miércoles, enero 27, 2016

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2016

El miércoles 10 de febrero, Miércoles de Ceniza, comenzaremos la Cuaresma, uno de los tiempos fuertes de la liturgia.


Mensaje del Papa Francisco


«"Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). Las obras de misericordia en el camino jubilar»

1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada

En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios. María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.

2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia

El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.

Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.

Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.

3. Las obras de misericordia 

La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero. Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.

Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos. 

La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno.

He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.

No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).

Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Assis
FRANCISCUS 

lunes, enero 25, 2016

Conversión de Pablo

“Dios tuvo compasión de mí” 

“Yo, que antes era un blasfemo y un perseguidor…, Dios tuvo compasión de mí” (1Tm 1,13):
Es preciso que conservemos siempre en nuestro espíritu cómo todos los hombres están rodeados de tantos testigos del mismo amor de Dios. Si su justicia hubiera precedido a la penitencia, el universo hubiera sido aniquilado. Si Dios hubiera sido pronto al castigo, la Iglesia no hubiera conocido al apóstol Pablo; no hubiera recibido a un tal hombre en su seno. Es la misericordia de Dios la que transforma al perseguidor en apóstol; es ella la que cambia al lobo en pastor, y que hace de un publicano un evangelista (Mt 9,9). Es la misericordia de Dios la que, conmovida por nuestra suerte, nos ha transformado; es ella la que nos ha convertido.
Es viendo al comilón de ayer ponerse hoy a ayunar, al blasfemador de antaño hablar de Dios con respeto, al innoble de otras veces no abrir su boca si no es para alabar a Dios, que se puede admirar esta misericordia del Señor. Sí, hermanos, si Dios es bueno con todos los hombres, lo es particularmente con los pecadores.
¿Quieren ustedes mismos escuchar una cosa extraña desde el punto de vista de nuestras costumbres, pero una cosa verdadera desde el punto de vista de la piedad?
Escuchen:
Mientras que Dios se muestra exigente con los justos, con los pecadores no tiene más que clemencia y dulzura. ¡Qué rigor para con el justo! ¡Qué indulgencia para con el pecador! Esta es la novedad, el trastrueque que nos ofrece la conducta de Dios... Y ven porque: asustar al pecador, sobre todo al pecador obstinado, no serviría más que para privarle de toda confianza, hundirle en el desespero; halagar al justo, sería debilitar el vigor de su virtud, hacer que se relaje en su celo: ¡Dios es infinitamente bueno! Su temor es la salvaguarda del justo, y su clemencia hace regresar al pecador.

Fuente: Radio María Argentina



sábado, enero 23, 2016

Logo año de la Misericordia

6 hermosos detalles que no conocías sobre el logo del Año de la Misericordia

Garrett Johnson 2015 | Hambre de infinito | Jesucristo 23/01/2016




Ya está en marcha el Año de la Misericordia, por eso hemos querido dedicar este tiempo para reflexionar sobre su logo oficial. Mientras nuestras sensibilidades artísticas pueden variar, vale la pena preguntarnos: ¿Cómo puede ser que Dios me esté hablando?, ¿hay algo aquí que no estoy viendo?

Hoy voy a tratar de explicar algunas de las particularidades de este logotipo diseñado por el Padre Marko Rupnik. Espero que te puedan ayudar a profundizar en el significado de la Misericordia de Dios en tu vida y que puedas acompañar a otros a hacer lo mismo.


1. El estilo general: simbólico
La imagen evidentemente no pretende ser una representación literal de Jesús (el volumen y los ángulos son todos estilizados, más que realistas). El estilo es profundamente simbólico, poético y metafórico. Esta es una elección consciente de la artista. Cada vez que tratamos de decir algo muy profundo y muy hermoso el lenguaje científico es insuficiente, es necesaria la poesía. Lo mismo se aplica aquí: un enfoque más simbólico permite al artista transmitir realidades que van más allá de lo que cualquier representación realista podría aspirar a capturar.
Su naturaleza simbólica implica un poco más de trabajo por nuestra parte. Su significado no es necesariamente tan claro a primera vista (como tantas veces ocurre en nuestro encuentro diario con Dios, ya sea en nuestra vida diaria, o en la liturgia). Acá la comprensión de la intención del autor es la clave. ¿Por qué utiliza ciertas formas y colores? Echemos un vistazo.

