sábado, mayo 31, 2008

El respeto entre padres e hijos

P.Nicolás Schwizer

Cuando un hijo nace, lo amamos porque es nuestro hijo. Pero en realidad amamos un pequeño gran misterio. No sabemos cómo es, qué características tiene, cuál será su vocación. No sabemos, en definitiva, cuál es el querer de Dios para él. La verdad es que no sabemos nada. De esta realidad surge como una expresión de nuestro amor el respeto.

¿Qué es el respeto de los padres? Es una actitud de consideración expectante y benevolente por lo que el hijo es, por lo que puede ser, por lo que debe ser, según el querer de Dios. Y en la medida en que el misterio de esa vida se va revelando y los papás lo van descubriendo, lo acogerán y empezarán a orientarlo con amor respetuoso. Esto les exige una actitud de meditación y de diálogo sobre la realidad del hijo, para ir descubriendo la voluntad de Dios que hay en él.

¿Qué han de respetar entonces en el hijo? Lo primero es el respeto a su dignidad de hijo de Dios y a su dignidad de persona. Porque cada hijo es creatura nacida por el amor de Dios y habitada por Él. Y nuestro respeto en lo más profundo se dirige a Dios y su presencia en el hijo. Y Dios lo quiere tal como es: con esa realidad física, con esas cualidades humanas, esas inquietudes y anhelos y también esas imperfecciones. Y nosotros hemos de aceptarlo y respetarlo tal como es.

Y eso incluye también, en segundo lugar, respeto al proceso de su crecimiento y desarrollo. Es un respeto activo que implica estimular, apoyar, motivar y comprender ese desarrollo. Es un respeto que sabe que todo el proceso es una búsqueda y una realización de ese ser personal, único, original y libre que ha de llegar a ser nuestro hijo, según el querer de Dios.

El Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, exhorta al respecto: “Tenemos que cuidarnos ante el enemigo mortal del auténtico respeto: el molde. ¡Por favor, no introduzcan moldes en la educación!”

Pero también a los hijos les corresponde tener la misma actitud de respeto frente a sus papás, según el mandamiento divino de “honrar padre y madre”.
Y el mejor camino para conseguir este respeto de ellos, nos indica San Mateo en su evangelio (7,12): “Todo lo que quieras que los demás hagan contigo hazlo tú con ellos”.

Creo que es difícil inventar un principio más sabio y rotundo que éste. Aplicado a nuestro caso: ¿Quieres ser respetado? ¡Respeta! O como afirma el Padre Kentenich: “respeto al ser regalado por el educador, recibe como un eco, el respeto del educando”.

Cuando existe respeto, esa consideración mutua -a pesar y a través de todas las fallas- entonces la convivencia familiar es llevadera, es agradable, es maravillosa. Este respeto tiene que acompañar a todo amor, porque no hay auténtico amor sin respeto. Y según el Padre Kentenich, el respeto es hoy en día más necesario aún que el amor. Porque la carencia de respeto ante todo lo vital, es una enfermedad de nuestra época.

Los padres humanos: Si queremos previvir el Reino de Dios acá en la tierra, los padres humanos deben ser verdaderas autoridades paternales, reflejos de Dios. Lo que se busca, son padres llenos de amor, padres generosos, comprensivos, misericordiosos, tal como el Padre celestial lo es para con nosotros. Y la pregunta es si nosotros estamos a la altura de esa paternidad. ¿Qué hacemos nosotros si un hijo nuestro va por un mal camino? ¿Qué hago p.ej. si un hijo me roba dinero o falsifica un cheque de mi chequera? ¿Le rompo la cabeza? ¿O qué hago si una hija mía, soltera, está esperando familia? ¿La echo de la casa? ¿Cuál es mi reacción a situaciones de este tipo? ¿Es una reacción de justicia, violencia, amor? ¿Soy capaz de actuar como el padre del hijo pródigo, es decir, con esa generosidad increíble, esa comprensión incomprensible, ese amor misericordioso?

