martes, junio 19, 2007




Carta de Alianza junio 07
Hace unos días la región de Buenos Aires y el gran Buenos Aires se vio sumida en una densa niebla que duró casi una semana. Las consecuencias fueron graves: caos en los aeropuertos dejando varados a miles de viajeros; choques y heridos en varios caminos y autopistas; por la oscuridad y el frío aumentó el consumo eléctrico lo cual llevó a la saturación y a reiterados apagones de luz en muchos barrios. Demás está decir que el humor popular estaba por el piso y la gente decía entre enojada y resignada “¡todo por la niebla!”.

Ayer a la noche participé de una reunión de la Obra Familiar y un matrimonio contó la hermosa experiencia vivida en Aparecida, Brasil. Fueron en peregrinación con un grupo de argentinos para participar en el encuentro con el Papa Benedicto XVI y en la apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Contaron del fervor y la alegría vivida en esos días; testimoniaron de la fe viva de la iglesia reunida en ese santuario mariano. Nos trasmitieron el ardor de los discípulos de Cristo y la fuerza de los que no pueden callar lo que han visto y oído. Fue un verdadero testimonio de fe y vida. Pero al final hicieron una simple pregunta, que penetró en el corazón de los que los escuchábamos como una fina aguja: “¿por qué al llegar aquí todo pareció apagarse?”. Se hizo un silencio y un hombre respondió muy elocuentemente: “¡Es también por la niebla, pero de nuestra alma!”.

Qué acertado el término “la niebla del alma” para expresar ese estado de tibieza espiritual y relativismo existencial en que caen, o caemos, muchos católicos. Qué diferente la actitud del alma de María, despierta y dispuesta al querer de Dios y a las necesidades del hombre. En la misa final de la V Conferencia en Aparecida, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, presidente del CELAM, decía algo al respecto:

“Bastó una insinuación del Ángel Gabriel, y ella se puso en camino, presurosa, hacia el hogar de su prima Isabel. Prefirió no quedarse en casa, adorando a Jesús recién concebido en su seno. Es claro, nunca tuvo la tentación de separar el amor a Dios del amor al prójimo. A ambos amores, entrelazados en su alma, se dedicaba con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas. Tampoco la detuvieron los peligros del camino. María, llena de valor, si bien muy joven, partió con el Niño. Como custodia viva, salió esa primera procesión de Corpus sostenida por la confianza en Dios y animada por el amor. María misionera salió de Nazaret, simplemente para servir. Servía a Dios y serviría a su pariente necesitada. Había tocado su alma el que vino a servir y no a ser servido, y al instante dejó la Virgen el calor del hogar. Optó por el riesgo del camino de Jesús.”

María, como primera discípula y misionera de Cristo, es nuestro mejor modelo y a su vez es la modeladora de nuestra alma. Ella implora al Espíritu para que disipe la niebla de nuestras almas y de nuestras miradas a fin de vivir en la luz del bien y la verdad. Con María queremos construir una Patria Familia. Pero ¿por dónde comenzar? Por la propia familia y el propio ambiente. ¿Y con qué comenzar? Son muchos y variados los desafíos que se nos presentan como Iglesia en esta gran tarea y nuestros obispos nos recuerdan en el documento “El compromiso ciudadano y las próximas elecciones” que tenemos que reflexionar y trabajar muy firmemente a favor de:

la vida, don de Dios y el primero de los derechos humanos que debemos respetar. Corresponde que la preservemos desde el momento de la concepción y cuidemos su existencia y dignidad hasta su fin natural;

la familia, fundada en el matrimonio entre varón y mujer, es la célula básica de la sociedad y la primera responsable de la educación de los hijos. Debemos fortalecer sus derechos y promover la educación de los jóvenes en el verdadero sentido del amor y en el compromiso social;

el bien común, es el bien de todos los hombres y de todo el hombre. Debemos ponerlo por sobre los bienes particulares y sectoriales.

la inclusión, debemos priorizar medidas que garanticen y aceleren la inclusión de todos los ciudadanos. La pobreza y la inequidad, no obstante el crecimiento económico y los esfuerzos realizados, siguen siendo problemas fundamentales. Decía el card. Errázuriz en la homilía de Aparecida: “Nuestra cultura siempre fue favorable a la vida. Las acciones de arrancarla de este mundo, fueron rechazadas. La Virgen María salió presurosa, a apoyar a su pariente estéril para que tuviera la felicidad de traer al hijo tan esperado, a Juan, a este mundo. Y de prisa partió a Egipto con José, para salvar la vida del Niño, que el poderoso de entonces, el rey Herodes, quería extirpar. Proclamaremos de manera convincente que toda vida humana es sagrada, y requiere para sí un trato digno y enaltecedor. Nos seguiremos oponiendo a la pena de muerte, a la violencia, a la tortura, al aborto, a la eutanasia y a la lacerante miseria, que no se condice con la dignidad de la vida humana, que fue creada a imagen y semejanza de Dios. Nuestra opción es la vida para todos, particularmente para los pobres y abandonados. Nuestro “no” a la anticultura de la muerte nace con fuerza de nuestro “sí” a la vida.”

Queridos hermanos en la Alianza, que en este nuevo 18 la Sma. Virgen implore sobre nosotros el Espíritu de verdaderos discípulos y misioneros que, como Ella, amen, sigan y anuncien al Señor. Queremos vivir y anunciar la unidad, la concordia y el diálogo: queremos vivir una cultura de Alianza. Que el Espíritu Santo disipe toda niebla de nuestro entendimiento, corazón y voluntad y nos impulse a creer más firmemente y a trabajar sin descanso por la Patria Nueva.

Desde el Santuario reciban un cordial saludo y mi bendición,

P. José Javier Arteaga

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