viernes, mayo 16, 2014

Carta de Alianza mayo 2014


Argentina – 18 de mayo de 2014

Queridos hermanos en la Alianza:


Meditando este tiempo hermoso de la Pascua, leí una reflexión que decía que hoy, después de 2000 años, obviamente no hay testigos oculares de la resurrección de Cristo, pero si hay múltiples testigos de la presencia de Cristo resucitado en sus vidas.
En cada uno de los encuentros de Jesús con las personas que le acompañaron en sus tres años de vida pública, y que luego se convirtieron en testigos, hay toda una catequesis acerca de cómo vivir la resurrección. Había una tentación en los primeros discípulos de centrar su gozo en el hecho de la tumba vacía y de entender la resurrección como un triunfo frente a los que mataron a Jesús. Pero la resurrección va más allá, la alegría se funda en la experiencia de sentir una fuerza transformadora que los hace capaces de vivir de acuerdo con los valores del Reino y así ser testigos ante los hombres de un nuevo modo de vivir según el Señor. La presencia de Cristo resucitado tiene efectos en nuestras vidas.
En el tercer domingo de Pascua escuchamos sobre el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35). Este encuentro con Cristo me parece muy sugerente para nuestra realidad. Nos muestra tres efectos:
1.   Reavivar la esperanza. El fracaso y la decepción ocasionados por el prendimiento y ejecución de Jesús, su Maestro, habían hundido a los discípulos de Emaús en la desilusión, y la desesperanza se apoderó de ellos. Huyen de Jerusalén porque sienten que todo se ha derrumbado. Sin embargo, aquel misterioso compañero que se les une en el camino a Emaús, con sus palabras y su presencia les devuelve la esperanza cuando les va comentando que todo lo sucedido no es casualidad sino que responde al plan de amor de Dios por su pueblo, como lo atestigua la Escritura.
2.   Reavivar el fuego. El segundo efecto del encuentro con Cristo resucitado consiste en el renacer de la ilusión que hace sentir que la vida cobra un nuevo sentido y que vale la pena entregar lo mejor de cada uno para colaborar en la construcción de un mundo a la manera de Jesús. Los discípulos, que venían con el rostro entristecido y el corazón huérfano, van sintiendo en cada palabra de Jesús cómo de las cenizas causadas por el dolor empieza a nacer un fuego nuevo que llena de ardor sus corazones. Ese ardor se traduce en una capacidad de trasmitir el gozo del Evangelio, no a través de la imposición de una doctrina sino por medio de la atracción que suscita ver a personas que se han sentido amadas y salvadas por un Dios que es compasivo y amoroso.
3.   Volver a la comunidad. El tercer elemento de este Evangelio nos relata que luego de compartir el Pan de Vida y descubrir que es Cristo quien va con ellos, los discípulos llenos de fuerzas renovadas deciden volver a Jerusalén para anunciar esta experiencia, esta “Buena Noticia” a los hermanos que aún no lo saben y están desanimados. Es volver a la comunidad, trabajar con los hermanos donde estamos llamados a ser testigos del acontecer de Dios en nosotros y en la historia.
En este tercer domingo, el encuentro con el resucitado nos sugiere otros tres efectos:

Reavivar la esperanza. El fracaso y la decepción ocasionados por el proceso de prendimiento y ejecución de Jesús, su Maestro, habían hundido a los discípulos de Emaús y la desilusión y la desesperanza se apoderaron de ellos. Huyen de Jerusalén porque sienten que todo se ha derrumbado y que las expectativas de la liberación del yugo romano se han esfumado. Sin embargo, aquél misterioso compañero de viaje, que no sabe lo que ha pasado esos días, con sus palabras y su presencia les devuelve la esperanza cuando les va comentando que todo lo sucedido no es casualidad sino que responde al plan de amor de Dios por su pueblo como lo atestigua la Escritura, comenzando por Moisés y siguiendo con los profetas.

Reavivar el fuego. El segundo efecto del encuentro con el Resucitado consiste en el renacer de la ilusión, del gozo y de la utopía que hace sentir que la vida cobra un nuevo sentido y que vale la pena entregar lo mejor de cada uno para colaborar en la construcción de un mundo a la manera de Jesús, un mundo capaz de hacer felices a muchos porque el tiempo de la muerte ha pasado y el tiempo de la vida digna comienza a florecer. Los discípulos, que venían con el rostro entristecido y el corazón huérfano, van sintiendo en cada palabra de Jesús cómo de las cenizas causadas por el dolor empieza a nacer un fuego nuevo que llena de ardor sus corazones. Ese ardor se traduce en una capacidad sin medida de trasmitir el gozo del Evangelio, no a través de la imposición de una doctrina sino por medio de la atracción que suscita ver a las personas que han sido seducidas por un Dios que es compasivo y amoroso. ¡Cuando el Resucitado nos inunda, el fuego de nuestro corazón enciende otros fuegos!