Son necesarios más padres de esta clase, de esta grandeza. Que desarrollen una nueva paternidad, paternidad, humana y divina a la vez.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo es la relación con mis hijos?
2. ¿Respeto a mis hijos o sólo exijo respeto?
3. ¿Consulto con mi cónyuge las decisiones?

Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com

miércoles, mayo 28, 2008

Homilía de Benedicto XVI en el Corpus Christi
En la misa celebrada ante la Basílica de San Juan de Letrán

Queridos hermanos y hermanas:
Tras el tiempo fuerte del año litúrgico, que centrándose en la Pascua se extiende durante tres meses—primero los cuarenta días de la Cuaresma, después los cincuenta días del Tiempo Pascual--, la liturgia nos permite celebrar tres fiestas que tienen un carácter “sintético”: la Santísima Trinidad, el Corpus Christi, y por último el Sagrado Corazón de Jesús.

¿Cuál es el significado de la solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros.
Analicemos brevemente estas tres actitudes para que sean realmente expresión de nuestra fe y de nuestra vida.

Reunirse en la presencia del Señor
El primer acto es el de reunirse en la presencia del Señor. Es lo que antiguamente se llamaba “statio”. Imaginemos por un momento que en toda Roma sólo existiera este altar, y que se invitara a todos los cristianos de la ciudad a reunirse aquí, para celebrar al Salvador, muerto y resucitado. Esto nos permite hacernos una idea de cuáles fueron los orígenes de la celebración eucarística, en Roma y en otras muchas ciudades, a las que llegaba el mensaje evangélico: en cada Iglesia particular había un solo obispo y, a su alrededor, alrededor de la Eucaristía celebrada por él, se constituía la comunidad, única, pues uno era el Cáliz bendecido y uno era el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura (Cf. 1 Corintios 10,16-17).
Pasa por la mente otra famosa expresión de Pablo: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3, 28). “¡Todos vosotros sois uno!”. En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo. En esta tarde, no hemos decidido con quién queríamos reunirnos, hemos venido y nos encontramos unos junto a otros, reunidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de Él. Esta ha sido desde los inicios la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan en el sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi nos recuerda ante todo esto: ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él.

Caminar con el Señor
El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos tras la santa misa, como una prolongación natural de la misma, avanzando tras Aquél que es el Camino. Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libera de nuestras “parálisis”, nos vuelve a levantar y nos hace “pro-ceder”, nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este Pan de la vida. Como le sucedió al profeta Elías, que se había refugiado en el desierto por miedo de sus enemigos, y había decidido dejarse morir (Cf. 1 Reyes 19,1-4). Pero Dios le despertó y le puso a su lado una torta recién cocida: “Levántate y come -le dijo--, porque el camino es demasiado largo para ti” (1 Reyes 19, 5.7). La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto, de la que nos ha hablado la primera lectura. Una experiencia que para Israel es constitutiva, pero que para toda la humanidad resulta ejemplar. De hecho, la expresión “no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor” (Deuteronomio 8,3) es una afirmación universal, que se refiere a cada hombre en cuanto hombre. Cada uno puede encontrar su propio camino, si encuentra a Aquél que es Palabra y Pan de vida y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos?
La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección. De hecho, ¡no es suficiente avanzar, es necesario ver hacia dónde se va! No basta el “progreso”, sino no hay criterios de referencia. Es más, se sale del camino, se corre el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarse de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos: se ha hecho él mismo “camino” y ha venido a caminar junto a nosotros para que nuestra libertad tenga el criterio para discernir el camino justo y recorrerlo.

