domingo, marzo 27, 2011

III Domingo Cuaresma
"Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva» Éxodo 17, 3-7; 3, 1-7; Romanos 5, 1-2. 5-8; Juan 4, 5-42 27

Marzo 2011 * Padre Carlos Padilla Esteban

“GOLPEARÁS LA PEÑA, Y SALDRÁ DE ELLA AGUA PARA QUE BEBA EL PUEBLO”

Hay quien piensa que la vida son dos días y hay que aprovecharla. Hay otros que sobreviven tratando de levantar la cabeza cada mañana para no caer en el desánimo. ¿En qué grupo estamos? El otro día leí una frase interesante: “Que nuestra vida no se ciña a escapar del aburrimiento o una huida hacia delante. Aceptemos la realidad tal y como es y luchemos por mejorarla”1.

Aceptar la realidad tal y como es no parece una tarea tan fácil. Porque a veces no somos capaces de descubrir nuestra verdad. Y no logramos profundizar en nuestra vida interior, no nos conocemos. Nos quedamos en las apariencias y no sabemos cómo son realmente las cosas. En cualquier caso, aceptar significa darle el sí con el corazón a las cosas que no nos gustan de nuestra vida. Es cierto que algunas se pueden cambiar, por eso tenemos que luchar por mejorar nuestra realidad. A veces pensamos que no es posible, que hay hábitos, vínculos y realidades que son como piedras monolíticas que nunca podremos alterar ni lo más mínimo. Creo que no siempre es así.

Cuando abrimos nuestra vida a alguien que nos escucha, empezamos a descubrir nuevos puntos de vista y nuevas perspectivas. Aunque también es cierto que hay cosas de nuestra forma de ser, de nuestra historia, de nuestra forma de verlo todo, que no van a cambiar nunca, hagamos lo que hagamos.

Aceptar la realidad con sus dificultades y cruces, aceptar lo que nunca va a cambiar, aceptar las diferencias que van a existir siempre, o los comportamientos que no tienen por qué cambiar, es parte de un proceso de maduración en nuestro crecimiento personal.

Coincidiendo con la fiesta de la Anunciación la iglesia en España ha lanzado una invitación a luchar por la vida: “La vida es un regalo”, “la vida siempre es digna”, “la enfermedad te hace más humano”, “tu vida es tuya pero no te pertenece” y acabando con una pregunta: “Siempre hay una razón para vivir.

¿Cuál es la tuya?” ¿Cuál es la razón que nos mueve para vivir cada día, para luchar al levantarnos, para hacer frente a las desgracias, a las cruces, a las enfermedades? ¿Cuál es el deseo del corazón que mueve nuestra vida? Porque el deseo es la fuente de nuestra vida. El mundo quiere lograr que el corazón desee sólo la comodidad y viva el presente sin pensar en la eternidad; quiere que dejemos de valorar la vida cuando se hace incómoda o parece una carga o nos saca de nuestra comodidad y de nuestros planes.

Nos olvidamos de lo esencial, desoímos la voz que grita en nuestro interior y que nos habla de la eternidad, buscamos otras razones para vivir no tan importantes. Si dejamos de buscar lo infinito, todo se hace relativo, todo depende de los propios deseos, todo deja de tener un sentido definitivo para la vida. El corazón se mueve por deseos que lo hacen ponerse en camino, por eso buscamos razones para vivir. Por eso la sociedad actual trata de despertar en el corazón del hombre nuevos deseos que lo lleven a consumir más, a comprar nuevas cosas, a pensar que, en todo lo que la publicidad ofrece, está la verdadera felicidad.

El deseo nos mueve a buscar lo que no tenemos, lo que pensamos que nos va a colmar, aunque luego nos deje vacíos.

Tratamos de satisfacer todas nuestras necesidades por todos los medios. Leía hace poco: “Hay quien vive el deseo con tanta intensidad que ahoga aquello que anhela. ¡Qué tristeza me producen aquellos que siendo jóvenes ya sólo tienen pasado!”2.

Vivimos en una sociedad de deseos satisfechos. Si tienes hambre, come. Si tienes sed, bebe. Si deseas tener, compra. Nos creamos cada día necesidades nuevas, o nos las crean los que nos rodean. En esa búsqueda por colmar todo deseo nos puede pasar lo que decía el protagonista de las Crónicas de Narnia: “Llevo mucho tiempo anhelando lo que se me quitó y no valorando lo que se me dio”.

Dejamos de disfrutar el presente y vivimos soñando con mundos que no poseemos. Deseamos más poder y más bienes, queremos alcanzar lo que aún no tenemos, y así dejamos de valorar lo que ya es nuestro. El deseo nos hace estar insatisfechos y seguir buscando.

¿Dónde desea ir el corazón? Lo cierto es que hoy buscamos continuamente los cambios, menos aquellos que nos exigen un esfuerzo. Buscamos el móvil con las mejores prestaciones y lo cambiamos cuando sale otro mejor.

El otro día pensaba que si nos ofrecieran un móvil que fuera a durar 20 años no nos gustaría mucho. Pensaríamos: “¿Qué haremos cuando surjan móviles más modernos con más prestaciones?” El deseo se contagia por envidia. El último modelo de coche, el ordenador más liviano, con más memoria y más veloz, el último avance en tecnología.
Nos auto engañamos pensando: “Es necesario para la vida”. Todo se cambia sin preocuparnos demasiado. Reparar es demasiado caro. Compramos para poco tiempo, sabiendo que no muy tarde volveremos a comprar. Y seguimos aceptando cambios. Cuando nos ofrecen una actualización para algún programa de nuestro ordenador o móvil siempre decimos que sí, llenos de confianza, porque no queremos quedarnos anticuados. Seguimos las indicaciones y ya está, no cuestionamos las ventajas, no rechazamos los cambios. No comprendemos hasta qué punto los últimos avances nos llenan de verdad. Pero parece que hay que decir que sí a todo lo nuevo, porque así pensamos que todo va a funcionar mucho mejor.

¿Será cierto? Cambiar por cambiar, lo nuevo a cambio de lo viejo. El agua de otras fuentes nos parece más fresca para quitarnos la sed. La estabilidad en la vida nos parece algo monótono. Pensar en estar en un mismo lugar toda la vida es algo extraño. Las cosas que duran mucho nos aburren.

Nos cuesta comprometernos en el amor. La fidelidad para siempre en el matrimonio parece inconcebible. Querer a una sola mujer o a un hombre, llenos de defectos y límites, para toda la vida, parece locura. Hoy muchos jóvenes buscan parejas transitorias, que no comprometan, amistades que no exijan. En cuanto piensan que el vínculo va en serio, buscan algo nuevo y diferente.

La mujer samaritana que habla hoy con Jesús había tenido 5 maridos: “Él le dice: -Anda, llama a tu marido y vuelve. La mujer le contesta: -No tengo marido. Jesús le dice: -Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. Y ella seguía teniendo sed. Aquel con el que ahora estaba, que no era su marido, parecía no apagar su sed. Seguía con sed de un amor verdadero y cálido. Estaba herida; la herida le hacía tener una sed honda y profunda.

El nombre de los deseos puede cambiar, pero la sed permanece, no se va. La samaritana junto al pozo deseaba no volver a tener sed: “La mujer le dice: -Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. A veces nos gustaría no volver a tener sed, para no tener que esforzarnos más en saciarla. Los deseos nos mueven y buscan continuamente ser saciados, no tenemos paz y no nos dejan tranquilos. Mientras tanto, la sed más profunda, esa sed del alma a la que no ponemos nombre, no acaba de quedar satisfecha. El deseo continúa porque es infinito.

Decía Benedicto XVI: “El hombre aspira a una alegría infinita, quisiera placer hasta el extremo, quisiera lo infinito. Pero donde no hay Dios, no se le concederá, no puede darse. Entonces el hombre tiene que crear por sí mismo lo falso, el falso infinito”3. Y ese infinito falso, porque es finito, no sacia. Aunque suscribimos la petición de la samaritana, sabemos que la sed va a seguir siempre. Es una sed insaciable, una sed que nos hace probar cosas nuevas, una sed que no quiere dejarnos tranquilos. Y así nuestros deseos corren el peligro de dejarse llevar sólo por lo atractivo que tiene lo nuevo, lo desconocido.

Sin embargo, cuando se trata de cambiar nosotros, cuando los cambios tienen que ver con nuestra vida, con ese corazón nuestro que está endurecido y cerrado, nos complicamos. Entonces ya no nos gustan tanto los cambios, porque cambiar duele. El corazón tiene sed, pero muchas veces se endurece con facilidad y no quiere abrirse.
Hoy hemos rezado en el salmo: “Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9.

El mismo Moisés se desespera al ver la dureza del corazón del hombre: “Clamó Moisés al Señor y dijo: -¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen”. A nuestro alrededor vemos con frecuencia esa dureza del corazón. Muchos corazones se apartan de Dios.

Dice Enrique Rojas: “Expulsar a Dios de la vida personal, sólo porque está de moda y se lleva, no hace más libre a las personas ni a la sociedad. Eso sólo lleva a lo que estamos viviendo hoy: un vacío espiritual enorme”. Muchas personas viven de espaldas a Dios tratando de calmar su sed en un mundo que no llena el alma. Tienen el alma vacía. Nosotros mismos nos endurecemos y nos negamos a romper nuestros muros y damos la espalda a Dios porque nos aburguesamos.