2. La forma de Almendra
La escena se representa dentro una forma artística particular llamada mandorla (“tuerca de la almendra” en italiano). Es una forma oval formada por la superposición de dos círculos. Sirve como una especie de paréntesis dentro de un icono.  Dentro de la mandorla, en este logotipo, vemos representada la encarnación de Cristo. La forma de almendra representa la unión de dos círculos, es decir, las dos naturalezas de Cristo: divina y humana. El almendro es también la primera planta en florecer cada año en Grecia y como tal, es un símbolo de la nueva vida y de la fertilidad.

3. Los Colores
El rojo representa la sangre, la vida y sobre todo a Dios. El azul representa al hombre, la única criatura que sabe como aspirar al cielo. El Blanco tiene una variedad de significados: es el color del Espíritu Santo, ya que refleja la vida de la Trinidad y Cristo es blanco porque representa la luz que salva, la vida eterna del Hijo. La ropa de Adán (el hombre llevado por Jesús, del que hablaré más adelante) es de color verde (color de la humanidad), sin embargo, está tornándose oro (color de la divinidad) lo que representa el hecho de que Adán (y cada uno de nosotros) está participando en un proceso de divinización, es decir, llegar a ser como Dios a través de Jesucristo.

4. Las bandas de azul
Las bandas azules, que se van tornando más oscuras hacia el interior, reflejan lo que se llama el camino apofático para reflexionar sobre Dios. Esto significa que a menudo es más fácil hablar de Dios –Inefable, Infinito, El ser en sí– describiendo lo que no es. Esta es la razón por la que la mandorla que rodea a Cristo muestra bandas concéntricas de sombreado que son más oscuras hacia el centro, en lugar de más claras. Tenemos que pasar a través de las etapas de lo que parece aumentar el misterio y lo desconocido, con el fin de encontrar a Jesucristo. En un sentido misterioso, este punto de vista nos llama siempre hacia el interior en la reflexión. En esta imagen la profundidad de la sombra negra nos sugiere la impenetrabilidad del amor del Padre que perdona todo y los tres óvalos concéntricos, con colores progresivamente más claros a medida que avanzamos hacia el exterior, aluden al movimiento de Cristo que por su Encarnación lleva a la humanidad de la noche del pecado y de la muerte, a la luz de su amor y de su perdón.

5. El hombre en hombros de Jesús
El logotipo nos muestra a Jesús llevando a un hombre sobre sus hombros. El Padre Rupnik nos dice que se trata de Jesús como el Buen Pastor llevando a Adán en sus hombros. Cuando Jesús encuentra a su “oveja perdida” reúne a sus amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque he hallado mi oveja perdida” (Lucas 15: 5-6). Otros han ofrecido la parábola del buen samaritano como medio para reflexionar sobre el logotipo. Esta parábola nos recuerda al samaritano que se detiene para ayudar a un hombre en el camino. Jesús pide al oyente: “¿Cuál de estos tres, en su opinión, era vecino de la víctima de los ladrones” (Lucas 10: 36-37).

6. Una mirada compartida
Una de las características más llamativas de la imagen es el hecho de que Jesús y el hombre sobre sus hombros comparten un ojo (esto no tiene absolutamente nada que ver con la teoría del “tercer ojo”). Cristo ve con los ojos de Adán y Adán con los ojos de Cristo. Cada persona descubre en Cristo, el nuevo Adán, la propia humanidad y el propio futuro, contemplando en su mirada el amor del Padre. El Padre Rupnik explica que la mirada de Dios al hombre le permite comprenderse a sí mismo. Dio revela de tal manera que el hombre es capaz de ver. Solo en la mirada del Padre podemos realmente entender lo que somos, nuestra identidad: hijos e hijas de Dios Padre.
¡Cristo nunca está lejos! En todo lo que vemos, en todo lo que vivimos, en nuestras alegrías y en nuestras penas, Él está acompañándonos. Él sabe lo que pasamos. A través de su mirada nos invita a una mayor conversión, a cambiar nuestra manera de ver a los demás, nos invita a que empecemos a mirar a nuestros hermanos con sus mismos ojos de Misericordia. Estamos llamados a contemplar la realidad con la misma mirada de Cristo. En todas las situaciones de nuestra vida estamos llamados a descubrir, escuchar y cumplir la voluntad del Padre, especialmente con los más necesitados.