Arrodillarse en adoración ante el Señor
Al llegar a este momento no es posible de dejar de pensar en el inicio del “decálogo”, los diez mandamientos, en donde está escrito: “Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Éxodo 20, 2-3). Encontramos aquí el tercer elemento constitutivo del Corpus Christi: arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros, los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el santísimo Sacramento, porque en él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su unigénito Hijo (Cf. Juan 3, 16).
Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma. Por este motivo, reunirnos, caminar, adorar, nos llena de alegría. Al hacer nuestra la actitud de adoración de María, a quien recordamos particularmente en este mes de mayo, rezamos por nosotros y por todos; rezamos por cada persona que vive en esta ciudad para que pueda conocerte e ti, Padre, y a Aquél que tú has enviado, Jesucristo. Y de este modo tener la vida en abundancia. Amén.

jueves, mayo 15, 2008



Carta de Alianza – mayo 2008

Queridos hermanos:

Hace un mes una vasta zona desde Rosario hasta La Plata se vio envuelta en una densa nube de humo provocada por grandes incendios de pastizales en las islas del delta del Paraná. Esos incendios no solamente ocasionaron problemas de salud, daños materiales y ecológicos sino que también, a causa del humo y las neblinas, se produjeron graves accidentes en las rutas que causaron muertes y muchos heridos.

Por otra parte en estos días hemos recibido las imágenes impresionantes de las explosiones del volcán Chaitén, en el sur de Chile, cuyas grises cenizas han cubierto las localidades aledañas nublando la visión, irritando los ojos, haciendo irrespirable el ambiente y provocando la evacuación masiva de las poblaciones. Las cenizas ya han cruzado la cordillera cubriendo ciudades y campos de nuestra patagonia y pampa.

Humo y ceniza, falta de visión e irritación, dolor y desconcierto, parecen una metáfora de lo que hoy, en otro orden, también estamos viviendo los argentinos. Hablo de otro humo, denso y peligroso, que nos está impidiendo convivir como hermanos, ver con claridad nuestra realidad, y crecer como nación.

- Es el humo de la soberbia que hace extralimitarse en los poderes, abusar de ellos, comprar voluntades y querer “doblegar y arrodillar” al oponente.
- Es el humo de la intolerancia que nos separa en “nosotros y aquellos”, en ganadores y perdedores, que confunde opositores con “enemigos” buscando la confrontación constante, como justificación de su existencia, y provocando desunión.
- Es el humo de la mentira como modus operandi, que encubre y tergiversa la verdad para acaparar rapazmente más poder y riquezas: “miente, miente que algo quedará…”
- Es el denso y fiero humo del odio que obnubila la razón y las conciencias confundiendo el derecho con revancha y la justicia con venganza.
Pero el humo, con todo lo irritante y pernicioso que es, es también inconsistente.

Hace dos semanas, luego del primer paro agropecuario, todos nos alegramos cuando el gobierno y las organizaciones que representan al campo se sentaron a dialogar. En algunos temas hubo avances, pero en el más controvertido, las retenciones móviles, se tiene la sensación de que fue un juego de desgaste, de dichos y desmentidas para dilatar los tiempos con el doble fin de irritar al campo y obligarlo a “reaccionar” con otro paro y, por lo tanto, no llegar a tocar el tema de las retenciones. Y así fue: el campo está de paro nuevamente. “Ellos serán los responsables del desabastecimiento y la inflación”, acusan cerca del gobierno. Pero se sabe que la inflación no ha sido provocada por el campo.
“El que gana más debe aportar más” critican de un lado, pero nadie pone eso en duda; lo que se discute es el método: las retenciones, al no ser coparticipables, no llegan por igual a todos como los impuestos y pueden ser usadas arbitrariamente. En la escalada de imputaciones y sospechas mutuas debemos tener cuidado: siempre hay grupos que se aprovechan de nuestras peleas, y hay otros grupos de exaltados obsecuentes que pueden hacer desastres. Se están atizando hogueras de rencores, violencia y enfrentamientos. Es un juego peligroso e irresponsable de imprevisibles consecuencias en donde todos los argentinos podemos perder mucho. Por eso el llamado imperioso a las partes implicadas en esta crisis: PIENSEN EN EL BIEN DE TODOS Y RETOMEN EL DIALOGO. Pero para un verdadero diálogo hay que:
1º decir la verdad, 2º escuchar respetuosamente al otro, 3º buscar el bien de todos, 4º estar dispuesto a renunciar en algo. O sea, un gran cambio de actitud.