Volver a la comunidad. El tercer elemento es volver a la comunidad, volver el seno de los hermanos desde donde estamos llamados a ser testigos del acontecer de Dios en nosotros y en la historia. Jesús apostó, y sigue apostando, por la experiencia comunitaria como uno de los elementos fundamentales para anunciar y hacer creíble su proyecto del Reino. En una sociedad donde se privilegie el individualismo y el “sálvese quien pueda” es muy difícil que crezca la semilla de un mundo construido a la manera de Jesús.
El 8 de mayo pasado, día de la Virgen de Luján, nuestros obispos presentaron el documento “Felices los que trabajan por la Paz”, en el cual hacen un detallado análisis de la situación por la cual está pasando nuestra sociedad argentina: “Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia. Algunos de los síntomas son evidentes, otros más sutiles, pero de una forma o de otra todos nos sentimos afectados” (nº 1). Esa violencia que tantas veces hemos experimentado se manifiesta de maneras muy variadas y en amplios sectores de nuestra sociedad: “Son numerosas las formas de violencia que la sociedad padece a diario. Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar. Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio. Es evidente la incidencia de la droga en algunas conductas violentas y en el descontrol de los que delinquen, en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida propia y ajena. La reiteración de estas situaciones alimenta en la población el enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o de la mal llamada “justicia por mano propia”. (…) Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad” (nº 2).
Pero nuestros obispos hacen dos aclaraciones importantes: “Conviene ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros” (nº 3). Y la segunda especificación de otra forma de violencia: “La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero “cáncer social” (EG 60), causante de injusticia y muerte. (…) Estos delitos habitualmente prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y afianzando la impunidad. Son estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo en las instituciones de la República, y sientan las bases de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la ley” (nº 5).
Ante esta desoladora realidad que no podemos dejar de ver, muchos, como aquellos discípulos de Emaús, se sienten frustrados y desilusionados. ¿Qué podemos hacer? ¿Poco y nada? Caemos en la tentación de creer que la fe en Cristo se torna una “devoción particular”, sin efecto en la realidad, o un “escapismo” hacia un ideal de hombre y sociedad imposibles.
Es en ese punto que debemos reflexionar sobre la realidad de Cristo resucitado en mi vida, en nuestras vidas. Es allí donde se da mi Pascua, nuestra Pascua. ¡Dejar que Cristo viva en mí y me “reviva” en la esperanza!, el fuego nuevo que renace de las cenizas causadas por la muerte, la desilusión y el desánimo. No caigamos en la tentación de creer que la resurrección de Cristo es “magia” que todo lo cambia ya. El cambio verdadero es un proceso que se da, como en aquellos discípulos de Emaús, si me dejo encontrar en lo profundo de mi alma por Cristo – Pan de Vida, quien me revive, me revela la verdad, me anima a retomar su camino y me envía con su mensaje para mis hermanos.
Miremos al P. Kentenich, quien en su vida también vivió tiempos de violencia, social y personal. Miremos cómo él construyó “espacios de encuentro y de renovación” para tanta gente. Su secreto: el íntimo y profundo encuentro - vínculo personal con Cristo y María, la Alianza de Amor como camino de vida: “Un hijo de María nunca perecerá”. Para estos tiempos difíciles dejemos que su testimonio ilumine nuestra esperanza y nos anime a seguir su camino de Alianza: “¿Cuál es la gran ley fundamental? Tomar en serio la Alianza de Amor. Es mi total convicción que sobre la Alianza de Amor se puede basar toda la vida. Podría comprobarles esto en todas las situaciones de mi propia vida (P. Kentenich, 19. 7. 1966).
Queridos hermanos, en este Año de la Alianza y camino al gran jubileo del 18 de octubre, seamos testigos vivos de paz y esperanza desde la realidad de la Alianza de Amor. Les deseo un feliz y bendecido día de Alianza.
P. José Javier Arteaga


¡TU ALIANZA, NUESTRA MISIÓN!

sábado, mayo 03, 2014

Reflexiones P.Nicolás


Hacia el Padre
 N° 156 – 01 de mayo de 2014
¿De dónde venimos y a dónde vamos?
Ésta es una de las preguntas más esenciales de nuestra vida humana. Jesús nos quiere dar la respuesta: “Yo me voy al Padre”. Y en otra oportunidad Jesús amplía todavía más su respuesta: “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 1 6,28).

