Función
Magisterial de la Familia
Padre Nicolás Schwizer
Nº 185 - 01 de octubre
de 2016
En la época de los primeros
cristianos toda la vida eclesial se desarrollaba en las casas, ya que aún no
había templos propios. Toda la familia se convertía y pasaba a formar parte de la Iglesia. Hoy en día
volvemos a tomar conciencia de esta realidad tan importante. A través del
bautismo y del sacramento del Matrimonio Cristo mismo está presente en cada
hogar cristiano y desde allí realiza su tarea salvadora: sana, bendice,
transforma, guía y educa a su pueblo en su camino de Salvación.
En el documento Lumen Gentium del
Concilio Vaticano II leemos: “en esta especie de Iglesia doméstica los padres
deben ser para los hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la
palabra y el ejemplo y deben fomentar la vocación sagrada”.
Nuestra primera experiencia
eclesial es nuestro propio hogar. Allí aprendemos a creer, a amar a Dios y a
los hombres, allí nos desarrollamos como personas. En el seno del hogar
encontramos a Dios que habita en medio nuestro. Por el bautismo participamos de
la misión profética, sacerdotal y real de Cristo; por el sacramento del
matrimonio lo hacemos como pareja, y Cristo mismo actúa a través nuestro
santificando nuestra familia. Tanto el padre como la madre participan del
magisterio, del sacerdocio y de la pastoral de Cristo. Ellos son los primeros
catequistas y formadores de la fe cristiana.
La Iglesia, en su función magisterial, tiene la misión de
transmitir la fe, velar por las tradiciones y verdades de la Iglesia. Cristo
nos ha revelado la verdad acerca del Padre y nos ha mostrado el sentido del
hombre mismo.
Esto se ha afianzado durante
los siglos a través de tradiciones que cultivaron y ayudaron a llevar a la vida
dichas verdades cristianas. Es nuestra tarea como familias “velar” para que nuestros hijos crezcan
en dicha tradición y puedan continuarla. Hoy más que nunca necesitamos claridad
acerca de las verdades y costumbres cristianas ya que nuestros hijos están
constantemente bombardeados por un ambiente secularista y poco cristiano.
Queremos ser catequistas,
educadores en los valores y costumbres cristianas para nuestros hijos. De allí
la pregunta de cuánto tiempo le dedicamos a nuestra formación catequética. Lo
que no se sabe, no se vive y no se puede luego enseñar.
Un gran problema en América
Latina es la ignorancia religiosa. Esto ha provocado la proliferación de
innumerables sectas cristianas y no cristianas que van lentamente minando
nuestra fe. La familia en el judaísmo, acostumbrada a vivir en la diáspora, tiene
un rol fundamental en la transmisión de la fe. Qué bien nos haría como
matrimonio tomar el catecismo y empezar a leer juntos las partes que más nos
interesan. Tendría que transformarse en nuestro “mataburros”.
También podríamos preguntarnos
cómo cultivamos nuestro amor a la
Iglesia en nuestra casa: la lectura de la palabra de Dios,
nuestras conversaciones acerca de la fe, cómo aprovechamos los periodos de
catequesis de confirmación y primera comunión de nuestros hijos. Nuestro
desafío es conquistar lo que se ha heredado. Tenemos que llevar hacia las
nuevas playas lo que nos legaron nuestros abuelos. ¿Qué nos legaron? Lo que
hayáis heredado de vuestros padres, conquistadlo para así poseerlo realmente.
Que esos valiosos bienes de la
fe católica se conviertan en íntima personalísima posesión nuestra; de lo
contrario nada estará asegurado en nosotros ni en nuestra familia, ni tampoco
estaremos prevenidos contra el espíritu mundano y demoníaco”.
Preguntas
para la reflexión
1. ¿Cómo acompañamos a nuestros
hijos en la preparación para la primera comunión y confirmación?
2. ¿Cultivamos como familia
las tradiciones cristianas?
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testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com
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