Es necesario romper ese corazón nuestro que se niega al cambio. Sólo sucede si salimos de nuestra comodidad.

Por eso dice el Padre Kentenich: “Las épocas más felices de la historia son las más movidas y motivadoras. ¿Sabéis por qué? Porque en ellas somos apartados de la hartura burguesa, nos desprendemos de las cosas y no buscamos la seguridad allí donde no debemos buscarla”4.

Nosotros vivimos ahora tiempos revueltos. Sabemos que no podemos confiar en las seguridades humanas y no podemos controlarlo todo. Sabemos que sin Dios el vacío permanece, como lo comenta Benedicto XVI: “Los hombres reconocen que, si Dios está ausente, la existencia se enferma y el hombre no puede subsistir; que necesita una respuesta que él mismo no es capaz de dar”5.

Necesitamos buscar a Dios sin conformarnos. El corazón no se sacia con cualquier fuente. El agua del mundo no colma lo más hondo de nuestra vida. Jesús no nos impone su agua, por eso su vida es don. Jesús tiene sed y se detiene junto a un pozo. No viene a imponer el agua de su entrega, se muestra débil y necesitado, es Él el que tiene sed y pide agua. Jesús siempre tiene sed, pero su sed es distinta a la nuestra.

Nosotros buscamos siempre algo más, algo nuevo y nunca estamos contentos. La sed del Señor tiene que ver con nosotros. Necesita nuestra vida, nuestro sí, nuestra entrega: “En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: - Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida”. Jesús muestra su debilidad y se hace menesteroso, necesitado. Jesús se detiene aquel día y pide de beber. Era mediodía. Hacía sol.

Jesús comprende que el hombre tiene una sed profunda. Hoy lo hemos escuchado al recorrer la historia de Moisés: “En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: -¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?” El pueblo de Israel había anhelado una tierra que todavía no poseía y, mientras tanto, estaba perdido en el desierto. Recordaban con nostalgia la comida y la bebida de Egipto, su tierra de esclavitud. Era cierto que habían sido esclavos y ahora eran libres.

Muchas veces, sin embargo, la esclavitud parece más llevadera. Hay seguridad, comida y bebida, los sentidos quedan satisfechos y la vida tiene un sentido cierto, aunque limitado. El desierto refleja la libertad pero también el hambre y la sed. ¿No será que en el fondo del corazón deseamos seguir siendo esclavos?

La salvación llega siempre, aunque nuestro corazón parezca cerrado. Basta con tener el deseo de cambiar. Basta con reconocer la sed que tenemos. Incluso aunque a veces el corazón no desee ningún cambio.

Hace poco una persona decía: “¡Cómo Dios puede obrar maravillas con un corazón cerrado herméticamente y sin ningún interés de apertura y desbloqueo! ¡Cómo ha sabido Dios tocarlo a través de la mejor maestra y educadora, María nuestra Madre!” Es cierto, María logra romper barreras y seguros. María, en su sencillez y humildad, nos llega a lo profundo. La humildad es el camino de la salvación. La humildad de María se convierte en exigencia en nuestra vida. Igual que la humildad de Jesús pidiendo agua a quien tiene sed.

Decía San Bernardo sobre María: “Imitad al menos su humildad. La humildad es más necesaria que la virginidad, si una es aconsejada, la otra es prescrita, y si se os invita a guardar la una, es un deber practicar la otra. Uno puede salvarse sin la virginidad, no sin la humildad”. María, virgen y fiel, destaca por su humildad. En su humildad y sencillez está el camino de la salvación.

Es necesario descubrir el camino de la santa humildad. Dios colma la sed cotidiana, pero la sed más profunda vuelve a despertarse inmediatamente. Él quiere que el anhelo de infinito no se apague nunca. Calma la sed y el hambre del hombre, para que siga caminando y buscando lo eterno. Dios piensa que cuando hemos saciado los deseos naturales, el hambre y la sed, entenderemos que su Espíritu está con nosotros, lo descubriremos entre nosotros. En esos momentos seguiremos sintiendo sed, permaneceremos insatisfechos.

El anhelo de infinito será siempre más grande. La samaritana comienza su diálogo con el Señor sin comprender, pero creyendo que ella puede ayudar a aquel hombre necesitado: “La samaritana le dice: - ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. La mujer le dice: -Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; Jesús le contestó: -El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.

Jesús no tiene cubo, pero le ofrece un agua nueva que es capaz de calmar la sed más profunda. Ella tiene sed, una sed que pasa y vuelve. No sabe qué don le quitará la sed para siempre. Sólo sabe que tiene sed. Jesús le ofrece el agua verdadera que si la recibe brotará de ella como un surtidor de agua en su mismo corazón. Es la promesa de Dios. Jesús se muestra como profeta y revela con claridad hacia dónde caminamos.

Los hombres siempre buscamos tener la razón y nos aferramos a nuestros puntos de vista. Creemos que nuestra forma de entender la vida y nuestra manera de vivir a Dios es la correcta y la única; por eso nos alejamos de aquellos que viven de forma diferente.

Construimos a partir de nuestra experiencia, de lo que hemos vivido y nos cuesta aceptar otras formas: “La mujer le dice: -Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. Jesús le dice: - Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así.

Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. La mujer le dice: -Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. Jesús le dice: -Soy yo, el que habla contigo”.

Cristo viene a unir. En Él las cosas adquieren un nuevo sentido. Él une porque en su espíritu es posible vivir con un sentido. Jesús no se aleja de la samaritana por ser de Samaria. Habla con ella siendo mujer. Y le ofrece una agua que calmará su sed para siempre. Jesús colma nuestra vida y nos une, salta por encima de nuestros prejuicios.

Sin embargo, los discípulos no están tan abiertos y no logran entender la actitud de Jesús: “En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: -¿Qué le preguntas o de qué le hablas? Mientras tanto sus discípulos le insistían: -Maestro, come. Él les dijo: -Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis. Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra”. Ellos no comprenden.

Las palabras de Jesús y sus obras desconciertan. Sobre todo a aquellos que tienden a encasillar a Dios. Los que ya creen, los que se sienten salvados, los que hablan de su propia santidad pensando que Dios los necesita; aquellos que han construido todo sobre bases seguras. Ellos no son capaces de entender el actuar de Dios. No entienden que Dios pueda abrir fuentes allí donde sólo hay roca.

Hoy lo escuchamos: “Respondió el Señor a Moisés: -Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo. Y puso por nombre a aquel lugar Masa y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: -¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Éxodo 17, 3-7.

Dios despierta la vida desde la muerte y logra sacar agua en el desierto. Esa verdad nos conmueve porque pensamos entonces que Dios puede hacer algo con nosotros, cuando nos sentimos débiles y pequeños. Él sabe que puede utilizarnos para saciar la sed de muchos. Tenemos mucha agua y corremos el peligro de guardarnos el don recibido. Sabemos que el agua se estanca y se pudre si no hacemos que corra; y se seca cuando no es recibida.

Mientras tanto, aquellos que no conocían a Jesús, aumentan su fe: “La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: -Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías? Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: - Me ha dicho todo lo que he hecho. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: -Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”. Juan 4, 5-42.

Aquellos que no creían en Él porque no lo habían visto comienzan, sin embargo, a creer. Ellos no poseían el templo, no eran del pueblo escogido, pero son escogidos por Jesús. Él se queda con ellos y realiza signos. Para ellos llega la salvación. Jesús no espera a que le busquen, Él se abaja para buscarnos siempre.

Dice San Agustín: “Buscabas, acaso, un monte para orar con el fin de estar más cerca de Dios. Pero el que habita en lo alto se acerca a los humildes; luego, desciende para que asciendas. ¿Quieres orar en el templo? Pues ora en ti, mas primero sé templo de Dios”.

Jesús se hace pequeño para llegar a nosotros, para saciar nuestra sed de infinito. La salvación llega por la confianza. La mujer confía en Jesús sin conocerlo y sus conciudadanos confían en la mujer. Cuando confiamos en las personas avanzamos. Cuando confiamos en Dios dejamos que Él haga milagros en nosotros.

Una publicidad de un banco expresa la actitud de un niño que bucea gracias a su padre. Decía la publicidad: “Confiar te hace llegar más lejos”. Ese niño, abrazado a su padre, llegaba más lejos. Nosotros, cuando nos hacemos niños confiados, avanzamos mucho más en el camino y vencemos la gran tentación de la autosuficiencia.

Dice hoy S. Pablo: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, Cristo murió por los impíos; la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Romanos 5, 1-2. 5-8.

Se trata de ese amor que sacia, que colma nuestra sed de infinito. Necesitamos recibir el amor de Dios, el agua nueva. Le pedimos a Dios que nos colme y no nos deje acostumbrarnos a vivir lejos de Él. Queremos ser un surtidor de agua viva para tantos que tienen sed.

1 Javier Urra, “¿Qué se le puede pedir a la vida?”, 161
2 Javier Urra, “¿Qué se le puede pedir a la vida?”, 155
3 Benedicto XVI, “Luz del mundo”, 74
4 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 298
5 Benedicto XVI, “Luz del mundo”, 75

domingo, marzo 20, 2011

II Domingo Cuaresma
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadlo»
Génesis 12, 1-4a; Timoteo 1, 8b-10; Mateo 17, 1-9

20 Marzo 2011
Padre Carlos Padilla Esteban

“Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición”.