La cercanía de Jesús y Adán
Como un pensamiento final me pareció muy interesante la explicación del Padre Rupnik sobre la cercanía de la cara de Adán y la de Jesús. Cuando Cristo expiró en la cruz el hombre cogió este aliento y comenzó a respirar de nuevo. Por lo tanto, como Adán recibió el aliento de vida en el momento de la creación, en nuestro bautismo recibimos el nuevo aliento de vida, la vida del Espíritu, con la que podemos empezar a vivir una nueva vida en Cristo.

Preguntas para la reflexión personal:
1. ¿Qué quiere decirme Dios este año jubilar? ¿Cómo puedo abrirme más a su Misericordia?
2. ¿Me veo con la misma mirada de Cristo? ¿Qué me impide mirar a los demás ya mí mismo con la Misericordia de Cristo?

Fuentes utilizadas para este post: Video de la entrevista con el P. Rupnik (en italiano), página de los frailes franciscanos, la Mandorla en iconos, dentro de un Mandorla y la página de la descripción oficial del logotipo.


Fuente: Catholic link

domingo, enero 17, 2016

Indulgencia Plenaria

¿Cómo se puede conseguir la indulgencia plenaria del Jubileo?

2016-01-09
FRANCISCO
"No olvidéis esto: el Señor no se cansa nunca de perdonarnos. Somos nosotros que nos cansamos de pedir perdón”. 

Para los católicos, el Jubileo es un buen momento para la reconciliación con Dios. En este caso, además, su tema central es la Misericordia, por lo que el sacramento de la confesión adquiere un papel protagonista.

MASSIMO DEL POZZO
Pontificia Universidad de la Santa Cruz
"Cada pecado conlleva una culpa y una pena. La culpa se perdona en la confesión pero falta la expiación”.

La expiación supone la remisión total de la pena se realiza mediante obras buenas que demuestran el arrepentimiento. Para favorecer esta reconciliación con Dios la Iglesia ha previsto las indulgencias plenarias.

MASSIMO DEL POZZO
Pontificia Universidad de la Santa Cruz
"Es una gran manifestación de misericordia y piedad. La Iglesia muestra su maternidad poniendo a disposición medios para arreglar todas las deudas y consecuencias del pecado ”.

Para conseguir la indulgencia plenaria es necesario realizar una acción especial, que en el caso del Jubileo es atravesar la Puerta Santa.

Esta acción debe estar acompañada por otras 5:

En primer lugar desear firmemente no pecar más, ni siquiera venialmente. Este deseo se pone de manifiesto con la segunda acción: la confesión. 

FRANCISCO
19 de febrero, 2014
"Pero 'padre, me da vergüenza'. También la vergüenza es buena. Es saludable sentir un poco de vergüenza. La vergüenza es saludable. Cuando una persona no siente vergüenza, en mi país, se dice que es un 'sinvergüenza', un sinvergüenza”.

La tercera es recibir la comunión, la cuarta, rezar el Credo y la quinta, rezar por la persona e intenciones del Papa. Aunque no es necesario realizar estas acciones en el mismo día en que se cruce la Puerta Santa, sí que es recomendable.

Para que también puedan obtener la indulgencia plenaria los que no pueden viajar a Roma el Papa ha pedido que cada diócesis abra una Puerta Santa. Para los que estén en la cárcel ésta será la puerta de su propia celda y la indulgencia tendrá la misma validez que la de San Pedro. 

martes, enero 12, 2016

Carta Navidad 1965 P.Kentenich


El 8 de diciembre comenzamos el año santo extraordinario de la misericordia. En este retiro queremos contemplar nuestra historia y decir como el salmista: “¡Muéstrame Señor tu misericordia!”
Podemos preguntarnos:
¿Cuál ha sido el paso de Dios por mi vida en este año? 

¿Qué me dice en esos acontecimientos de mi historia personal?

¿Cómo quiero vivir el año dela misericordia?

