo ser
amigas y hermanas, porque nos sentimos cómodas, nos sentimos bien, sino que
vivimos en comunión para crecer, para estimularnos y auxiliarnos, para lograr
aquello para lo que hemos sido llamadas, la santidad.
Dios me ha llamado para la Federación y me ha
llamado también como curso, junto a estas hermanas y no puedo pertenecer a la Federación sin ellas. Son las hermanas que la Mater eligió para mí.
Al mismo tiempo esa vocación común, compartida, es la raíz de la comunidad. Por eso
ese llamado común de Dios es lo que nos une como curso.
Vivir en comunidad significa ser corresponsable en las tareas que se nos encomiendan. También
ser corresponsable de cada una de mis hermanas y estar atentas no sólo a su
crecimiento espiritual y comunitario, sino también a sus problemas de salud,
familiares y económicos. También llamarse mutuamente la atención, corregirnos.
Todo esto nos ayuda a crecer, a llegar a la meta que es nuestra santidad y la
del curso.
Formar una comunidad nueva
Nuestro
curso tiene como ideal ser “Madre filial, transparente
de María, instrumento de amor, paz y alegría” para construir un “Nuevo
Mundo”, “una comunidad nueva”. Deseamos
regalar amor, paz y alegría a los que nos rodean, para luchar contra la ausencia de Dios en
este mundo secularizado. Queremos ser
madres nuevas para forjar una comunidad nueva.
El Espíritu comunitario tiene su fuente en el amor común a la Mater y al Padre, quienes
crean en la comunidad un ambiente familiar en el que cada una vive en la otra y
por la otra, haciéndose corresponsables
mutuamente de la santidad de cada una.
Vivir en comunidad, en comunión, significa abrir el corazón a esta inmensa experiencia de sentirnos regaladas por los otros.
Junto con el capital de gracias también recibimos los valores, el fruto de los
talentos que ellos tienen y del cual todas nos enriquecemos. Vivir en comunión
es enriquecernos con el aporte de los otros, en nuestro caso, especialmente de
nuestras hermanas de curso, de las hermanas de Federación, pero también de la
familia de Schoenstatt y la
Iglesia toda.
Junto
con el recibir está el segundo movimiento que es el dar. La comunión involucra la capacidad de dar, colaborar con los
otros, colaborar con el capital de gracias, ayudarnos mutuamente en el camino
de salvación. Comunidad es corresponsabilidad, sentirse asociada a la otra
persona y apoyarla.
Consejos para construir una
comunidad nueva
1. Sumar y no restar. La comunidad se hace por la
suma de las personalidades. Y no porque cada una tenga que perderse para
nivelarse. La comunidad nueva es la comunidad perfecta a base de
personalidades diferentes. Nadie tiene que desdibujarse, ni despersonalizarse, ni perder la riqueza
propia, original de cada una: sino que al contrario, se deben sumar las
originalidades. De esta manera se
multiplica la riqueza y el potencial de cada una.
2. Ver las diferencias como riquezas. Las diferencias no
son una amenaza a la comunidad. No ponen en peligro a la comunidad. En todo caso
son una riqueza aunque a veces molesten, incomoden. Esas diferencias, esas
originalidades son las que enriquecen, y no el uniformismo. Nos enriquecemos
cuando nos complementamos, cuando intercambiamos, cuando interactuamos. El don
que Dios le dio a mi hermana no es sólo para ella, sino también para mí. Se lo
regaló a ella pero también a mí en ella. Tengo que agradecer ese regalo y del
mismo modo compartir mis propios dones. La diferencia me complementa y me
enriquece.
3. El alegrarse por los talentos y logros de mis hermanas. Eliminar todo tipo de celos, de envidias. A
veces, nos cuesta alegrarnos lo suficiente de los logros de las demás, felicitarlas y alegrarnos de corazón. Debemos
dejar de lado el orgullo y la soberbia y entregarnos al amor fraterno.
4. Actitud de destacar lo bueno y positivo. El
padre tenía una imagen, muy simpática para esto, decía: tenemos que ser
mariposas y no moscas de letrina. Las mariposas buscan lo lindo, van de flor en
flor. La mosca de letrina va a la letrina. Ser mariposas y no moscas de
letrina.
Cuando destacamos lo bueno de nuestras hermanas les
provocamos que quieran mejorar aún más y eso siempre redundará en beneficio de
la comunidad.