El hombre de hoy vive desarraigado. De ahí viene la angustia y la desesperación a la hora de enfrentar el futuro. Heidegger decía: "El hombre es un ser arrojado al mundo" y por lo tanto condenado a una muerte sin sentido. Como resultado de su estado la única forma de enfrentar la vida parece ser la angustia. Este planteamiento existencialista es el que muchas personas sufren hoy. ¿Qué sentido puede tener una vida tan trágica como la que nos toca vivir? ¿Qué sentido tienen las desgracias que nos conmocionan como lo ocurrido en Japón? Un terremoto, un tsunami y pánico nuclear incontrolable. ¿Qué sentido tienen las guerras y las matanzas, como las que presenciamos sin poder hacer nada a través de las noticias? Qué sentido tiene la vida que desaparece de la tierra sin dejar rastro? ¿Cómo Dios permite algo así? ¿Para qué nos ha creado? ¿Qué ha fallado?

Algunos se preguntan, ¿tanta tecnología no logra encontrar soluciones, prever los peligros, traer una felicidad definitiva? ¿A dónde nos lleva la reflexión sobre esta realidad? En realidad, nos sentimos impotentes, porque no podemos controlarlo todo. La vida nos supera y surgen la angustia, el desasosiego y la tristeza. Miramos a Dios y pensamos lo que me comentaba hace poco una persona con cierta desazón en el alma:
“Dios permanece impasible ante los fenómenos de la naturaleza. Ante las guerras. Lo ve todo y dice: -vaya, ¡qué pena! Pero es impasible, como que no puede hacer nada”. Esta reflexión tiene lugar en muchos corazones. La crisis económica, las tragedias naturales, enfermedades incomprensibles. Todo parece en manos de un Dios irracional que no controla el mundo.

El corazón no logra cargar con todo y vive conmocionado. El alma del hombre no logra encontrar un lugar de reposo y arraigo. Pero, como leía el otro día, “Si nuestro dios es el azar y los accidentes nuestros demonios, seremos infantiles”1. Dios está oculto detrás del aparente sinsentido, guiando cuando todo parece en manos del azar. Cuesta entenderlo.

El hombre de hoy tampoco encuentra un hogar, vive desarraigado y no tiene un rumbo. El Padre Kentenich decía: “Evidentemente el hombre de hoy ya no está vinculado a un nido, vale decir, siente la necesidad instintiva de tener un nido, pero ya no lo tiene. Ese instinto primario de tener un nido no ha sido satisfecho, de ahí su desamparo, su carencia de cobijamiento”2. Vivimos en un mundo sin un hogar en el que descansar y echar raíces, una tierra en la que poner la morada. Esa realidad hace que muchas personas vivan sin esperanza. Y esa falta de luz en la vida nos va quitando la salud y la alegría de vivir.

El otro día leía: “La salud mental de los españoles parece también estar en quiebra a tenor del aumento importante de consumo de antidepresivos: un 10% en los últimos dos años. Es más, la dispensación de estos productos ha crecido a medida que aumentaba la crisis”. Y comentaba Jina Paguram: "Estas personas probablemente acuden al médico preocupados porque se sienten deprimidas y tienen síntomas como dificultad para dormir, estado de ánimo bajo, problemas en sus relaciones". Vivimos en un mundo desordenado, sin armonía, en tensión continua. Hay ruido, demasiado ruido. Y tensiones a nuestro alrededor. Cuando nos alejamos de Dios y Dios deja de ser la medida de las cosas, todo se complica. La desconfianza aumenta en el corazón. Dios parece no hacer nada para remediar el mal del mundo, vive impasible, ajeno al dolor. Entonces nada parece tener sentido. Más de 15.000 fallecidos en un solo día en Japón. ¡Cuántas víctimas en los países árabes! ¿Cuántos más morirán como consecuencia de todo lo que está ocurriendo? Inseguridad por todas partes mientras el corazón sigue haciendo planes de futuro. El desarraigo es cada vez mayor. El hombre vive sin nido, sin raíces. Vive como un hombre que lo ha perdido todo. La casa se la ha llevado la corriente y se ha quedado sin raíces y sin sueños. ¿Es posible vivir así?

NOSOTROS NO ESTAMOS DISPUESTOS A VIVIR SIN ESPERANZA. Queremos descansar en un hogar que nadie pueda destruir con su fuerza. Necesitamos un hogar para echar raíces y descansar. Decía Miriam Subirana: "Seamos parte de la solución, no parte del problema. Esto implica salir del ciclo de rabia, miedo y tristeza. El pánico paraliza". No queremos quedarnos paralizados por el pánico. Para poder empezar a caminar hay que vencer las barreras que nos paralizan. Para ello, tal vez tenemos que recorrer el camino de Abraham que lo dejó todo por obediencia a Dios: “En aquellos días, el Señor dijo a Abraham: -Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Abraham marchó, como le había dicho el Señor”. Génesis 12, 1-4ª. Él vivía en su mundo lleno de seguridades, pero sus raíces no le daban la felicidad. Por eso tuvo que dejar sus aparentes seguridades, su tierra que no le daba alegría, su familia y sus dioses. ¿No es verdad que en ocasiones buscamos hogar en una tierra que no nos da la paz esperada? ¿No es cierto que tenemos muchos dioses en los que descargamos nuestras insatisfacciones? Echamos raíces en lugares equivocados y salimos heridos. Nuestras seguridades falsas están construidas sobre arena blanda y lo sabemos. Nuestras propiedades que nos dan seguridad, nuestros amores que nos dan un espacio de paz, nuestros proyectos que nos alimentan la esperanza. Construimos sobre seguridades muy humanas. ¿Cuáles son nuestros seguros? ¿Dónde tenemos puesta nuestra esperanza?

El salmo de hoy nos hace volver la mirada hacia Dios: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo”. Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22. Queremos aprender a vivir así, confiando en la misericordia de Dios, en su bondad, en su fuerza. Nos sabemos débiles y torpes. Sabemos dónde están nuestras mayores tentaciones. Sabemos que no tenemos la paz que deseamos entregar al mundo. Vivimos nerviosos todo el día. Decía el P. Kentenich: “No es necesario estar completamente sanos de los nervios. El hombre de hoy “tiene derecho” a estar nervioso, lo es por naturaleza, pero sí podemos fortalecer nuestros nervios y hacerlos más resistentes”3. Vivimos llenos de nervios, lo reconocemos hoy. No tenemos un corazón armónico. Sufrimos por la tensión de la vida que llevamos. El camino que Dios nos propone no consiste en lograr que toda la tensión desaparezca. Eso no es posible. El camino pasa por fortalecer nuestros nervios para hacerlos más resistentes. La gracia de Dios y su fuerza nos auxilian y empujan. Su misericordia nos envía renovados desde lo alto de la montaña, desde nuestro Tabor, allí donde nos hemos encontrado con el Dios de nuestra vida.

SUBIR A LA MONTAÑA ES EL PASO QUE NOS PERMITE TOMAR DISTANCIA de la realidad para encontrar la luz. Jesús tomó a tres de los suyos y subió a una montaña: “En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta”. Comenta Remigio: “En esto el Señor nos enseña que es preciso, para todo el que desea contemplar a Dios, no estar enfangado en los bajos placeres, sino levantar su alma a las cosas celestiales mediante el amor de las cosas superiores”. Necesitamos subir a lo alto para salir de nuestras preocupaciones y problemas, de nuestro stress, de nuestra falta de paz.

Cuando uno visita el monte del Tabor se queda maravillado por el paisaje y la luz. Cuando uno asciende con dificultad, ve la maravilla que nos rodea. El esfuerzo siempre trae una compensación. Así es en la vida, hasta que no tomamos una sana distancia con cierto sacrificio en la vida que llevamos, no somos capaces de ver nuestra vida en su plenitud, con una cierta perspectiva. Mientras estamos en el valle, todo nos parece triste y sucio, perdemos la esperanza y desconfiamos. Por eso es tan importante en la rutina de nuestra vida tomar aire y hacer momentos de retiro y descanso en Dios. Lo mínimo sería descansar un rato en Dios cada día, cada semana y cada mes. Lo mínimo sería retirarnos en este tiempo para encontrarnos con Dios en el desierto de la vida. Lo mínimo sería mirar nuestra vida bajo la luz que Dios nos regala con su presencia.