Para meditar les hago llegar la carta que el Padre envía a toda la Familia de Schönstatt como saludo navideño en 1965. En ella el Padre describe la imagen del Padre como Dios de la misericordia.

Roma, 13 de diciembre de 1965

Querida Familia de Schoenstatt:

La próxima fiesta de Navidad nos impulsa más que nunca a volver la mirada hacia los años pasados. El corazón, el entendimiento, la memoria y la fantasía se concentran en la fiesta de Navidad de 1941 y en los sucesos que la rodean. Los puntos de comparación entre los hechos de aquel entonces y los de hoy son muchos e importantes.

En el centro se halla “el milagro de la Nochebuena” y la “visión de la Candelaria!. La Familia está hondamente compenetrada del significado de ambos acontecimientos, por lo que es superfluo hacer consideraciones al respecto.

El milagro de la Nochebuena es para nosotros una intervención singular de lo divino en nuestra Familia, y una irrupción en el interior de cada uno, como también una manifestación de Dios en cada personalidad y en la comunidad. Como comprobación exterior y visible de esta compenetración divina y de la elevación del individuo y de la comunidad, esperábamos la caída de las cadenas exteriores que pesaban sobre la Obra y sobre sus instrumentos. Tanto lo uno como lo otro se hizo realidad plena durante y después de la primera prisión.

La segunda prisión, desde 1951 a 1965, hizo que en nosotros se albergaran las mismas grandes esperanzas y el mismo anhelo. El 22 de octubre de 1965, mirando retrospectivamente los catorce años transcurridos, pudimos cantar con más razón que en 1945 nuestro “Cántico de gratitud”. Pudimos constatar que no sólo habían caído las pesadas cadenas exteriores sino también las cadenas interiores, y en tal medida, que la Familia aún no tomó conciencia de cuán grande es el espíritu de la propia libertad a fin de estar disponibles para Dios, su voluntad y sus deseos.

Aún hoy no comprendemos totalmente cómo se ha realizado la nueva imagen del Padre y de la comunidad. Es una realidad que esperamos, llegue a ser un regalo perenne para todas las generaciones de nuestra Familia. Esto no significa que hasta el momento no hayamos poseído una idea clara de esta triple imagen. Además sabemos que los rasgos particulares, año tras año, se grabaron y se acentuaron más en cada individuo y en la comunidad. Así mismo, sabemos que esta triple imagen será, hasta el fin de nuestra vida, capaz de desarrollarse y transformarse, hasta que en la visio beata adquiera su forma definitiva. Pero no debemos dejar de ver cuán profundamente se hizo realidad esta transformación al término de la segunda prisión.

Esto es válido, en primer lugar, para la imagen del Padre. Dios fue siempre, para nosotros, el Padre del amor. Lo demuestra la marcada acentuación de la ley fundamental del mundo que ha determinado y compenetrado desde un principio el espíritu de nuestra Familia. Sabemos, no sólo teórica sin también prácticamente, que la razón del obrar divino es, en último término, el amor. Todo lo que de El emana proviene del amor, actúa por medio del amor y para el amor. Siempre consideramos que nuestra misión especial es hacer de esta ley divina, de esta ley fundamental del mundo, la ley de nuestra vida y educación. Sabíamos también que en el amor de Dios teníamos que incluir como característica fundamental, su misericordia. Pero lo que resulta nuevo para nosotros es la grandeza extraordinaria de ese amor divino y misericordioso.

Hasta ahora nos guió más la creencia en el amor justo de Dios, es decir, en cierto modo pensábamos que merecíamos ese amor a causa de nuestras buenas obras y sacrificios de toda índole. Seguiremos manteniendo esa confiada convicción y nos esforzaremos por alegrar al Padre celestial de esta forma; pero, tratándose de la valoración de nuestras obras, tenderemos a no conceder tanta importancia a nuestra cooperación personal.
Lo más importante para nosotros es Dios: el Padre y su amor misericordioso. Como venimos enseñando desde el comienzo de la historia de nuestra Familia, Dios nos ama no porque nosotros seamos buenos y nos hayamos portado bien, sino precisamente porque es nuestro Padre. Porque su amor misericordioso fluye con más riqueza hacia nosotros cuando aceptamos con alegría nuestros límites, nuestras debilidades y miserias, porque las consideramos como razón esencial para que su corazón se abra y nos compenetre su amor.