5. Invertir en la cuenta afectiva del curso. Uno recibe un montón de
la comunidad, y en definitiva recibe mucho más de lo que da, pero la actitud
debe ser: primero doy, y doy sin esperar. Cuando doy sin esperar, recibo. Pero
cuando condiciono mi dar a recibir, normalmente comienzo a calcular y me
empieza a ir mal.
Antes
que el dar está el recibir, porque es lo primero, antes de dar yo recibo la
vida, y recibo la vida como una gracia. Dios me regala la vida.
Por eso, toda la vida
cristiana es un deber de gratitud a lo que hemos recibido y al amor de Dios que
siempre es primero. Y creo que en esto vale lo mismo: en la comunidad se trata
de amar primero y no esperar que me amen primero. Cuánto
más abro mi corazón, más me enriquezco,
con cosas que sé y con cosas que no sé.
En la comunidad y en la cuestión de la comunidad
siempre hay que tomar la iniciativa. Si todas tomamos la iniciativa, todas
salimos ganando.
6. El sobrellevar una a la otra. El amor tiene mucho de
aceptar indudablemente al otro y de asumir la responsabilidad por el otro, por
lo tanto yo cargo con lo tuyo. Es bueno rezar por cada una de las hermanas y
encomendarlas en la oración diaria, además de interesarnos por su vida, sus
alegrías y sus problemas.
“Como elegidos de Dios, santos y amados, revístanse
de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad,
la dulzura y la paciencia. Sopórtense los unos a los otros y perdónense
mutuamente, siempre que alguien tenga motivos de queja contra otro. El Señor
los ha perdonado, hagan Uds. lo mismo, y sobre todo, revístanse del amor, que
es el vínculo de la perfección, y que la paz de Cristo… corrigiéndose los unos
a los otros…” Colosenses, (cap.3, 12-17)
7. Comprensión versus susceptibilidad. Susceptibilidad es esa irritabilidad, es el no sobreponerme a lo que me
hiere, a lo que me molesta, a algo que yo veo en otra persona, es cuando me
siento atacada exageradamente, cuando me quedé demasiado “tocada”,
quisquillosa. Contra esa susceptibilidad, el mejor consejo es una mayor comprensión y el despojo del amor
propio.
8. Ser maestras de la reconciliación,
de la mediación, del encuentro versus toda forma de rencor y resentimiento.
Varios de estos defectos comunitarios no hieren a otro sino a uno mismo. Esto
es un ejercicio, que primero cuesta, pero de a poco se va internalizando y se
logra en forma natural. Debemos buscar siempre la forma de mantener unida la
comunidad dejando de lado las susceptibilidades individuales.
9.
Actitud de sencillez, de humildad
frente a este afán de protagonismo o de reconocimiento. Una cuota de
reconocimiento, es natural, porque todos tenemos necesidad de cierto
reconocimiento y de una “palmadita”, y de que me quieran, es lo lógico. Pero
tiene que tener todo una cierta medida. Cuando
esa necesidad de reconocimiento es tan grande que estoy demandando
constantemente más y más cariño y afecto, y que me quieran y me lo demuestren y
demás, en un momento llega a ser desmedido.
10. No asustarse tanto de las crisis.
Todas las hemos pasado en algún momento: familiares, laborales, de salud,
económicas, etc. No se destruyó nuestra familia porque tuvimos una discusión,
no se vino todo abajo porque pasamos una crisis. Luego de pasar cada crisis
crecimos y salimos más fortalecidas. No hay que asustarse demasiado por las
crisis. Saber que hay momentos mejores, más productivos, más creativos, de mejores
relaciones y otros más difíciles; pero que la Mater está siempre allí para mantenernos unidas.
Aporte
Curso N° 12 - “Madre filial, transparente
de María, instrumento de amor, paz y alegría”
Cecilia
González de Favier
María Julia
Podestá de Flamarique
María Laura
Jofré de Iraira
Bibliografía:
“Federación, Vocación, Comunión y Misión.”