JESÚS ELIGIÓ SÓLO A TRES DE SUS DISCÍPULOS. Siempre que pienso en este Evangelio pienso en el amor de Jesús por estos tres apóstoles. La elección de estos tres siempre me ha hecho ponerme en su lugar. La elección de Dios es un don gratuito. No nos elige porque lo merezcamos, nos da todo sin que podamos creernos con derecho a ello. A veces pensamos que nuestra vida es demasiado “fea” para que pueda llegar a gustarle a Dios. Nos equivocamos. Nosotros sí seleccionamos la vida y las cosas según su belleza aparente. Nos quedamos en la superficie, juzgamos y condenamos, aceptamos o rechazamos con libertad de espíritu, casi de forma irresponsable. Hoy nos preguntamos:
¿Qué pasaría por mi cabeza si Cristo me hubiera elegido a mí en ese grupo selecto? Pero,
¿acaso no lo ha hecho ya? Tenemos que sentirnos privilegiados, Dios nos ha elegido. Si miramos nuestra vida, ¿no podríamos decir que hay señales para creer que hemos sido elegidos de forma predilecta por Dios? ¿No hemos experimentado ese amor personal y especial hacia nosotros? Seguro que muchos diréis que no, que Dios no os ha elegido.
Que nunca habéis sentido un amor especial de Dios. Lo que ocurre es que no sabemos descubrir su amor. Tenemos que aprender a descubrir el amor de Dios en nuestra historia, en nuestras heridas, en las caídas que no nos perdonamos. Dios permanece oculto y presente en nuestra historia. Nos cuesta detenernos para buscar su presencia.

Cristo en la tierra eligió a tres discípulos de forma especial pero amó a todos hasta dar la vida. Por eso es que Cristo nos sigue eligiendo hoy a todos para ser hijos suyos, para ser sus instrumentos. Leemos en la Carta a Timoteo: “Querido hermano: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio”. Timoteo 1, 8b-10.
Dios nos ha llamado muchas veces y, a lo mejor, no lo hemos escuchado. Tal vez su amor se ha derramado sobre nosotros y hemos estado ciegos. La dureza de nuestro corazón puede hacer inútil el amor de Dios. La revelación de este día sigue siendo la misma: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Sin embargo, no la escuchamos. La predilección de Dios por su Hijo es la misma predilección hacia nosotros.

Dios nos quiere de forma especial y nos deja señales a veces imperceptibles. Quizás por eso no lo encontramos fácilmente. No lo escuchamos y no lo vemos mientras caminamos preocupados. ¡Cuánto nos cuesta tocar ese amor que Dios nos tiene!

Jesús se retiró con ellos, porque QUERÍA QUE FUERAN TESTIGOS DE SU GLORIA: “Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él”. Les mostró su luz, les hizo ver el sentido del camino que estaban recorriendo. Les hizo ver la victoria final, la vida que vence la muerte, la eternidad que supera nuestra carne perecedera. Moisés representa la ley y Elías a los profetas; acompañan a Cristo porque Él le da sentido a toda la historia del hombre. Poco antes les había hablado de la cruz, del dolor y de la muerte que iba a padecer. No estaban preparados para entender el sinsentido. Ellos tenían otros planes, soñaban con otras cumbres. Ellos esperaban un Reino que cambiara todo súbitamente en sus vidas. No querían hablar de cruz ni de fracasos. Porque ante la dureza de la muerte no hay explicaciones, la cruz no se justifica nunca, no hay razones suficientes. Jesús, al escuchar sus corazones, no trata de convencerlos, simplemente les muestra la realidad que les espera. Jesús les muestra la victoria final, les hace ver que la vida en la tierra es un paso, sólo un suspiro. Ven la luz que da esperanza y comprenden.

La experiencia es tan plena que los apóstoles no se quieren ir de allí, ya han encontrado un verdadero hogar: “Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Cuando ven la gloria de Dios, cuando experimentan el calor del amor de Dios, no quieren bajar de la montaña. En la luz de Dios descubren que pueden descansar y todo cobra sentido.

En realidad, lo sabemos, el anhelo de infinito está muy presente en el alma. El corazón está hecho para algo más grande. No se contenta con nada y nadie puede llenarlo. La insatisfacción es parte de nuestro equipaje aquí en la tierra. Los deseos se pueden satisfacer temporalmente, pero en seguida buscan ser nuevamente saciados. Siempre queremos más, nada nos basta. Buscamos el infinito agotando la finitud de las cosas. Les exigimos a los que nos quieren que nos llenen totalmente nuestro vacío. Y no pueden.

Absorbemos la vida queriendo vivir saciados. No acabamos de aceptar que estamos llamados a caminar insatisfechos. Si el deseo de plenitud desaparece estaremos dejando de vivir. Cuando nos conformamos, dejamos de querer subir a la montaña. Cuando los sentidos nos embotan, nos estancamos en la vida. Hace falta un salto de la voluntad para dejar el valle, la propia comodidad, la tierra y las seguridades para subir a lo alto del monte. Y todo porque el corazón sueña cumbres. Si soñara valles le bastaría arrastrarse por la tierra. Dicen que el buitre, encerrado en una jaula sin techo, con la posibilidad de escapar volando, sin embargo, acabaría muriendo sin poder volar. La razón es que no es capaz de mirar al cielo. Sólo mira al frente y así, en carrera, comienza el vuelo. Pero encerrado, con el cielo abierto, no logra ascender. Si dejamos de mirar al cielo y las alturas, dejaremos de volar, dejaremos de aspirar a llenarnos con el infinito. Pero tenemos que aceptar que la insatisfacción es la compañera de nuestro viaje. Si no es así viviremos cada día buscando nuevas forma de calmar los deseos insatisfechos y no aceptaremos la rutina de la vida y la normalidad del valle.

LA GRAN REVELACIÓN DEL TABOR ES EL AMOR PREDILECTO E INFINITO DE DIOS POR EL HOMBRE: “Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Es la revelación que le da sentido a todo en nuestra vida. Dios ama al hombre. Dios nos ama de forma predilecta. Esta experiencia permite entonces que los discípulos comprendan que sus miedos son pasajeros. Entienden que la amenaza de la cruz y de la muerte es sólo un paso hacia la eternidad. Descubren que la vida en la cruz sólo es posible desde la luz del Tabor que lo ilumina todo y muestra la esperanza para la que vivimos. Don Orione decía: “A Jesús se le sirve y se le ama en la cruz y crucificados con Él”. Aceptar la realidad de la cruz, de la muerte, del dolor y del fracaso, sólo es posible desde el Tabor. Sin Tabor todo parece oscuro a los ojos del hombre. Sin Tabor no hay certezas de la victoria final.

A veces pienso que ya hemos perdido la capacidad de asombrarnos: “Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: -Levantaos, no temáis. Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Mateo 17, 1-9. Los discípulos caen de bruces al escuchar la voz de Dios.

No comprenden y, sobrecogidos, se desploman. Decía S. Agustín: “Cuando aquello que nos conduce hasta Dios nos llena de deleite, es mediante su gracia que nos inspira y nos otorga este deleite, no es algo que podamos adquirir mediante nuestra voluntad o nuestra actividad, ni por el mérito de nuestra acciones. ¿Quién podrá atar su corazón a aquello que no lo colma de deleite?”4

Los tres discípulos elegidos han sido atraídos y reciben todo sin haber pedido nada. Su corazón queda desbordado por el amor infinito. Es ese dardo de amor de Dios que los colma y los deja casi sin palabras. Después de tocar el cielo y ver a Dios, ¿qué bien terreno puede colmar sus corazones? Sin embargo, ¿Cómo entender que, después de lo que habían visto y oído, sólo Juan permaneciera fiel al pie de la cruz? Es comprensible porque el corazón es olvidadizo. En alguna ocasión en nuestra vida hemos tenido alguna experiencia de Tabor. Es seguro que hemos sentido y tocado a Dios de forma limitada.

Ya sé que cuando lo digo algunos me decís que nunca. Yo creo que sí, pero la memoria es frágil. Pero más tarde, en la rutina de la vida, nos olvidamos y volvemos a dudar. En seguida se desvanecen las imágenes, lo que sentimos, el gozo que no se puede explicar.
Por pequeñas que sean nuestras experiencias de Tabor, alguna guardamos en el alma.

LA EXPERIENCIA DEL TABOR ES EL REGALO QUE DIOS LES HACE A SUS DISCÍPULOS PARA QUE PUEDAN EMPRENDER EL CAMINO HACIA LA CRUZ.

Decía Benedicto XVI el 16-II-2011:
“Si un hombre lleva dentro de sí un gran amor, este amor le da casi alas, y soporta más fácilmente todas las molestias de la vida, porque lleva en sí esta gran luz; esta es la fe: ser amado por Dios y dejarse amar por Dios en Jesucristo. Este dejarse amar es la luz que nos ayuda a llevar el peso de cada día”. Son las experiencias que salvan nuestro corazón, que lo levantan de la rutina de la vida, que lo alzan sobre el mundo para que vuelva a soñar. No es necesario vivir en el Tabor. Dios no lo quiere. Es necesario bajar a la vida, dejar las alturas, descender a la rutina. En ocasiones veo a personas que quieren vivir continuamente en el Tabor. Van de experiencia en experiencia y temen la rutina. Es normal, es lo que desea el alma, lo eterno. Al fin y al cabo tenemos un anhelo de infinito en el corazón que nada puede saciar. Por eso buscamos experiencias de Tabor continuamente. Le exigimos a Dios sentir, tocar su manto, escuchar su voz. Queremos sentir su abrazo acogiendo nuestra pequeñez. Pero Dios nos deja pasar por el desierto, se queda mudo, como ausente.

Permite que nuestra oración sea silencio absoluto y se oculta bajo la apariencia humana y cotidiana de muchos rostros. Por eso nos cuesta descubrirlo y nos quejamos de su olvido.