Por eso, en lo sucesivo y más que nunca, reconoceremos tener ante Dios dos derechos: su infinita misericordia y nuestra miseria insondable. Con agrado unimos las manos y rezamos: “Querida Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt, vela para que nos experimentemos como hijos del Rey, hijos miserables y dignos de misericordia, y de este modo vivamos convencidos de que somos predilectos del amor paternal e infinitamente misericordioso de Dios Padre.”

Con esto hemos descrito, a nuestro modo, la imagen paternal de Dios que tuvo Santa Teresita, y la hemos elegido como ideal. Tal como ella quisiéramos ser, en adelante, no tanto una ofrenda de la justicia, sino una ofrenda de la misericordia. Es decir, que no nos apoyaremos tanto en lo bueno que hayamos hecho, ni en el derecho a una merecida recompensa, sino que confiaremos en todas las circunstancias en la infinita misericordia del Padre Dios y, también en nuestra propia miseria, en tanto la aceptemos alegres y seamos conscientes de que así –y de un modo especial-, atraeremos la misericordia de Dios sobre nosotros, sobre nuestra Familia, sobre la Iglesia y el mundo entero. “La santificación de la vida diaria” lo expresa diciendo que la debilidad conocida y reconocida del hijo se convierte en la omnipotencia del hijo y la impotencia del Padre.

Con esto queda caracterizada, simultáneamente, la nueva imagen del hijo: es la que pudimos vivir, experimentar en los últimos catorce años y queremos legar a las generaciones venideras.
Nuestra imagen de la comunidad manifiesta rasgos supratemporales enmarcados en el contenido integral de nuestra Alianza de Amor. Desde un principio supimos que al hacer la Alianza de Amor con nuestra querida MTA debíamos considerarla como expresión, protección, seguro y medio para llegar a la Alianza de Amor con la Santísima Trinidad y también entre nosotros. Año tras año experimentamos profundamente los estrechos vínculos que han surgido por todas esas alianzas. T como normalmente el grado de la alianza entre nosotros estuvo determinado por el grado de la alianza con el mundo sobrenatural, nos resulta fácil constatar que al finalizar la segunda prisión la mutua fusión de corazones entre el Padre, la Madre y los hijos, y de los hijos entre sí, adquirió una profundidad misteriosa y fecunda que sólo puede comprenderse hasta cierto punto, a la luz de la fe y sobre la base de la realidad de la intervención divina.

Hoy, para nosotros, es algo lógico saber que todos formamos una inefable comunidad de destinos, de misión y de corazones, como resulta difícil hallar en otra parte. Todos han llevado la misma cruz, la cruz que desde la eternidad estaba pensada para el Padre de la familia y que, a su debido tiempo, fue colocada sobre sus hombros. Y el peso de la cruz disminuyó porque nadie tuvo que llevarla solo. De esta forma vivimos en una comunión espiritual con, en y por los demás, que nos hace comprender cuál es la imagen del hombre nuevo en la comunidad nueva. Al mismo tiempo, presentimos que nos acercamos a un ideal al que aspira la Iglesia del mañana, impulsada interiormente y –con derecho– a la que se pueda aplicar el elogio: “¡Miren cómo se aman!”

Si miramos a vuelo de pájaro los años pasados, y vemos el resultado de las disposiciones y conducciones divinas, naturalmente se despertarán y profundizarán en nosotros dos actitudes fundamentales: en primer término, la actitud de una inmensa y profunda gratitud. Agradecidos quisiéramos tomar las manos de nuestra querida Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt como expresión visible de las manos de la Santísima Trinidad. También queremos agradecernos mutuamente por la fidelidad con la que hemos llevado la cruz comunitaria, prometiéndonos permanecer fieles en el amor.