Los argentinos venimos de una larga historia de desencuentros y no queremos más confrontaciones y rupturas. Esa horrorosa historia ya la conocemos, esos caminos equivocados ya los hicimos y nos costaron profundas divisiones, irreparables pérdidas humanas, debilitamiento de las instituciones y retraso en el desarrollo social, cultural y económico. Son cicatrices de heridas profundas que todavía están allí y duelen mucho. Los argentinos no necesitamos nuevas luchas que abran heridas antiguas.
Hoy necesitamos dirigentes políticos del gobierno y de la oposición que ayuden a que estas heridas cicatricen bien y definitivamente; que sepan dialogar respetando las diferencias; que sepan consensuar políticas de estado a largo plazo. Líderes sociales y empresariales que cuiden la unidad, el desarrollo y la paz del tejido social; líderes que sepan luchar por los proyectos propios sin “aniquilar” a los demás. Argentina una vez fue grande porque sus dirigentes supieron incluir y sumar inteligencias y voluntades en un proyecto de Nación que nos transformó en “tierra de esperanza”.

Incluir, dialogar, respetar, consensuar son palabras de un nuevo “lenguaje” que debemos aprender todos los argentinos. Incluir, dialogar, respetar y consensuar son las actitudes que dan fundamento y sustento a la vida social, democrática y republicana que hoy debemos conquistar en todos los ámbitos, hasta en la vida familiar. Cambiemos hacia una convivencia más dialogante y respetuosa que busque la unidad. Basta de luchas y revanchas; ¡caminemos hacia una cultura del encuentro, hacia una cultura de Alianza!

Pero en medio de estas oscuras nubes podemos ver algunas luces de esperanza que brillan ante nuestros ojos y nos sirven como indicadores para el camino a seguir:
- la dignidad de un pueblo que pide firme y pacíficamente se respeten sus derechos;
- el apego a la democracia participativa como forma de gobierno y vida ciudadana;
- la exigencia de independencia, sanidad y agilidad de los tres Poderes del Estado;
- el diálogo sincero y respetuoso como modo de dirimir nuestras diferencias;
- la búsqueda del bien común como valor mayor.

Creo que el Padre Kentenich hoy nos repetiría las palabras de San Pablo a los Romanos (8, 22): “Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo con dolores de parto”. En Argentina hoy estamos sufrimos los dolores del parto de una nueva cultura más solidaria, más responsable, más dialogal y más democrática. Una Patria con alma de Familia.

Queridos hermanos, pronto celebraremos el 25 de mayo, camino a bicentenario del 2010. Pidamos confiadamente a María por la unidad y el progreso de los argentinos. Trabajemos firmemente por ese fin. Ese día un grupo de peregrinos de varias comunidades celebraremos la Sta. Misa en el Santuario de Luján y, en representación de toda la Familia de Schoenstatt, renovaremos la coronación a la Virgen como “Reina de la Patria Familia” hecha hace 20 años. Esa es nuestra herencia y nuestra gran misión que pide toda nuestra entrega, hoy más que nunca.

Les deseo un bendecido día de Alianza.

P. José Javier Arteaga

"DESDE EL SANTUARIO, DISCÍPULOS - MISIONEROS PARA UNA PATRIA FAMILIA"

miércoles, mayo 14, 2008

Preparación para la vida familiar

P.Nicolás Schwizer

Sabemos que la familia se ve profundamente amenazada por factores que atentan contra su estabilidad y su integridad. Es necesario que los cristianos la defendamos con pasión y valentía.