Dios quiere que nosotros seamos EL CAMINO PARA QUE MUCHOS TENGAN SUS EXPERIENCIAS DE TABOR. La religión se convierte en algo egoísta cuando nos centramos en recibir de Dios. Sólo nos basta estar con Él. Nos olvidamos de nuestra misión, ser para otros un lugar de esperanza. El P. Kentenich comparaba nuestro Santuario con el Tabor.

“¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María? Todos los que acudan para orar deben experimentar la gloria de María y confesar: ¡Qué bien estamos aquí! ¡Establezcamos aquí nuestra tienda! ¡Éste es nuestro rincón predilecto! Un pensamiento audaz, pero no demasiado audaz para vosotros.

¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!”5. Allí María quiere enviarnos como sus instrumentos. En su pequeño taller va formando los corazones cuando se dejan educar. Quiere que seamos luz, que mostremos que la vida es más grande de lo que a veces creemos. María nos necesita, necesita que seamos hogar y luz para muchos. Necesita nuestro sí y nuestra esperanza.

1 Augusto Cury, “El vendedor de sueños”, 55
2 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 244
3 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 259
4 Dominique de Courcelles, “Agustín o el genio de Europa”, 117
5 J. Kentenich, “Acta de fundación”, 18 Octubre 1914

sábado, marzo 19, 2011


SALUDO DE ALIANZA

Hna Kornelia

¡Feliz día 18, a 1308 días del gran jubileo de la Alianza de Amor – un poco atrasado -, y feliz día del Padre, fiesta de San José, en el año de la corriente del Padre! Espiritualmente o físicamente, miles y miles de personas de nuestro Movimiento de Schoenstatt ayer se reunieron de nuevo en torno al Santuario Original, fuente de las gracias del mundo de Santuarios y del mundo y con el Padre centro vivo del mundo de vínculos que es nuestro Schoenstatt. La apertura del trienio al 2014 en el Santuario Original – un momento unificador en el peregrinar conjunto de la familia de Schoenstatt en todo el mundo hacia el Jubileo 2014 – daba expresión al hecho de que la familia de Schoenstatt en cada cultura y generación vive la corriente de la alianza de amor. Esto se desenvuelve hacia las corrientes del Padre, del santuario y misionera, y ayuda a aquellos que anhelan una mayor vinculación. En este sentido, cada 18 que celebramos en el Santuario Original o en cualquier Santuario, es una pequeña apertura de un nuevo mes de nuestro peregrinar común rumbo al gran jubileo de la Alianza de Amor.

El día 18 en Schoenstatt comenzó, como hace unos meses ya cada 18, con una Santa Misa en alianza con toda la familia internacional, transmitida en vivo por schoenstatt-tv y aun a disposición en la mediateca. Por la tarde, la familia de Schoenstatt se reunió en el Santuario Original para la renovación de la Alianza de Amor – como durante todo el día, hubo misas, rosarios, mil avemarías – y encuentros familiares en torno de nuestros santuarios, ermitas y capillas. Uno de estos encuentros de alianza se llevó a cabo en el Santuario de Memhölz en el sur de Alemania. Después de la renovación de la Alianza – con lectura de una parte del Acta de Fundación, una predica sobre la Alianza de Amor que nos hace tomar la mano de la Mater y caminar de su mano por la vida, entregándole todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que hacemos, hubo un momento profundo de sumergirse a la corriente del Padre y aportar lo mejor de esta familia para fortalecer esta corriente para toda la familia. Primero, se presentaron tarjetas en forma del Símbolo del Padre destinadas para el fundamento de la futura estatua del Padre en este lugar, donde la herencia del Padre en vista de la libertad se vuelve cada vez más en misión. Cada uno que quiere puede formar parte de este fundamento, firmando una tarjeta con su nombre. Las primeras tarjetas ya se están difundiendo más allá de esta diócesis… Otro regalo lo presentó una joven de 22 años, egresada de la Academia de diseño de Berlin y miembro de la JF universitaria. Ella diseñó frases del Padre Kentenich para “wallprints”, una corriente de la cultura de casa recién surgiendo desde Estados Unidos. En futuro cada uno puede decorar su casa, mercado, oficina… ´ ¡con una frase del Padre! En Berlin ya tiene muy buena salida… Alguien ya preguntó si se pueden diseñar también en castellano…

Otra noticia que también es regalo “en torno” al santo del Padre. Nuestra página internacional – schoenstatt.de – se vuelve aún más internacional y aún más de todos nosotros: se vuelve SCHOENSTATT.ORG!! Ya está funcionando como schoenstatt.org (se abre sch.de en castellano). Falta poco para que, después de un pequeño cambio de diseño, migración a un nuevo servidor y “migración” de la responsabilidad institucional al Centro Internacional de Comunicación 2014 / Team 2014, con el mismo espiritu y el mismo team de siempre estará aun más al servicio de la vida de nuestra familia de Schoenstatt con su misión: Schoenstatt universal, Schoenstatt extra-muros, Schoenstatt presente en el mundo, Schoenstatt como familia internacional, comunicada para conocer a los demás, compartir ideas, acciones, gracias, vivencias, con los demás para que, día a día, todo esto encienda más vida... en otras palabras, reencarnar la revista MTA del Padre Kentenich: http://cmsms.schoenstatt.de/es/guia-para-el-usuario/schoenstatt-mta-lo-que-define-a-schoenstatt-de.htm

Un pedido: cambien ya ahora los enlaces y ayuden para que en las paginas de Schoenstatt y más allá se cambien los enlaces de la pagina internacional a schoenstatt.org. Pero en primer lugar vale: esta pagina - www.schoenstatt.org - vive de sus visitantes y de la vida que comparten!

Aún les falta un regalo al Padre Kentenich y su familia para el dia de hoy, su día en el año de la corriente del Padre. Dejen – como regalo – su testimonio sobre lo que el Padre significa para ustedes, en la página dedicada a esto: http://cmsms.schoenstatt.de/es/schoenstatt-soy-yo/kentenich-vivo.htm

Con un saludo via el Santuario Orginal,

Hna Kornelia

viernes, marzo 18, 2011

Carta de Alianza

Marzo 2011

Queridos hermanos en la Alianza:

Nos vamos acercando al final del verano y ya los parques y jardines comienzan a manifestar sus cambios en los colores rojizos de las hojas. Pareciera que la vida se fuera apagando. Pero no es así. Me decía un jardinero experimentado que cuida un parque hermoso, que en esta época la vida no desaparece sino que se renueva desde adentro: esta es una buena época para limpiar y podar las ramas secas de las plantas (la poda mayor viene en invierno) y también para curar y fertilizar las plantas dañadas. El jardín comienza a “tranquilizarse luego del esplendor del verano”, las plantas comienzan un tiempo de trabajo interior, de recuperación de fuerzas para una futura y nueva primavera.

Algo semejante sucede con nuestra vida espiritual. La cuaresma es ese tiempo de gracia que nos invita al trabajo interior, a la renovación desde adentro, desde las fuentes más profundas de nuestra alma. Jesús pasó cuarenta días en el desierto antes de emprender su misión; hoy, del mismo modo, la Iglesia nos invita a entrar en un tiempo fuerte de reflexión y oración, de renovación y purificación de nuestra vida en la fuerza del Espíritu para encaminarnos, después, a la alegría de la resurrección.

Decía el Papa Juan Pablo II: “Así se nos revela el significado y la necesidad del tiempo cuaresmal que, con la llamada a la conversión, nos lleva, mediante la oración, el ayuno y los gestos de solidaridad fraterna, a fortalecer en la fe nuestra amistad con Jesús, a liberarnos de las promesas ilusorias de felicidad terrena, y a gustar nuevamente la armonía de la vida interior en la auténtica caridad de Cristo” (Juan Pablo II, miércoles de ceniza de 1998).

Rezar, ayunar y ayudar solidariamente son tres actitudes que brotan de un corazón que anhela amar más y están intrínsecamente unidas entre sí.

En la oración nos encontramos con el Dios de nuestra vida que quiere que en este tiempo crezcamos más en el Amor. “Orar es un hablar personalísimo con el buen Dios, con el Dios vivo. Es un constante diálogo del corazón profundamente cimentado en una viva vinculación con el buen Dios, en un diálogo del corazón que finalmente se transforma en un diálogo de la vida” (P. Kentenich, “Tú y tu Dios”, pg. 17). Finalmente la oración nos mueve a escuchar, a estar abiertos y anhelantes de la Palabra del Señor, como María: “hágase en mi según tu Palabra”.

El ayuno y la ayuda solidaria van de la mano y son expresión de un corazón que vive en Dios. Nos dice el Card. Bergoglio: “No creamos que es el comer o el ayunar lo que importa. Lo que hace verdadero el ayuno es el espíritu con que se come o se ayuna. Si pasar hambre fuera una bendición, serían benditos todos los hambrientos de la tierra y no tendríamos por qué preocuparnos. «Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande» (San Juan Crisóstomo). Jesús ayunó según la tradición de su pueblo pero también compartió la mesa de ricos y pobres, de los justos y pecadores (Mt. 11,19). Ayunemos desde la solidaridad concreta como manifestación visible de la caridad de Cristo en nuestra vida. Así tiene sentido nuestro ayuno como gesto profético y acción eficaz. Así cobra sentido nuestro ayunar para que otros no ayunen. Ayunar es amar” (Card. Bergoglio, Mensaje de cuaresma 2011).