Todos los regalos que recibí al cumplir ochenta años, regalos de todas las ramas y miembros de la Familia – que agradezco de todo corazón –, los considero como un símbolo de la entrega indisoluble de sus corazones a mi persona, como exponente de la Familia y transparente de la Santísima Trinidad. Yo sé que así lo consideran ustedes. Sé también que fueron símbolo de su propio corazón. El ofrecimiento y la aceptación expresa, por eso, una mutua fusión de corazones en un grado poco común dentro de la historia de la salvación
Evidentemente, la sabiduría paternal de dios y la preocupación maternal de María exigen la vivencia de esta nueva comunidad como ejemplo de la nueva vivencia de la Iglesia, vivencia que los Padres conciliares desean tan ardientemente para la Iglesia en la nueva ribera y a la cual todos quisieran llegar.
Resumiendo, vemos que el corazón y el alma no se cansan de repetir la oración de agradecimiento:

Gracias por todo, Madre,
todo te lo agradezco de corazón,
y quiero atarme a ti
con un amor entrañable. 
Qué hubiese sido de nosotros 
sin Ti, sin tu cuidado maternal!

Gracias porque nos salvaste
en grandes necesidades;
gracias porque con amor fiel
nos encadenaste a ti.
Quiero ofrecerte eterna gratitud
y consagrarme a ti con indiviso amor.

Tal como lo hacíamos antes en situaciones similares, tampoco ahora olvidamos el axioma: dones son tareas. Lo que heredamos de nuestros padres, queremos conquistarlo para poseerlo, y trasmitirlo a las generaciones futuras como un bien sagrado de la tradición.

Resumiendo: este año el milagro de la Nochebuena se hizo realidad en un grado nunca alcanzado hasta ahora. Esto garantiza que año tras año será más perfecto, hasta que la Familia viva su prolongación en la eternidad. Será algo inefablemente profundo y hermoso cuando podamos saborear y gozar eternamente en nuestro “Schoenstatt celestial”, la nueva imagen del hijo, del Padre y de la comunidad. Cuando se hayan hecho realidad las palabras de San Agustín: “Videbimus et amabimus in fine sine fine” (Al final contemplaremos y amaremos sin fin)

En torno a la fiesta de Navidad de 1941 se halla de un modo eminente la visión de la Candelaria. Sabemos cómo interpretarla y cómo lo hicimos en aquel entonces, y sabemos también cuál fue la forma que adoptó al final de la primera prisión. Desde entonces aspiramos a la visión de la Candelaria para el Santo Padre, es decir, esperamos que el Santo Padre tenga una visión más profunda de la originalidad y de la misión de Schoenstatt.

En el futuro, los historiadores deberían examinar y exponer lo que en este sentido se ha hecho y sacrificado en el transcurso de los catorce años pasados. Las generaciones venideras se asombrarán ante la inquebrantable constancia con que la Familia supo afirmar ese misterio y realizarlo.

Al final de la segunda prisión, podemos constatar con gran alegría que le fue regalada al Santo Padre – y no en un grado mínimo – esta visión de la Candelaria tan ardientemente anhelada.  Sólo así se explica que todos los decretos hayan sido anulados y, más aún, sólo así se entiende el modo en que se realizaron los hechos. Es, una vez más, un fruto precioso de los ricos acontecimientos del pasado.

Y sería muy útil que tanto los miembros como las ramas de la Familia trabajaran intensamente para que los obispos y cardenales de todos los continentes comprendieran dicho misterio.

Quien piense en todo esto, en la fiesta de Navidad caerá de rodillas y confesará con alegría: “¡Qué hubiese sido de nosotros sin Ti!”, es decir, sin la conducción sobrenatural, incluidos los duros golpes del destino que la sabiduría divina y maternal previeron para la Familia.

El círculo dirigente reunido aquí en Roma, vive de las grandes realidades señaladas en esta carta. Día tras día trata de penetrar más profundamente en las conexiones internas para entender mejor los planes divinos. Cuanto más plenamente se siente la luz divina, tanto m{as se acentúa la necesidad de fijar – en adelante – un día al mes para recordar el gran acontecimiento que estamos viviendo, para postgustarlo en forma renovada. Por lo tanto, se trata de un día de recuerdo y de renovación, además del 18 y del 20 de cada mes, que lleve a toda la Familia hacia el mundo sobrenatural y hacia los hitos.
Al enviar a cada miembro y a cada rama de la Familia, cordiales saludos para Navidad y Año Nuevo, anhelo con ello la bendición de Dios sobre todos nosotros, en el sentido de los años pasados y sobre nuestra misión para el futuro.