Charla del P. Guillermo Carmona
“LA COMUNIDAD” Charla del P. Juan Pablo Cattogio
d)
Espíritu Apostólico: “Como Sal y Levadura en Masa”
Aporte Curso 3º Paraguay
Dios nos llama ante todo como hijos
de la Iglesia
a tomar conciencia cada vez mayor de su responsabilidad: "Vosotros sois la
sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo"»
Con dos sencillas comparaciones el Señor Jesús nos habla de una
doble responsabilidad en la misión de anunciar la buena nueva al mundo entero:
la primera es la de "no desvirtuarnos", cuidar de no perder la fuerza
y la capacidad de "salar"; la segunda es la de "hacer brillar
nuestra luz delante de los hombres". Nuestra presencia en medio del mundo
-enseña el Señor- ha de ser como la de una ciudad
puesta en lo alto de un monte, no puede ocultarse, es visible para todos.
Esforzándonos por llevar día a día una vida cristiana coherente y luminosa,
estamos llamados a ser un importante punto de referencia para la vida de muchos
que, viendo nuestras buenas obras, darán gloria a nuestro Padre «que está en
los cielos».
Así hemos de profundizar en nuestro llamado a vivir
bien y también a enseñar.
SER SAL: VIVIR DE ACUERDO A LA PROPIA IDENTIDAD
Primero, hay que vivir bien, y por ello el Señor Jesús nos
compara con la sal. ¿Quién no quiere vivir bien? Todos lo queremos. Pero,
¿qué es vivir bien? Muchos creen que vivir bien es rodearse de
riquezas, buscar constantemente gozar de placeres o dominar sobre los demás.
Este "vivir bien", que constituye el horizonte de máxima aspiración
para muchos, no puede apagar la sed de infinito del hombre. Otros piensan
que vivir bien consiste en limitarse a no hacer mal a nadie, o -un
poco más allá- buscar hacer el bien a los demás viviendo la filantropía. Sin
embargo, este vivir bien en sentido ético, aunque bueno como tal, es
también insuficiente al ser humano: tampoco sacia su sed de infinito.
El ser humano para vivir bien en el sentido pleno de la
palabra necesita mucho más que eso, necesita ante todo saber quién
es para poder ser quien es, es decir, al ser humano le urge conocerse
a sí mismo, su identidad verdadera, para a partir de allí orientar
decididamente toda su acción hacia la realización de aquello que está llamado a
ser. Para vivir bien debo saber quién soy yo y vivir de
acuerdo a eso que soy en verdad. Sólo así seré verdaderamente feliz.
SOY PERSONA HUMANA Y SOY CRISTIANO
Lo primero que descubro
cuando reflexiono sobre mí mismo es que soy persona humana, es decir, que
vivo y existo, no como existe una piedra, una planta o un animal, sino
como ser humano. Descubro que soy un ser individual, singular, pero a la
vez abierto y en relación con el ambiente y con otras personas humanas como yo,
descubro que soy un ser para el encuentro y para la comunión, capaz de
relacionarme con Dios.
Por la
Revelación comprendo además que soy persona
humana porque he sido creado por Dios, Comunión de Amor, a su imagen
y semejanza. Lo que soy es un don de este único Dios personal.
Por la
Revelación conozco también que luego del desorden y la muerte
introducidos en el mundo por el pecado del hombre, y luego de la obra
reconciliadora realizada por el Señor Jesús, asociado a la muerte y
resurrección del Señor Jesús por el Bautismo, he llegado a ser una nueva
criatura: soy cristiano.
A la pregunta Quién soy respondo
entonces: soy persona humana y soy cristiano. Por Don de
Dios, esa es mi identidad básica. Conocer esta realidad ontológica es
fundamental para poder vivir bien, es decir, vivir de acuerdo a
aquello que es mi naturaleza, vivir de acuerdo a aquello para lo que he sido
creado. De eso depende mi felicidad. Si perdemos de vista quienes somos,
dejaremos de obrar en conformidad con lo que somos. Entonces, como la sal,
"nos desvirtuamos", perdemos la capacidad y fuerza para "dar
sabor" a la vida de muchos, y nosotros mismos nos estropeamos.
SER LÁMPARA: DIFUNDIR LA LUZ RECIBIDA
Desde esa identidad hay que enseñar, y por ello el Señor Jesús
nos compara con la luz que difunde una lámpara.
El modo como Dios Padre ha dispuesto en sus amorosos
designios hacer brillar en el mundo su Luz, aquella que es
la vida de los hombres, aquella que nos arranca de las tinieblas del pecado y de la muerte, es por la Encarnación de su
Hijo, del seno inmaculado de la
Virgen María, por obra del Espíritu Santo. Pero asimismo ha
querido difundir esta luz asociando también a todo hombre redimido a
la misión de su Hijo.
