Queridos hermanos en la
Alianza,
Salir al encuentro presupone no
sólo “cercanía”, sino también “cuidado” del otro.
Cuidar de alguien es preocuparse, interesarse, anticipar peligros y
acompañarlo en su aventura hacia la libertad. Es el aliento a desarrollar sus
mejores talentos y a realizar su vocación.
Es lo opuesto a la indiferencia, a la “globalización de la
indiferencia”, que mencionaba el Papa Francisco. Impresionan sus gestos:
depositar en el mar, en Lampedusa, una corona de flores en recuerdo de las
víctimas; invitar a vagabundos a desayunar el día de su cumpleaños; pedir la
instalación de duchas y que contraten peluqueros para ellos en San Pedro.
Cuando recibió a 150 sin techo, les estrechó la mano a cada uno mientras le
decía: “Bienvenido. Esta es la casa de todos, es su casa. Las puertas siempre están
abiertas para todos.”
La indiferencia es una
anestesia afectiva, es desamor: lo contrario al amor no es el odio sino
la indiferencia. El anonimato es la muerte, decía Simonne de Bouvoir: “mátalo
con la indiferencia”. El indiferente se mantiene al margen, es insensible y
frío: “nada me importa”, “me da igual”. La indiferencia es fría como la hiel,
acoraza al yo, lo encierra, lo aísla y lo torna agresivo, mientras el otro
piensa: “soy tan poco, valgo tan poco, que nadie se acuerda de mí”. Sus causas
pueden ser múltiples y tienen que ver con el egoísmo: mirarse demasiado a sí
mismo y mirar muy poco a los demás. Influyen también las decepciones de la vida
o heridas del pasado. Tantas noticias negativas cauterizan el alma y la
engañan: “lo siento, no puedo hacer nada, me supera, no puedo intervenir...”
No
hay pregunta más exigente, recordaba el Papa, que la de Yahveh a Caín: “¿Dónde
está tu hermano?”. Y no hay respuesta más trágica que la de éste: “¿Soy acaso
yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4, 9-10).
No podemos obligar a nadie a que
se preocupe de los demás, pero podemos motivarlo a salir del “termo” y
abandonar su coraza. Ayuda pensar en las personas que se preocuparon por uno;
visualizar rostros y recordar nombres de quienes se jugaron en mi vida. El lavatorio
de los pies es la expresión más convincente de Jesús, cuidando a sus apóstoles.
Cuidar del otro es saber
que “si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado,
todos se alegran con él” (1 Co 12,26). Esto vale para la familia, el Movimiento
de Schoenstatt, la Rama, la Iglesia y también el colegio, el trabajo y
estudio. Hay que comenzar por conocernos: “¿Quién sos?” puede detonar un
diálogo y una comunicación. Así podremos saber qué le duele al hermano y
ofrecerle una mano.
Cuidamos a otros a través de
gestos concretos: “hechos son amores y no buenas razones”. Las buenas
intenciones solo cuentan cuando se realizan; como el “buenos días” dicho con
amor; o ayudar en una organización solidaria y visitar a alguien solo y triste.
Cuidar no es estar encima del otro queriendo controlarlo y exigiéndole sino que
es respetarlo en el amor.
Es bueno, además, no sólo cuidar
de las personas sino también de nuestro entorno y medio ambiente. La actitud
del “qué me importa” hace que cortemos una rama, un tallo, una flor y tiremos
papeles en la calle. Cuidar es creer que Dios nos dio el mundo para hacer de él
un paraíso. La ecología no es propiedad de los partidos verdes sino de todo
buen cristiano.
El Evangelio de Mateo habla del cuidado en relación al juicio final: “… Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver…” (Mt 25, 31-46). Vale la pena: la recompensa es infinita. Así crearemos islas de misericordia, como sugería el Papa, en medio del mar de tanta indiferencia.
En este día de Alianza le pedimos
a la Mater que Ella, que cuidó de Jesús y le enseñó a hablar y a caminar, nos
enseñe a nosotros a salir y a cuidar de los que caminan a nuestro lado. Nos
alienta saber que la vida es un espejo: si hoy cuidamos del hermano, la Madre
nos seguirá bendiciendo, porque, como sabemos, Ella nunca se deja ganar en
generosidad. También esto es un estímulo para generar en Schoenstatt
archipiélagos de hermanos que se encuentran.
P. Guillermo Carmona