Ayuno de egoísmo y tener más compasión por los más necesitados.
Ayuno de palabras hirientes y tener más palabras bondadosas.
Ayuno de descontento y agradecer más.
Ayuno de pesimismo y poner más confianza en Dios.
Ayuno de juzgar a otros y descubrir a Jesús que vive en ellos.
Ayuno de revancha y buscar la reconciliación.
Ayuno de mis palabras y escuchar más a los otros y a Dios.

Queridos hermanos en la Alianza, aprovechemos decididamente este tiempo de cuaresma; que sea para todos un tiempo de profunda renovación en Cristo.
- Qué el Señor, como aquel buen jardinero, pode, cure y haga fecunda nuestra vida en su Amor.
- Que este 18 de marzo, al consagrarnos a la Sma. Virgen, renovemos nuestro compromiso de ser, con Ella y como Ella, profetas de la Vida, para que todos en la próxima Pascua tengamos Vida y Vida en abundancia.
- Que el 19 de marzo, día de San José, padre adoptivo del Señor, esposo de María y patrono del P. Fundador, renovemos con él nuestro amor al servicio de Cristo y María.
- Y por último el próximo 25 de marzo, Anunciación del Señor, celebraremos también el día de la vida por nacer; en cada Santuario y ermita pidamos, acompañemos y ayudemos a todas las madres, verdaderos santuarios y profetas de la Vida.

Reciban desde el Santuario del Padre un cordial saludo y mi bendición.

En Cristo y María,

P. José Javier Arteaga

martes, marzo 15, 2011

Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer
Nº 103 – 15 de marzo de 2011

El cónyuge como camino hacia Dios

El encuentro de dos personas en Dios a través de la oración o la vivencia religiosa compartida es una de las formas más ricas y profundas de encontrarse ya que estamos ante Dios con lo más rico que cada uno poseemos.
Frente al Señor nos vamos desprendiendo de todo lo que obstaculiza normalmente el encuentro y vamos asumiendo con más objetividad la actitud comprensiva, benigna y compasiva del amor de Dios.

Al unirse dos personas por el sacramento del matrimonio, se les abre una nueva posibilidad de amor sobrenatural: el cónyuge como camino hacia Dios, como lugar de encuentro con Dios. En ese momento solemne de las bodas, Cristo les dice a cada uno: Yo desde ahora te voy a amar especialmente a través del cónyuge, voy a convertirlo en santuario de mi encuentro contigo. Y con ello me deja el gran desafío de buscar al Señor en el corazón del otro donde desde ahora me está esperando, de descubrir el rostro de Cristo en el rostro de mi cónyuge, de acoger su amor como transparente y reflejo del amor divino. Por otra parte, yo debo ser Cristo para el otro, darle el amor, la luz y la fuerza que necesita para crecer y llegar a Dios. Y así cada uno se acepta y se regala al otro como lugar privilegiado de encuentro con el Señor.

Por eso, en todo matrimonio cristiano está siempre Dios como tercero, quien hace de puente y lazo de unión entre los cónyuges. Y precisamente cuando Dios no ocupa ese lugar dentro del matrimonio, entonces queda siempre lugar para otro tercero, que destruye la Alianza matrimonial.
El matrimonio es una comunidad salvífica unida por un vínculo sobrenatural. El amor de Cristo y María sellan nuestro amor. Estamos unidos como la vid y los sarmientos. Nuestra salvación está unida al otro y viene a través del otro.

Mi santidad repercute en el otro, mi pecado también.
Tan profunda es esta Alianza y este conocimiento mutuo que los esposos tendrían que llegar a ser directores espirituales uno del otro. Ya tanto se conocen, que pueden ayudar al otro en su camino de santidad.

Esta Alianza de amor se da entre los esposos y de los esposos con Dios. Por eso es comunidad salvífica, de amor, vida y tareas con Cristo y María. Compartimos su misión y junto con ellos caminamos hacia el Padre Dios. En el caso en que los contrayentes humanos entren en crisis el tercero los sostiene. Cristo carga con el matrimonio. Después de nuestra consagración a la Virgen ella también comienza a ser una aliada y nos ayuda en el camino. Ella también nos sostiene.

Ahora lo que dijimos del matrimonio, eso vale para todos los miembros de la familia: padres, hijos, hermanos... Cada uno es Cristo para los demás, reflejo y transparente del Señor. Cada uno es y ha de ser, para el otro, camino hacia Dios, camino privilegiado de amor a Dios.
En eso encontramos el sentido de la Alianza matrimonial y el sentido de la Alianza familiar: Todos juntos, unidos y aliados con la Virgen María, caminamos hacia Dios. Todos juntos, amándonos mutuamente como al Señor, nos consagramos a María y, mediante Ella, nos entregamos para siempre a Dios.

Queridos hermanos, si nos dejamos educar y guiar por la Virgen María, entonces la Alianza con Ella es como una gran escuela de amor. En ella aprendemos a amar para recorrer los caminos del amor divino y llegar al corazón del Padre. Y es así como se está haciendo realidad en nuestra vida la Alianza con Dios.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Rezamos juntos como matrimonio?
2. ¿Veo a mi cónyuge como un camino hacia Dios?
3. ¿De qué modo recibo sus sugerencias, críticas…?

Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com
Artémide Zatti

15 de marzo

Religioso de la Sociedad de San Francisco de Sales

Martirologio Romano: En la ciudad de Viedma, en la República Argentina, beato Artémides Zatti, religioso de la Sociedad de San Francisco de Sales, que se distinguió por su celo misionero y, estableciéndose en la Patagonia, pasó toda su vida en un hospital de esa región, ayudando con fortaleza de ánimo, paciencia y humildad a los necesitados (1951).

Artémide Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de octubre de 1880. No tardó en experimentar la dureza del sacrificio, tanto que a los nueve años ya se ganaba el jornal como peón. Obligada por la pobreza, la familia Zatti, a principios del 1897, emigró a Argentina y se estableció en Bahía Blanca. El joven Artémides comenzó enseguida a frecuentar la parroquia dirigida por los Salesianos, encontrando en el párroco don Carlos Cavalli, hombre piadoso y de extraordinaria bondad, su director espiritual. Fue éste quien lo orientó hacia la vida salesiana. Tenía 20 años cuando entró en el aspirantado de Bernal.

Asistiendo a un joven sacerdote enfermo de tbc, contrajo esta enfermedad. La paternal solicitud del P. Cavalli – que lo seguía de lejos – hizo que le buscaran la Casa salesiana de Viedma, de clima más propicio, y donde, sobre todo, había un hospital misionero con un estupendo enfermero salesiano que hacía prácticamente de «médico»: P. Evasio Garrone. Este invitó a Artémides a rezar a María Auxiliadora para obtener la curación, sugiriéndole hiciera esta promesa: «Si Ella te cura, tu te dedicarás toda la vida a estos enfermos». Artémides hizo de buen gusto tal promesa; y se curó misteriosamente. Más tarde dirá «Creí, prometí, curé». Estaba ya trazado su camino con claridad y él lo comenzó con entusiasmo. Aceptó con humildad y docilidad el no pequeño sufrimiento de renunciar al sacerdocio. Emitió como hermano coadjutor su primera Profesión el 11 de enero de 1908 y la Perpetua el 8 de febrero de 1911. Coherente con la promesa hecha a la Virgen, se consagró inmediata y totalmente al Hospital, ocupándose en un primer momento de la farmacia aneja, pero después, cuando en 1913 murió el P. Garrone, toda la responsabilidad del hospital cayó sobre sus espaldas. Fue en efecto vicedirector, administrador, diestro enfermero apreciado por todos los enfermos y por todo el personal sanitario, que poco a poco le fue dando mayor libertad de acción.

Su servicio no se limitaba al hospital sino que se extendía a toda la ciudad, y hasta a las dos localidades situadas en las orillas del río Negro: Viedma y Patagones. En caso de necesidad se movía a cualquier hora del día y de la noche, sin preocuparse del tiempo, llegando a los tugurios de la periferia y haciéndolo todo gratuitamente. Su fama de enfermero santo se propagó por todo el Sur y de toda la Patagonia le llegaban enfermos. No era raro el caso de enfermos que preferían la visita del enfermero santo a la de los médicos.

Artémides Zatti amó a sus enfermos de manera verdaderamente conmovedora. Veía en ellos a Jesús mismo, hasta tal punto que cuando pedía a las hermanas ropa para otro muchacho recién llegado, decía: «Hermana, ¿tiene ropa para un Jesús de 12 años?». La atención hacia sus enfermos alcanzaba rasgos muy delicados. Hay quien recuerda haberlo visto llevarse a la espalda hacia la cámara mortuoria el cuerpo de algún acogido muerto durante la noche, para sustraerlo a la vista de los otros enfermos: y lo hacía recitando el De Profundis. Fiel al espíritu salesiano y al lema dejado como herencia por D. Bosco a sus hijos – «trabajo y templanza» – desarrolló una actividad prodigiosa con habitual prontitud de ánimo, con heroico espíritu de sacrificio, con despego absoluto de toda satisfacción personal, sin tomarse nunca vacaciones ni reposo. Hay quien ha dicho que sus únicos cinco días de descanso fueron los que transcurrió...¡en la cárcel! Sí, conoció también la prisión por la fuga de un preso recogido en el Hospital, fuga que se la quisieron atribuir a él. Salió absuelto y su vuelta a casa fue un triunfo.