El fundamento de toda vida familiar es el amor, que ha unido dos vidas. Si el amor entre los esposos se debilita, o se pierde, toda la familia está en peligro.
Por eso, la principal preparación de la pareja, para llegar al matrimonio, es la educación para el amor, pero, para el verdadero amor.

Lo digo porque hoy existen grandes confusiones. El amor no es lo mismo que un sentimiento de atracción ni una pasión incontrolada y sensual. No es lo mismo que una atracción física entre hombre y mujer, ni es verdadero amor aquello que tantas veces aparece en los medios de comunicación y que no pasa de ser un mal disimulado sexualismo.

El verdadero amor no es una experiencia pasiva, sino una actitud activa que exige algo de mí. El amor es esencialmente dar, es esforzarse en hacer feliz al otro. Para la mayoría, el amor consiste en “ser amado” y no en “amar”. Se quedan esperando que el otro les haga felices. Se preocupan en aparecer atractivos, ser agradables, todo con el fin de que se los ame. Amar, para ellos, es recibir, es gozar, es disfrutar.

Por eso no es de extrañar que una ola de sexualismo avance en nuestra juventud y amenace destruir la alegría, la pureza y la hermosura del amor – para convertirlo en un materialismo sensual, fuente de muchos desengaños, dolores y fracasos.

La preparación al matrimonio debe comenzar en la juventud y prolongarse hasta que maduren el amor y las actitudes interiores que harán que los jóvenes lleguen a ser buenos esposos y padres, la principal “profesión” de ellos y el arte más difícil de aprender.

Hoy vemos innumerables casos de padres que no comprenden a sus hijos, que no son capaces de educarlos y ganarse su confianza. Vemos cantidad de esposos que no son capaces de perdonarse, de superar sus defectos de carácter, etc.

Y la verdad es que han llegado al matrimonio prácticamente sin preparación alguna, salvo el noviazgo: sin formación de las virtudes morales y sociales, esenciales para formar un buen hogar.

Para el ejercicio de la profesión civil, se dedican años de estudio. En cambio, para prepararse al matrimonio, se hace poco. A veces nada, o casi nada. ¿Por qué nos extrañamos de que haya muchos fracasos matrimoniales y familiares?

La Iglesia hace esfuerzos para preparar a los novios antes de su matrimonio. Pero estas reuniones preparatorias son insuficientes. El trabajo de preparación al matrimonio debe hacerse también en los establecimientos educacionales, en los grupos de formación juvenil y, de manera muy particular, en el hogar.

La familia es la gran escuela de amor.

En ella aprendemos y practicamos el amor en sus múltiples formas: el amor de hijos frente a nuestros padres. El amor fraternal con los hermanos. El amor esponsal experimentado en el ejemplo de los papás. Y también el amor a Dios.

Es en la familia, donde experimentamos el amor, el servicio, el perdón, la bondad, la entrega de unos por otros, también el sacrificio y la renuncia por amor.

Toda la santidad y belleza del amor familiar encuentra su culminación terrena en la Familia de Nazaret. Jesús que venía a construir un mundo nuevo, pasó 30 años junto a María, esforzándose por vivir el nuevo ideal cristiano de la familia, y apenas 3 años, predicando en público. De Él aprendió María la importancia de la familia.

Por eso, donde Ella iba, creaba un ambiente de hogar: en casa de Isabel, en Caná, en el Cenáculo. Y desde entonces donde llega, crea familia de inmediato, convierte a los hombres en hijos y hermanos. Así fue en su vida en la tierra y esa es la gracia propia que Ella reparte ahora desde el cielo.

Pidamos a la Sma. Virgen que ayude a crear en todos nuestros hogares un ambiente de amor personal. Si abrimos al poder educador de María las puertas de nuestros hogares, entonces se convertirá en la Madre y Educadora nuestra.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo preparo a mis hijos/as para el matrimonio?
2. ¿Colaboro en mi parroquia en la formación de los novios?
3. ¿Soy una persona que crea ambiente de familia?

Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com

martes, mayo 13, 2008

Crónica de la Primera Consagración del Curso 15º

Queridas hermanas de Alianza: Nosotras, las hijas amadas, queremos compartir con ustedes el enorme gozo que vivimos al realizar nuestra Primera Consagración.
El 17 de abril, a las 19 hs, María nos convocó en el Santuario de la Vida y de la Esperanza, para dar nuestro sí confiado, a imagen de nuestra Madre.
Tuvimos la grata compañía de Inés Erice de Podestá, nuestras educadoras María Ester Mas de Bonaudi y Marta Risso de Brizuela, como también Magdalena Milagros de Ramaccioni, quienes compartieron nuestra gran alegría.
La misa fue celebrada por el padre Javier quien nos regaló una celebración extraordinaria que permitió que vivenciáramos con profundidad este acontecimiento.
Estuvo presente nuestra bandera, tuvimos nuestra oración y pudimos entonar nuestra canción con mucha emoción y entusiasmo.
Al finalizar la celebración en el Santuario, nos reunimos afuera, para la quema del capitalario. Luego junto a la Gran Peregrina caminamos hacia el salón donde tuvimos un agasajo de lujo. ¡Nuestras hermanas se esmeraron en prepararnos esta sorpresa! ¡Recibimos tantas demostraciones de afecto! ¡Imagínense, si ya nos sentíamos hijas amadas, en ese momento nos sentíamos hermanas amadísimas!
Queremos agradecerles a todas por hacerse presente y sobre todo sus oraciones; sin ellas no hubiéramos podido llegar a ese momento, de la manera que lo hicimos: con plenitud.
El curso 15 les desea, que la luz de Cristo y la alegría de María, permanezcan en sus corazones.
Patricia Ferreyra de Bertonazzi
Curso 15º Cba

sábado, mayo 03, 2008

Pentecostés

Queridas madres de Federación:

El 2 de mayo comenzamos la novena al Espíritu Santo, preparándonos para la fiesta de Pentecostés

Luego de la irrupción de gracias de la V Conferencia Espiscopal en Aparecida el año pasado, queremos vivir su legado, pidiendo a María que, así como imploró junto a los Apóstoles la venida del Espíritu Santo, lo haga ahora con nosotras. Queremos, desde nuestros Santuarios, vivir un nuevo Pentecostés para poder ser discípulos misioneros para una Patria familia.

En el documento conclusivo nos dice:
“En América Latina y El Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos se preparan para celebrar el bicentenario de su independencia, nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos…
Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en la Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias...”

Hemos recibido el gran tesoro a través de nuestro Padre Fundador, y no lo podemos dejar enterrado, sino que tenemos que llevarlo a los demás. Es el Espíritu Santo quien nos mostrará el cómo y el dónde, a través de la fe práctica en la Divina Providencia. El Padre quiere formar en cada una de nosotras la imagen de Cristo y de María, para que podamos mostrarla al mundo. Esto sólo podrá ser posible si nos abrimos con un corazón receptivo al amor del Espíritu Santo.

Es él quien nos regala el don de la filialidad que nos permite ver a Dios como un Padre generoso y misericordioso. Es él quien nos acompaña para que nunca nos sintamos solos, es él quien nos consuela y fortalece en nuestros pesares. Es él quien habla por nosotros y pone palabras de verdad cuando tenemos que llevar a Cristo a los demás y no sabemos qué decir. Es él quien nos regala su fuego para que no podamos guardarlo en nosotras, sino que tengamos la necesidad de “ir y encender el mundo”.