Con un saludo cordial y mi bendición sacerdotal,
J.K.


viernes, enero 01, 2016

Reflexiones

LIBRES
Padre Nicolás Schwizer
N° 176 - 01 de enero de 2016

La meta del cristiano es caminar más resuelta, valientemente y sin excusas hacia la santidad.
Todos debemos aspirar al grado más alto posible de santidad. Sin embargo creo que muchos estamos lejos todavía de este propósito.

Nos cuesta renunciar a tantas cosas, hábitos, gustos y comodidades, que se han convertido en obstáculos en nuestro caminar hacia la perfección. Nos cuesta entregarnos sin reservas a la Virgen María y a Dios. Lo que en momentos de emoción y entusiasmo religiosos nos pareció realizable, nos resulta casi imposible en la vida de cada día. Pero a pesar de todo, no podemos ni queremos renunciar a estos ideales tan altos que Dios ha puesto en nuestros corazones.

Me parece que para avanzar más en este camino tenemos que hacer nuestra, una actitud fundamental: el espíritu de libertad.

Si ese espíritu no lo vivimos fielmente, si no lo cultivamos permanentemente, estamos destinados a fracasar en nuestro camino, tarde o temprano. Pero si lo vivimos, le estamos mostrando al hombre de hoy la huella que conduce a la santidad. Porque el hombre contemporáneo no sólo tiene un enorme anhelo de libertad.

El hombre de hoy tiene que vivir también en medio del mundo con un mínimo de vinculaciones exteriores.

El Padre Fundador dice que la libertad es un instinto primario de la naturaleza humana. Y la razón de ello es que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Y Dios es el ser más libre.

La libertad es, por eso, uno de nuestros grandes valores, raíz de nuestra dignidad y grandeza personal. Es como el núcleo de nuestra personalidad. Podemos utilizarla para el bien o para el mal. El riesgo mayor de Dios es habernos dado la libertad, motivo de tanta maldad en nuestro mundo.

Creo que debemos estar con un respeto inmenso ante la pedagogía de Dios. Él sabe cuántos millones de hombres abusan de su libertad. Y sin embargo lo permite, para que algunos se decidan libremente por Él. Su alegría son aquellos seres humanos que utilizan bien ese don. Por eso puede decir el Padre Kentenich, fundador el Movimiento de Schoenstatt, que libertad en sentido pleno es perfecta santidad.

Libertad es capacidad de decisión y de realización. ¿Qué entiende el Padre Kentenich por libertad? Por supuesto, no es hacer simplemente lo que a uno se le dé la gana, según antojos o caprichos personales. Tampoco significa una falta absoluta de vínculos. Lo que al Padre Kentenich le interesa no es tampoco la libertad exterior, sino la libertad interior, la libertad de corazones. Él suele dar, según contexto o circunstancias, descripciones o definiciones de esa libertad interior.

Una de ellas dice así: Libertad es la capacidad de decidirse libremente y de realizar libremente lo decidido.

Saber decidirme por mí mismo y llevar a cabo esa decisión en contra de todos los obstáculos, no es fácil en el mundo de hoy. Porque significa, muchas veces, nadar contra la corriente, pensar diferente que los demás, actuar en contra de las normas de la mayoría.

Exige valor e independencia, tener y defender mi propia opinión frente a una sociedad masificada. Hoy en día no es nada fácil, pensar y actuar libre y autónomamente. Resulta mucho más cómodo dejarse llevar por lo que la mayoría opina, siente y hace. Libertad es un don sublime, pero también una tarea extraordinariamente difícil.

Pregunta para la reflexión

¿Me considero libre de las opiniones de los demás sobre mi persona?

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Fechas importantes enero 2016

01 Santa María, Madre de Dios
01 Jornada mundial de la paz
03 Santísimo nombre de Jesús
05 Nacimiento José Engling (1898)
06 Epifanía del Señor. Reyes Magos
10 Bautismo de Jesús
18 Día de Alianza
20/1/42  Segundo Hito: “En la Confianza Divina”
20/1/43 P.K. Recibe cruz de plata en Dachau de S.S.Pío XII
22 San Vicente Pallotti
22 Beata Laura Vicuña
24 San Francisco de Sales
25 Conversión de Pablo
31 San Juan Bosco