Fue hombre de fácil relación humana, con una visible carga de simpatía, alegre cuando podía entretenerse con la gente humilde. Pero sobre todo, fue un hombre de Dios. Artémides Lo irradiaba. Un médico más bien incrédulo del Hospital, decía: «Cuando veía al señor Zatti, vacilaba mi incredulidad». Y otro: «Creo en Dios desde que conozco al señor Zatti».

En 1950 el infatigable enfermero cayó de una escalera y fue en esa ocasión cuando se manifestaron los síntomas de un cáncer que él mismo lúcidamente diagnosticó. Continuó sin embargo cuidando de su misión todavía un año más, hasta que tras sufrimientos heroicamente aceptados, se apagó el 15 de marzo de 1951 con total conocimiento, rodeado del afecto y del agradecimiento de toda la población.

Fue beatificado por Su Santidad Juan Pablo II el 14 de Abril de 2002.

Reproducido con autorización de Vatican.va

domingo, marzo 13, 2011

I Domingo Cuaresma
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11

«Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo »

13 Marzo 2011
P. Carlos Padilla Esteban

“POR LA OBEDIENCIA DE UNO TODOS SE CONVERTIRÁN EN JUSTOS”

Hay una ley de la espiritualidad india que dice: "En cualquier momento que comience es el momento correcto". Porque todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después, justo cuando tiene que comenzar. Parece una verdad de Perogrullo, aunque muchas veces se nos olvida. Cada día tiene su afán; las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir y no cuando las esperamos o programamos. Somos impacientes y nos gustan que las cosas sucedan cuando nosotros decidimos. Somos caprichosos y nos gusta que todo sea como lo hemos pensado. Pero la vida no es así aunque nos empeñemos. No podemos adelantar la hora, no podemos forzar la vida. Las hojas caen cuando les llega el tiempo y las flores nacen cuando corresponde. Y nosotros perdemos tantas fuerzas intentando controlarlo todo. No podemos adelantar ni retrasar nada. Sólo podemos aprender a vivir.

Siguiendo con la reflexión, está claro que el tiempo corre de forma más rápida o más lenta dependiendo de las personas y las circunstancias. Decía William Shakespeare:
"El tiempo es muy lento para los que esperan; muy rápido para los que tienen miedo, muy largo para los que se lamentan y muy corto para los que festejan”. El tiempo es lo único que podemos contabilizar y medir, la eternidad se nos escapa. Lo reducimos a horas y minutos, lo encerramos en relojes. Pero va más lento o más rápido dependiendo del estado del alma. Hacemos planes contando con el tiempo, cuando nadie nos lo ha prometido. Esperamos que ocurran cosas, que lleguen días. El pasado se hace pronto recuerdo. El futuro deja de serlo al hacerse presente. El presente es lo que nos queda, pero pasa levemente entre las manos. Un leve suspiro. Leía hace poco: “Nadie ha podido regresar y hacer un nuevo comienzo, pero cualquiera puede volver a comenzar ahora y hacer un nuevo final". Aquí está el verdadero sentido de nuestra vida. Siempre podemos volver a comenzar sin miedos. A veces tenemos que derrumbarnos o tienen que derribarnos para poder volver a construir sobre firmes cimientos. Nos apegamos a las formas y a las rutinas, a nuestros miedos y defensas. A veces construimos sobre arena, porque es más fácil. La roca nos parece imposible de trabajar. Entonces los cimientos se desploman ante cualquier temblor. Queremos volver a comenzar. Siempre de nuevo. Es la oportunidad que se nos regala en la Cuaresma. Aunque nos dé miedo. Tenemos tiempo.

Pero los cambios duelen
. ¿ES POSIBLE LA CONVERSIÓN? Cambiar exige demasiado. Desandar el camino recorrido, desaprender los hábitos adquiridos, dejar de lado las costumbres hechas carne. ¿Por qué? ¿No puede Dios hacerlo todo de nuevo sin tanto esfuerzo? S. Juan Bosco le decía en un sueño al Señor: “¿Quién es usted para ordenarme estas cosas imposibles?” Y Él le respondía: “Justamente, porque estas cosas te parecen imposibles debes hacerlas posibles, obedeciendo y adquiriendo sabiduría”. Y él, sin respuestas, volvía a preguntar: “¿Cómo adquirir sabiduría?” Y el Señor le decía: “Te daré una institutriz. Con su ayuda podrás llegar a ser sabio”. Y entonces surge una duda, un atisbo de desconfianza: “¿Pero quién es Usted?” Él responde: “Yo soy el Hijo de esa Mujer a quien tu madre te ha enseñado a orar tres veces por día. Mi nombre pregúntaselo a mi Madre”. Una Madre que nos enseñe la verdadera sabiduría. Que nos enseñe que los cambios son posibles y no meras ilusiones. El camino se aprende obedeciendo. Una Madre que nos saque de la rutina, de la comodidad y del aburguesamiento. No nos gustan los cambios. Nos molestan las críticas. Nos violentan las personas que nos exigen otras actitudes. Queremos seguir como estamos. Tal vez no nos molesta tanto la insatisfacción permanente del alma que busca, que quiere más, que no se conforma. Pero cambiar a base de golpes no nos resulta confortable. ¿Y dejar la vida en manos de Dios para que la transforme? ¿Y dejarnos hacer por nuestra Madre pronunciando un sí humilde?

ESTAMOS SIEMPRE EXPUESTOS A LA TENTACIÓN.
Es la experiencia que relata el Génesis tratando de comprender el corazón humano. La gran tentación del hombre aparece descrita: se trata del deseo de ser como Dios. “El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: « ¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?» La mujer respondió a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte."» La serpiente replicó a la mujer: «No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.» La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron”. Génesis 2, 7-9; 3, 1-7. Es un relato que refleja la fuerza de la tentación en el hombre. Por un hombre llega el pecado: “Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir”. Nos damos cuenta del poder de nuestras acciones. Por un hombre entró el pecado y por un hombre la salvación. Cristo quiere que nuestros actos contribuyan a traer la paz y la salvación al mundo. Nos necesita.

Es necesario que profundicemos en LA FUERZA DE LA TENTACIÓN. La serpiente tienta al hombre cuando está solo
, cuando se siente más débil. Dice el Evangelio: “En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”. Aprovecha que la mujer está sola para tentarla. Aprovecha la soledad del Señor para tentarlo. Dice San Juan Crisóstomo: “Cuanto mayor es la soledad más tienta el diablo. Por ello tentó a la primera mujer cuando estuvo sola, sin su marido. De donde se le dio ocasión al demonio para que tentase. Por ello fue conducido al desierto”. Con frecuencia es así en nuestra vida. En soledad nos experimentamos más débiles y notamos más fuerte la tentación. La tentación de Jesús nos hace más comprensible nuestra propia tentación. Jesús, en su poder, semejante a nosotros menos en el pecado, sintió el poder de la tentación. A Jesús le atrajo el bien que el diablo le prometía. ¿Acaso no es un bien el pan? ¿O el hecho de lograr que el Reino esté presente para siempre en el mundo? Los caminos que ofrece el diablo son tentadores. La tentación siempre tiene atractivo. No nos resulta difícil rechazar el mal en sí mismo cuando supone un mal para nuestra vida. La tentación es sutil. El diablo nos ataca en nuestras fuerzas, precisamente allí donde está nuestra debilidad.

La serpiente plantea una pregunta que confunde:
« ¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?» Dios no había prohibido comer de cualquier árbol, sólo había prohibido uno. Así es en nuestra vida. La tentación no surge cuando podemos comer de cualquier árbol, la tentación surge cuando sólo un árbol está prohibido.
Siempre nos atrae lo que no tenemos; nos comparamos y deseamos poseer lo que está fuera de nuestro alcance. Así es en el mismo camino vocacional que cada uno recorre. El otro día una niña le preguntaba con inocencia a una monja: ¿Qué echáis de menos dentro del convento? La monja respondió que nada, que Dios se lo daba todo. Otra monja, algo más realista, dijo que sí, que echaba de menos cosas que podía disfrutar en su país de origen, justo lo que no podía tener. Todo camino tiene sus renuncias, en toda elección dejamos otros gustos posibles fuera. La posibilidad de comer de cualquier árbol del jardín queda oscurecida por el poder de atracción que tiene un solo árbol. Tal vez el más importante o tal vez el más atractivo por el hecho de estar vetado. No se explican las razones de la prohibición. ¿Acaso tendría razón la serpiente? ¿Serían como dioses si pudieran comer sus frutos? En realidad el cambio al comer el fruto es evidente, experimentan la culpa y la vergüenza por la propia desnudez. El árbol del que comen no hace que sean más sabios, pero sí más adultos. Pierden la inocencia que habían conservado cristalina hasta ese momento y tapan con pudor su desnudez. Se esconden y tienen miedo. ¿No iban a ser tan sabios como Dios? ¿Por qué lo pierden todo al probar el fruto?