Pidamos con espíritu misionero la presencia del Espíritu Santo para que seamos capaces de formar el hombre nuevo en la nueva comunidad, comenzando en nuestra pequeña comunidad, la familia, para que desde allí podamos irradiar el amor de Cristo a los hombres, que antes de partir prometió el envío del “Paráclito”. Dejémonos impregnar de todo su amor y sabiduría.
Les deseo un bendecido y fecundo Pentecostés a cada una, con mucho cariño, M.Inés

jueves, mayo 01, 2008

Espiritualidad laical

Mucho se habla hoy de “la hora de los laicos”. El Padre Kentenich, el fundador del Movimiento de Schoenstatt, lo explica: La movilización total del infierno nos exige tomar conciencia de que cada uno debe estar presente, de que cada uno debe ser apóstol y soldado de Cristo. Hoy en día los laicos deben estar en el frente, deben luchar por el cristianismo.

Podemos agregar: “Ha llegado la hora de los laicos marianos”. Creo que todo esto ha de darnos una conciencia más clara de nuestro estado laical y de nuestra misión laical. Tenemos que cultivar esta conciencia en nosotros. No es suficiente que lo sepamos, sino tiene que penetrar en nuestro sentimiento y nuestro corazón. Y esa es también la base para que seamos más autónomos como laicos.

Lo señalado sobre “la hora de los laicos” se refiere también a la vocación de los laicos a la santidad.

Antes, para ser santo, uno tenía que entrar en un convento o hacerse sacerdote. Para usar una imagen del Padre Kentenich, esa gente viaja en un tren expreso hacia el cielo. Y ahora se le invita también a los laicos a subir al mismo tren de la santidad.

Para una espiritualidad laical es entonces importante, integrar todo lo que forma parte del mundo laical: el mundo, el trabajo, la familia, la sociedad. Todo ello ha de ayudar para crecer en el camino del laico hacia la santidad. No puede ser, por eso, una copia de la espiritualidad monacal o sacerdotal. Tiene que enfocar el misterio cristiano desde una óptica laical.

María, ejemplo preclaro de una espiritualidad laical vivida

Ella es ejemplo preclaro de una vida laical en medio del mundo. No caracterizan a la Virgen María los milagros ni las cosas extraordinarias visibles en su vida. Lo más grande se realiza en Ella en medio de la sencillez y simplicidad de lo cotidiano, de los quehaceres de dueña de casa, como mujer del pueblo. Ella no practica una “huida del mundo”, sino se santifica en medio del mundo.

María está centrada en el Dios de la vida. A Él le sigue en el claroscuro de la fe. Cree en la Providencia de Dios Padre, hasta sus últimas consecuencias: en Belén, en Egipto, en Nazareth y en el Gólgota.

La espiritualidad laical de María no tiene nada de libros. Todo en Ella posee la lozanía de un trato personal con el Señor y la preocupación maternal por los hombres en sus necesidades cotidianas. Su santidad se realiza dentro de las ocupaciones “profanas”: sus deberes de madre, esposa, dueña de casa y buena vecina.

María, se siente y sabe profundamente comprometida con su pueblo de Israel. Sabe que por haber aceptado ser Madre del Mesías, ocupa un lugar clave en la historia. Y no se acobarda aunque su compromiso la lleve a estar junto a la cruz y una espada traspase su corazón.

Esta Virgen, hermana y madre nuestra, compañera y colaboradora del Señor, encuentra el alimento de su espiritualidad en el contacto vivo con el Dios de la vida. Sus palabras las escucha meditándolas en su corazón y poniéndolas en práctica. Su participación en la comunidad cristiana primitiva, en sus reuniones eucarísticas, debe haber sido extraordinariamente profunda. Quién podía estar más compenetrada que Ella de la renovación del sacrificio de Cristo, luego de haberse ofrecido con Él como una sola hostia al Padre.

Por todo esto, María es ejemplo preclaro de una vida laical, de una santidad en medio del mundo. Por Ella tenemos que guiarnos y su espiritualidad hemos de imitar.

Preguntas para la reflexión
1. ¿Cómo podríamos como laicos asumir más responsabilidades en la vida y la expansión de la Iglesia?
2. ¿Qué me dice la frase?: Todos están ahora llamados a transformarse en santos, cada uno en su ambiente.
3. ¿Cómo me imagino el día a día de María?

Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com