Dios Padre es punto de partida y a la vez meta de la vida, pero no solamente para Jesús, sino también para todos nosotros: “Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo”.

Así estamos entrelazados con el destino de Cristo. ¿De dónde venimos? Tal como Él, en Él y con Él hemos salido del Padre y hemos venido a este mundo. ¿A dónde vamos? En Él y con Él vamos volviendo al Padre. Éste es el gran fin de nuestra vida.

¿Pero, creemos realmente en esto?
¿Nuestra vida es un testimonio de esta fe? Da la impresión de que hasta los cristianos piensan que esta vida terrenal sea la única y la definitiva, que no existe otra vida en el más allá. Otros la viven como si no terminara nunca, como si no existiera la muerte.

Y entonces, lógicamente, se apegan con todo su ser a los valores y a las cosas de este mundo: bienes y riquezas, satisfacciones y placeres, poderes y poderosos ‑ los tres ídolos: plata, placer y poder.
Y nadie piensa que todo esto es pasajero, que todo lo terrenal es transitorio: no podemos llevar nada de ello, un día tenemos que dejarlo todo.

Somos peregrinos en este mundo.

Pues, ¿dónde está nuestra patria definitiva? Está en la casa del Padre, está en el corazón de Dios. Dios‑Padre nos ha enviado, sólo por un tiempo muy breve, a esta tierra. Somos todos peregrinos extranjeros en este mundo. Y los pocos años que pasamos aquí abajo, son años vividos en tierra extraña.

Resulta que no hay nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón humano. Nuestro anhelo profundo es demasiado grande para este mundo. Sólo Dios Padre es nuestro hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad únicamente será saciada en Dios y junto a Él.

Desprendernos de nosotros mismos.
Solamente por Jesús y con Él llegamos al Padre. Su persona es nuestro molde, su vida nos señala el camino. ¿Y cuál es el camino? Según su ejemplo, el camino es éste: ¡desprenderse de sí mismo y de las cosas, y entregarse a Dios!

Si Dios es la meta de nuestro camino, si nuestros corazones deben pertenecerle al Padre, entonces hemos de desprendernos de todo lo que no le agrada. Hemos de liberarnos de a poquito de todo lo egoísta y enfermizo en nuestro interior, de todos nuestros apegos y deseos desordenados.
Sólo si nos vamos desprendiendo de nuestra soberbia y egolatría, de nuestro egoísmo arrogante, sólo así podremos cobijarnos en Dios y abandonarnos a Él.

Creo que no existe cosa más grande en este mundo que entregarse sin reservas a Dios, que regalarse totalmente al Padre. Nuestra grandeza no consiste en hazañas exteriores. Tal como fue en la vida de Cristo, solamente es grande nuestra existencia, si lleva el sello de la voluntad divina. Entonces es grande, por más oculta que permanezca.

Queridos hermanos, el sentido de mi vida es: caminar hacia el Padre. Él es mi meta suprema. Y cuando muera, la muerte significará solamente una ganancia para mí. Caerán todas las barreras terrenales. Poseeré, en Dios, la infinitud, la felicidad, el cumplimiento de todos mis anhelos, para siempre.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cuán apegado soy a los bienes de este mundo?
2. ¿Pongo límites a mis deseos desordenados?
3. ¿Me considero una persona egoísta?

Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com

jueves, mayo 01, 2014

Fechas importantes mayo 2014

01. San José Obrero. Día del Trabajador.
01. Comienza mes de María en Paraguay y Europa
08. Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina
30. Comienza novena al Espíritu Santo
13. Nuestra Señora de Fátima
13-5-81 Atentado contra Juan Pablo II
15. Día de la Madre en Paraguay
15. Día de la Independencia en Paraguay
18. Día de Alianza
20-5-1945. Regreso del P.Kentenich a Schoenstatt luego de Dachau
25. Primer Gobierno Patrio en Argentina
31. La Visitación de María
31. III Hito: “En la fuerza Divina”