Es la gran tentación del hombre, tener todo el poder y sabiduría de Dios
. Nos gustaría ser dioses, pero al intentarlo nos quedamos desnudos y sin nada, nos derrumbamos. Nos gustaría saberlo todo, controlarlo todo y tener el poder sobre toda la realidad. ¿Dónde está el árbol cuyos frutos tendríamos que comer? Nos damos cuenta de que ese árbol no nos dará nunca la felicidad. Por eso rezamos hoy: “Misericordia, Señor: hemos pecado. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso”. Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17. La tentación nos promete la felicidad y la plenitud. Nos asegura lo que no puede darnos. El Diablo conoce nuestro deseo. Pero, al final, sólo queda la debilidad y el vacío y nos alejamos callados. Nos ocultamos porque nos sentimos indignos, desnudos, nos avergonzamos de nuestra naturaleza caída. El pecado hace que nos escondamos. No nos atrevemos a rezar. Pensamos que Dios está enfadado y sorprendido. Pensamos que no nos conoce y creemos que el desprecio llena su corazón. La verdad es que somos nosotros los que no nos aceptamos, los que rechazamos la herida y la imperfección.
Debido a nuestra debilidad entró el mal en la tierra y el corazón perdió la paz y la armonía.
Por el bien de un hombre entró la salvación en la carne y con ella regresa la libertad perdida: "Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria. Por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos”. Romanos 5, 12-19. Es el camino que recorremos en la Cuaresma. El camino de la libertad entregada. El camino que nos hace hombres nuevos, conversos de
Dios, almas encendidas. Es el camino que recorremos para aceptar la voluntad de Dios.

LAS GRANDES TENTACIONES QUE HOY SE NOS PRESENTAN EN EL EVANGELIO SON TRES, LAS TRES “P”: PODER, PLACER Y POSEER
. En ellas se resumen todas las tentaciones que sufre el corazón. Como dice Benedicto XVI: “Aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades”1. Frente a ellas, la Iglesia nos invita a cultivar tres actitudes fundamentales. Vamos a detenernos en cada una con calma. Nos dice Benedicto XVI en esta Cuaresma que el Evangelio de este primer domingo "es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal”. La victoria de Dios nos anima. Su triunfo sobre el demonio construye nuestra vida. Nos sentimos débiles y miramos a Dios. Cristo, cargado con nuestra misma naturaleza, nos muestra el camino de la fidelidad. Recorramos este camino.

LA PRIMERA TENTACIÓN ES LA DEL PODER:
“Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."» Comenta Benedicto XVI: “Se superponen burla y tentación. Para ser creíble Cristo debe dar una prueba de lo que dice ser. Esa petición de pruebas le acompaña a Jesús durante toda su vida” 2. Cristo tiene que probar su poder. También nosotros ponemos a prueba a Dios y lo tentamos. Le exigimos que manifieste su poder y nos socorra. Es el deseo del hombre de encontrar un Dios todopoderoso que lo saque de sus necesidades.
Un Dios que acabe con el mal en el mundo, con la enfermedad, con las tragedias como el terremoto de Japón de esta semana. Dios tiene que tener poder suficiente para vencer sobre el mal. Por otra parte, el poder es la gran tentación del hombre. Nos gustaría tener el poder de los dioses. Poder para controlar la vida y la muerte. Si tuviéramos ese poder sobre los demás nos sentiríamos mejores. El poder nos permite ser lo que queremos y obtener lo que deseamos. No nos hace falta Dios cuando nos revestimos de todo el poder.
Es la tentación de no contar con Dios en nuestra vida, como si no nos hiciera falta. Dios se convierte en superfluo, porque podemos solos con todo, nos cargamos con la responsabilidad de ser perfectos. Es la tentación de Adán de querer ser como Dios.
Frente a esta tentación, la Iglesia nos invita a vivir la oración para crecer en la humildad y en la dependencia de Dios
. Si nos creemos todopoderosos no necesitaremos su gracia, nos sentiremos capaces de todo sin Él. La dependencia se convierte en el instrumento que Dios nos regala para ser de verdad niños ante Dios. “Jesús le dijo: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios”.» No queremos tentar a Dios. Nuestra oración no es una súplica para lograr de Dios todo lo que necesitamos. Nuestra oración es expresión de nuestro desvalimiento y de nuestra impotencia. Sólo unidos a Dios tenemos vida. Lejos de Él caemos en la muerte. Por eso la oración es el camino para crecer en la humildad, para vaciarnos, para dejar que Dios manifieste su poder sobre nosotros. Necesitamos darle poder sobre nuestras vidas para poder sentirnos hijos confiados en las manos de un Padre.

LA SEGUNDA TENTACIÓN ES EL PLACER
: “Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús tiene hambre, igual que nosotros. Experimenta el hambre de la naturaleza, el hambre del alma. Jesús fue tentado después de cuarenta días sin comer. Sintió hambre y como hombre necesitaba comer. La tentación era fuerte en ese momento. También nosotros tenemos hambre, estamos insatisfechos, quisiéramos calmar con el mundo finito la sed infinita que tenemos. Bebemos de muchas fuentes que nos dejan vacíos. Buscamos satisfacer nuestros instintos, nuestros deseos más humanos. El hambre es buena. El hambre nos recuerda que jamás vamos a estar del todo satisfechos.
Allí donde estemos, siguiendo nuestro camino, tendremos hambre y viviremos con hambre. El hambre nos recuerda nuestra esencia limitada y pobre. El hambre nos pone en camino aunque la tentación venga muchas veces a golpearnos.
Frente la tentación del placer, la Iglesia nos pide que seamos austeros y ayunemos
. El ayuno es el arma que se nos regala para vencer la tentación que nos hace caer en el hedonismo, en la vida fácil, en la búsqueda constante del placer: “Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."» Y es cierto, no vivimos sólo de pan. Vivimos del amor de Dios que nos sacia si nos dejamos llenar. Sin embargo, no es tan exacto. El alma sigue insatisfecha, buscando, con hambre. Echa de menos lo que cree que puede saciarla temporalmente, aunque sabe que tampoco los placeres del mundo nos llenarán por completo. Pero, ¿tenemos que renunciar a todos los placeres? No, Cristo comió y bebió con los suyos, a quienes amaba.
Vivió la vida plenamente y rió y lloró como hombre. Dios no pretende que rechacemos todos los placeres que nos regala, como una buena comida, un paisaje que nos llena el alma, una canción que nos trae recuerdos, una conversación que nos lleva a lo más alto.
Dios sólo nos pide que no queramos satisfacer todos nuestros deseos al instante, colmar el alma con medias verdades, llenar la vida de placeres vacuos. Lo que se nos pide es que nuestra vida no gire en torno a nuestro yo, sino en torno al Padre. Decía el P. Kentenich: “El hijo gira en torno al Padre y no alrededor de sí mismo. El Padre es la medida de las cosas, no el hijo”3. Cuando miramos a Dios como la medida en nuestra vida, dejamos de atarnos a bienes que no llenan el corazón. El ayuno y la renuncia fortalecen el alma del hombre.
Son armas para fortalecer el espíritu y nos capacitan para vivir buscando a Aquel que le da sentido a la vida. Nos hacen más resistentes a la tentación, pero nunca la eliminan.

LA TERCERA TENTACIÓN ES EL POSEER:
“Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.» Nos apegamos fácilmente a la tierra y a los bienes que nos dan seguridad. Las cosas del mundo nos atraen y nos despiertan el deseo de poseerlas. Frente a esta tentación de poseer, la Iglesia nos invita a dar limosna, a desprendernos. Se trata de dar, no lo que nos sobra, sino aquello en lo que descansamos. Estamos llamados a dar hasta que nos duela. Porque el verdadero amor es lo que Dios nos pide. Queremos servir a un solo Señor, no servir al dinero: “Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."» Es el camino que nos marca la Iglesia. Nos invita a darnos, a entregarlo todo, a no reservarnos nada.

EL TRIUNFO ES LA META QUE ANHELAMOS ALCANZAR
. “Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”. Mateo 4, 1-11. El camino comienza con el abandono en Dios. Cuando dejamos de lado nuestras pretensiones, logramos que Dios sea el dueño de todo. Decía S. Juan Crisóstomo: “Cualquiera que seas, por grandes que sean las tentaciones que sufras después del bautismo, no te turbes por ello, más bien permanece firme. Pues has recibido las armas para combatir, no para estar ocioso. Y esa es la razón por la que Dios no te exceptúa de las tentaciones”. Dios no nos deja solos frente a la tentación, nos arma para la vida. Nos regala la fe y la fortaleza de espíritu, nos da la esperanza y el amor para caminar sin desfallecer. Dios quiere que aprendamos a luchar, que no quedemos confundidos con nuestras caídas. No quiere que nos asombremos ni dudemos de su poder transformador. No va a evitar que seamos tentados, pero nos va a dar las armas de la luz para vencer las tentaciones del mal. Nos fortalece en la oración, nos alienta con la esperanza y nos regala una capacidad de amar que supera nuestras fuerzas.

1 Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, 52
2 Ibídem, 54
3 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 259


Para pedir las prédicas via mail: carlospadillae@gmail.com

miércoles, marzo 09, 2011

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2011
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo,
con él también habéis resucitado»
(cf. Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.

El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.

El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.

El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf.Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.

La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.

El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».

Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).

En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.

En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.

En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.

Vaticano, 4 de noviembre de 2010

Fuente: Zenit.org