Por el Bautismo el hombre pecador pasa de las tinieblas a la
luz. En adelante está invitado a caminar como hijo de
la luz, apareciendo ante los demás como una antorcha radiante. Así los
cristianos «son la luz del mundo, ya que, iluminados por Él mismo, que es la Luz verdadera y eterna, se
convirtieron ellos también en luz que disipó las tinieblas», Por
la predicación, la enseñanza y el testimonio de una vida de
intensa caridad, todo cristiano está llamado a difundir esa Luz que él mismo ha
recibido, procurando incrementarla cada vez más en sí mismo.
No tengamos miedo al
mundo paganizado, porque el Señor nos busca justamente para que seamos
levadura, sal y luz en medio de este mundo. No te preocupes, que el mundo no te
hará daño, a no ser que a ti te dé la gana. Ningún enemigo de nuestra alma
puede nada, si nosotros no queremos consentir. Y no consentiremos, con la
gracia de Dios y la protección de Nuestra Madre del cielo.
Sed piadosos. Sed rezadores. Una vez, estaba yo preocupado por las
circunstancias de una nación determinada, y decía: Dios mío, ¿qué pasará allí?
Justamente porque el ambiente era muy malo. Y vino uno de los Directores y me
dijo: Padre, esté tranquilo, porque somos muy rezadores. (...) Sed rezadores, y
no tengáis miedo del mundo paganizado. Quitaremos el paganismo del mundo, con
la oración.
Pero no hay que pensar sólo en los riesgos de un ambiente hostil. Muchas
veces, lo que dificulta la vida cristiana no son los grandes enemigos de fuera,
sino simplemente la premura de tiempo, el agobio que deriva del exceso de
trabajo o del pluriempleo, el sentir como una incapacidad física para llegar a
todas las cosas. Hay momentos en que uno puede dejarse llevar por el
nerviosismo, y perder el punto de mira, el norte sobrenatural, que debe dirigir
todo lo que se hace, también lo más humano.
Ese desasosiego roba la presencia de Dios y puede romper la perspectiva, de tal
manera que se llegue a pensar que no tiene sentido dejar un trabajo muy urgente
para dedicar en exclusiva unos minutos a la oración, a la vida de piedad... Se
pierde entonces, no sólo la oportunidad de santificar el propio esfuerzo, sino
que, en la práctica, y no es paradoja, disminuye la eficacia en el trabajo, el
aprovechamiento del tiempo.
CONCLUSIÓN
Cabe hacernos ahora y
siempre una pregunta fundamental: ¿Cómo contagiaremos a los demás si no
es con nuestras buenas obras, es decir, con obras que reflejen lo
que somos y anunciamos? ¿De qué sirve que alguno de nosotros hable
con mucha elocuencia si sus palabras no van precedidas y acompañadas por el
"sabor" y fuerza que da a las palabras el testimonio de una vida
cristiana coherente, nutrida de caridad?
No olvidemos que
nuestra primera responsabilidad es la de ser santos desplegando los que somos
por Don de Dios, y es que «la santidad es la verdadera fuerza
capaz de transformar el mundo. De este modo, abriéndonos y cooperando
intensamente con el dinamismo transformante de la gracia derramada
continuamente en nuestros corazones, el Señor Jesús nos llama a ser hoy
sal y luz para el mundo entero.
Nuestra responsabilidad como cristianos:
- Ser sal de
la tierra: Mt 5,13.
- Ser luz
del mundo: Mt 5,14-16.
- Ser como
levadura que todo lo fermenta: Mt 13,33; Lc 13,21.
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO
- ¿Qué
significa para ti ser "sal de la tierra y luz del mundo"? ¿Con
qué otro ejemplo explicarías esta realidad?
- ¿Qué
opinas de las distintas formas de "vivir bien" que el mundo
ofrece a los seres humanos?
- ¿Por qué
es importante saber quién soy?
- Es
necesario conocerse bien para poder vivir plenamente. ¿Por qué?
- ¿Qué
importancia tiene que seamos coherentes en nuestro testimonio si sabemos
que estamos llamados a ser "luz del mundo"?
¿Crees que estás siendo
"luz del mundo"? ¿Por qué?
Beverly Ocampos de Callizo